El aire en el coliseo parecía volverse más seco que nunca, todo caballero que estaba en él le estaba costando horrores tragar un poco de saliva, miraban a ambas figuras y el poderoso cosmos que despedían. muchos de ellos deseaban correr despavoridos, sus instintos de sobrevivencia estaban completamente despiertos esperando cualquier movimiento de los contrincantes y demostrando ser dignos portadores de su armadura se mantenían quietos aún en las gradas.
Los aspirantes a caballeros de bronce temblaban en su sitio y otros intentaban mantener una pose firme y fiera evitando ser amedrentados por ser los más cercanos a los hombres, temían por lo que les pasaría si es que llegaban a caer en las manos de esos dos peligrosos sujetos, no sabían que de que podrán llegar a ser capaces, no conocían la crueldad que podía llegar a tener un juez del inframundo y aún no estaban preparados para vivirla en carne propia.
Saga fue el que se encargó en romper aquella atmósfera de silencio y precaución, todos los presentes se giraron hacía al patriarca al notar aquel poderoso cosmos emanar de la cabeza del santuario, para después ver como de un salto caía grácilmente al suelo, una aura dorada lo rodeaba, un aura que gritaba peligro por todos lados, la tierra a su pies se revolvía un poco, una que otra piedra se elevaba desde el suelo siguiendo el flujo del cosmos, se notaba que el hombre no estaba contento con la intromisión de aquellos dos pero a pesar de todo aquello su caminar era sereno y tranquilo; pero eso no parecía intimidar a los hombres que llevaban la armadura negra.
— Creo que el portador de malas noticias en este caso soy yo señores Aiacos y Minos, estamos en medio de un torneo importante para nuestros caballeros y ustedes no poseen una invitación para estar aquí— La voz de Saga era firme, no titubeaba, sus palabras fluían con serenidad, había llegado hasta estar frente a ambos hombres resguardando a los participantes del torneo tras su espalda
— Así que su tan esperado día tendrá que esperar, abandonen tierra Santa ahora. —Lo último no fue una advertencia, tampoco fue una sugerencia, no, aquello había sido una orden, aquella orden adornada de una poderosa fluctuación del cosmos del geminiano obteniendo una mueca malhumorada por los visitantes.
—Veo que será de la forma difícil entonces...—Ambos jueces se lanzaron contra el patriarca al mismo tiempo, Saga no temía, Saga confiaba en su poder, confiaba en su cosmos y en que él sólo podría con ambos jueces.
Pero el patriarca no se movió ni un centímetro, tampoco ningún golpe fue alcanzado, otros dos destellos dorados se pusieron a modo de barrera entre el patriarca y los jueces produciendo una nube de polvo que obstaculizó la vista por unos segundos. Los puños de Garuda eran detenidos por un muy molesto león, que aplicaba fuerza contra el otro evitando que se moviera y por otro lado se encontraba un caballero con unos característicos cabellos celestes haciendo lo mismo contra el juez de Grifo.
— Veo que no entienden las reglas de nuestro santuario, antes de una reunión con el patriarca deben pasar por once caballeros (1)— La voz de Aioria fue fuerte y clara, con aquella voz de mando digna de un Alfa, sus manos se mantenían fuertemente agarrotadas contra las de Aiacos que fruncía el ceño y miraba con odio a los ojos del león.
No tardó mucho tiempo para que los nueve caballeros restantes se posicionarán a los costados del patriarca haciendo notar su cosmos. Los demás santos miraban desde las gradas asombrados y temerosos, algunos agradecían por encontrarse del lado de Atenea y no ser aquellos dos hombres que se habían atrevido a provocar la furia de esos poderosos guerreros, el ambiente que una vez se sintió seco ahora estaba plagado de la energía de los hombres que estaban en la arena del coliseo dispuesto a luchar.
Pero esos hombres no eran nombrados jueces del infierno sólo porque sí y eso lo iban dejar claro frente a todo el santuario. Aumentando su cosmos fueron capaces de liberarse del agarre de ambos caballeros y lanzar al pisciano contra las gradas y al otro contra la pared de la arena, los siguientes en atacar fueron el caballero de tauro que haciendo uso de su gran fuerza y honor al animal de su signo embistió al de cabellos color plata haciéndolo retroceder varios metros más atrás, mientras que el juez Aiacos esquivaba con dificultad el filo de Excalibur de capricornio.
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Tradiciones Rotas
RomanceComo una ilusión frente a él una idílica escena, una blanca piel, azul zafiro y el rojo de los pétalos contrastando, un aroma sublime que bloqueó sus sentidos dándole paso a aquel león que poseía dentro de sí. Aioria se había encontrado frente a un...