SAGA

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El león escuchó unos pasos por el pasillo, sabía de quién se trataba, su piel y su armadura aun empapada aumentaba los escalofríos que había sentido, no sabía qué esperar, no sabía que pensar en ese momento, aquel chico sólo con su olor había sido capaz de llevarlo a un trance casi bestial, no se reconocía a sí mismo, nunca había tenido interés en otro hombre, nunca había tenido interés en una relación en general y ni mucho menos querer poseer el cuerpo de otro. Los confinamientos del santuario mantenían la pureza del cuerpo, la mente y del alma y lo consagraba como un santo digno de portar un manto dorado y como tal todos ellos estaban aferrados a las ideología de santuario y sus años de historia, pero él había profanado tierra santa, había ensuciado la santidad del templo patriarcal, él había caído en el placer carnal, en al lujuria y todo aquello tendría un castigo.

Pero muy en el fondo sabía que ya había caído, era una manzana que se comenzaba a podrir, aquel chico de azulados cabellos había sido su punto de quiebre, el que pasó arrasando con todos sus ideales, con todo lo que él creía con un simple batir de sus pestañas y una mirada avergonzada llena de deseo, pero había algo que no calzaba en ese asunto, ¿Por qué el patriarca había permitido el paso de un omega al santuario? ¿Qué hacía ahí y por qué tenía aquel pase libre de inclusive usar el baño del mismo Arles?

Aioria alzó su mirada al escuchar cómo el hombre salía desde el pasillo y caminaba hacia él, su cuerpo estaba como siempre cubierto por aquella capa blanca, los adornos color granate permanecían sobre sus hombros y cabeza contrastando con aquel azul marino de la máscara, a Aioria jamás le había gustado aquel hombre, ese sujeto que se escondía tras un objeto, que jamás se podría ver una emoción o algo que pudiese expresar su rostro, sólo había azul, un profundo azul marino que ahora estaba frente a él.

Aioria se sintió que el salón se hizo más grande, que él trono donde se sentó el hombre se hacía más alto y él cada vez más pequeño, no podía ignorar esa presencia imponente que poseía Arles, ese poderoso cosmos que ondeaba por el ambiente como si fuese a propósito, Aioria no tuvo nada más que agachar su rostro para después apoyar su rodillas sobre el frío piso del templo en solemne respeto, inhalo profundamente aire intentado buscar consuelo y de paso calmar su estrepitoso corazón que no parecía querer calmarse, pero no salió como él esperaba el aroma de aquel chico aún se encontraba en el ambiente o al menos él lo sentía casi como si pudiese saborearlo, su olfato era agudo, como la mayoría de todos los alfas y podía distinguir el olor a rosas y el aroma de aquel chico suspendido en el ambiente.

—Caballero de Leo—habló el patriarca y el castaño sintió todo su cuerpo tensarse al instante — de seguro debes tener muchas dudas en este momento y si lo pide aclararé todas y cada de una de ellas— el león parpadeo confuso ya que no se esperaba aquello, él esperaba quizás la ira, un castigo, reprimendas o inclusive un simple sermón.

— Patriarca Arles, me disculpo por haber actuado de esa manera, por mi culpa y mi poco control he deshonrado su templo, su casa, he manchado el honor de la armadura de leo, no soy merecedor de su misericordia y bondad— el castaño habló aún con su cabeza mirando el suelo y manteniendo la misma pose, no podía dar un paso en falso, sabía que había hecho algo malo y quizás el patriarca sólo lo estaba poniendo a prueba.

—Aioria, levanta tu rostro, no es necesario esta muestra de arrepentimiento, como dije debes tener algunas dudas que me gustaría aclararas para ti— dijo el hombre de la máscara y el leonino levantó finalmente su rostro y se paró.

— Me gustaría saber por qué ese omega está acá— Aioria lo dijo sin pensarlo dos veces aquello era lo que más le urgía saber, que hacía un "ser" prohibido en el santuario.

—Ese omega es mi protegido, por así decirlo, casi un hijo para mí—el patriarca hizo una pequeña pausa y tras haberlo escuchado Aioria sintió más miedo aún— él llegó a mí cuando tan sólo era un bebé, conocía las reglas, un omega no puede pisar tierra santa, pero no podía dejar a un niño a su suerte y morir, jamás debemos olvidar que nuestro deber es con la humanidad, somos salvadores y protectores de la vida en la tierra y en eso me escudé al traerlo acá—Aioria ahora comenzaba a comprender las circunstancias y porqué ese chico estaba en ese lugar, pero aún necesitaba saber más de él.

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