Era casi como soñar mientras estás despierto, pero un poco menos consciente, Saga sentía el sol pegar a su piel, sentía la brisa acariciar su rostro y remover delicadamente sus cabellos, sentía el cantar de los pájaros y el sonido de pisadas contra el suelo, pero no era todo aquello lo que más le gustaba y relajaba, no, era aquel aroma que se colaba por su nariz, aquel tan delicioso aroma a lima, lavanda y madera que tan bien conocía y que tanto extrañaba.
En su estado de semi conciencia recordó sus últimos momentos despierto, se preguntó si Afrodita había llegado finalmente a la casa con las compras, se preguntó si aquel chiquillo tendría más de aquel delicioso pan dulce que le había obsequiado, en esos momentos tenía un hambre voraz, pero demasiado sueño para hacer algo al respecto, más aún cuando tenía el aroma de Aioria rodeándolo.
En aquel sueño que bordeaba la realidad también fue capaz de sentir su calor, su presencia, ese rastro de cosmos que a veces el caballero de leo dejaba escapar cuando dormían juntos, cuando aquel resplandor dorado buscaba al suyo, sentía aquel lazo que compartían envolviendo su cuerpo borrando todo ese rastro de soledad que sintió por esos meses que llevaba fuera del santuario.
Ese tiempo en el que descubrió lo que era ser tratado como un omega fuera del templo, en la horrible sensación que le producía ser menospreciado sólo por ser omega, como si su valor como persona dependiera sólo por pertenecer a un grupo minoritario, por pertenecer a un grupo que se le consideraba débil.
Desde que pisó las afueras de tierra santa empezó su aprendizaje, el comenzar a entender cómo funcionaba la sociedad en esos tiempos, el darse cuenta cómo era la gente fuera del santuario, el cómo sobrevivían día a día, el cómo era necesario un arduo trabajo para obtener que comer, como las puertas se le eran cerradas al nombrar su condición, en como gente inescrupulosa buscó aprovecharse de ellos creyendo que tan sólo con imponer su voz de mando sucumbiría y se volvería un dócil gatito ante ellos.
Aquellos hombres aprendieron una importante lección, que los tiempos cambian, que jamás se deben subestimar a las personas, que el respeto es parte primordial de un ser humano y que si deseas poner tu pie sobre alguien por creerte más fuerte no puedes quejarte cuando alguien lo haga sobre ti.
Saga también aprendió que la maldad se mezcla con la bondad en aquel gran y diverso grupo de gente, una bondad pura y brillante como la mujer que los hospedó, aquella bondadosa santa hecha mortal que les brindó un hogar y un lugar para trabajar en la misma pensión. Aprendió a socializar con la gente, se acostumbró a ser llamado por el nombre de Saga, en ese tiempo comenzó a amar como sonaba su nombre, como cada vez era más fácil sentirse libre cuando su nombre salía de los labios de otro.
Ambos omegas acostumbrados a una vida de lucha, de peleas, de estrategias y secretos, fueron capaces de sentir lo que era una vida normal de un poblado, cosas tan simples como comprar víveres, aprender a cocinar, reparar cañerías, recibir y dar cambio, lo gratificante que era tan sólo dar un paseo por una plaza, probarse ropa en alguna tienda y ver si le quedaba bien o no, una vida tan normal como cualquier otro.
Pero saga en ese tiempo no se desligó ningún momento de la realidad de la cual él vino, no podía olvidarse de aquel pasado que tuvo que dejar atrás, no cuando ciertas mañanas su estómago amenazaba con querer salirse de su boca, cuando sólo sentir el aroma fuerte de alguna comida lo llevaba a correr al baño más cercano, él tenía en su vientre un bebé, un bebé que si no fuese por las náuseas no lo notaría.
Saga volvió a recordar ese día en particular, repasó lo que hizo en él, despertarse, asearse, ordenar su habitación, preparar el desayuno a los inquilinos que dormían en la posada, saludar a Afrodita y darle una lista con las cosas que faltaban para que fuese de compras. Recordó aquel suceso extraño, cuando su piel se erizó por un momento, recordó nuevamente a aquel tierno niño que se acercó con una sonrisa para darle aquel dulce, como sus ojos pesaron y como su cosmos reaccionó cuando alguien entró al lugar.
Pero ahora el ex patriarca sentía su marca arder en su nuca, pero estaba demasiado cansado como para prestar atención realmente a qué sucedía a su alrededor, demasiado cansado para identificar si dormía, pensaba o era real lo que le ocurría, pero aquel aroma, aquella sensación le daba a entender que todo estaba bien, que a pesar de sentir esa angustia a través de su marca todo estaba bien si Aioria estaba junto a él.
El chico de cabellera azulada se preguntó qué pasaría si Aioria se enterara de su estado ¿Qué ocurriría cuando ese bebé naciera? ¿Qué nombre lo pondría? ¿Tendría sus ojos o los del león?Cuando creciera, cuando aquel niño huyese junto a él, cuando alguien se atreviese a seguirlos, ¿Qué le diría al pequeño si preguntaba por su otro padre? ¿Qué pasaría si tuviese un cosmos? ¿Sería capaz de dejar ir a su hijo o hija si este era candidato a una de las armaduras? Y si se encontraba con Aioria ¿Él lo reconocería?
Muchas preguntas cargadas de angustia en la mente de Saga, demasiadas que se iban formando, pero todas ellas cesaban cuando sentía aquel cálido cosmos calmando su hiperactiva mente, aquel cosmos que actuaba como un sedante para él. Saga entre abrió sus ojos aun medio dormido y vio esos hermosos cabellos castaños claros que tanto le gustaba tocar, ese cabello ondulado que se volvía tan suave tras la ducha. Saga quiso tocarlo, pero las fuerzas no le alcanzaban así que sólo se dedicó a contemplarlo como muchas veces lo hizo.
Tal vez era tonto pensar que volvería a ver a Aioria una vez más, cuando escapó asumió que no lo volvería a ver, dio por sentado que el león no lo buscaría, que a pesar de esa cercanía, que a pesar de aquel lazo que compartían para ellos había sido el final, porque Aioria antes de ser una persona, era un Alfa con un deber, era un caballero dorado, un santo que prometió su vida a la diosa Athenea aunque esta aún no se hubiese presentado, promesa que él también había hecho con la diosa pero había roto al huir.
Pero ese era su sueño, un sueño donde Aioria lo llevaba en su espalda, en donde sentía el cosmos del león rodearlo, el tacto de sus manos sobre sus muslos sosteniéndolo en su languidez y decidió que disfrutaría de ese sueño y le hablaría a aquel castaño que su subconsciente había creado para sentirse cerca del caballero de leo.
— Aioria, creí que no vendrías por mí— murmuró aun sin saber si realmente aquellas palabras habían salido de su boca.
— "El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejé, él guió mis ojos que yo le había entregado. Sin ser nauchero, te juro que navegaría hasta la playa más remota de los mares por conquistar joya tan preciada." —respondió el castaño. Saga sintió las vibraciones de esa voz adentrarse en sus oídos, casi como melodía y casi como una caricia.
— Creí que ya no te quedaban frases para decir —respondió suavemente a la vez que se curvaban sus labios.
—Saga, una vez te lo dije, cuando se acaben las frases de una obra, citaré a otra para estos momentos cursis.— Saga no lo veía, pero sabía que esas palabras fueron dichas con una sonrisa. Sus ojos volvieron a sentirse pesados, demasiado cansados para permanecer abiertos y volvió a desconectar su mente, volvió a sumergirse en aquel relajante momento que le daba aquel hermoso sueño que tenía.
Al caballero de leo se le borró sus sonrisa al levantar su mirada hacia el horizonte, aquella angustiosa sensación se volvió a apoderar de su pecho cuando vió los edificios blancos al fondo del paisaje, se preguntó si lo que estaba haciendo era lo correcto, que si debió huir junto a Saga, pero ya no podía arrepentirse, había llegado muy lejos ya, se había prometido cuidar a Saga y para hacerlo debían permanecer juntos, aunque todos esos hombres que se encontraban en tierra santa esperándolo se opusieran, aunque la misma diosa se opusiera a su amor, no dejaría que nadie le arrebatara a lo más preciado que poseía y para eso debía empezar formando un lugar donde él y Saga pudiesen vivir, una vida donde no tuviese que huir por ser quien era.
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Tradiciones Rotas
RomanceComo una ilusión frente a él una idílica escena, una blanca piel, azul zafiro y el rojo de los pétalos contrastando, un aroma sublime que bloqueó sus sentidos dándole paso a aquel león que poseía dentro de sí. Aioria se había encontrado frente a un...