uno

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Los vientos azotaban con fuerza las velas del acomodado barco pesquero, alejado a millas y millas de la costa de la isla Geoje, mar adentro. Las olas del mar subían hasta engullir cualquier cosa que encontrara a su paso, la tempestad se desató y los dioses volcaron su furia contra aquellos de corazón más noble.

El caos se desató sobre la cubierta del barco. Los trabajadores corrían despavoridos, en un vano intento de ponerse a salvo, algunos incluso sacaban la valentía de donde no existía para tensar las cuerdas que estaban a punto de quebrarse por el balanceo causado por el oleaje. Por cada segundo que pasaba, los gritos se volvían más ensordecedores, las órdenes del capitán acabaron en el final de su boca, cuando se dio cuenta que aquella repentina tempestad tenía su propia razón de ser.

Una inmensa fragata se acercaba peligrosamente a babor del barco pesquero que, a su lado, parecía una insignificante hormiga, fácil de aplastar bajo tales toneladas de madera negra pulida y velas negras.

—¡Piratas!—gritó el capitán a sus hombres con el fantasma de una voz aterrada y rota—. ¡Es él! ¡Está aquí, el innombrable!

No hacía falta gritar su nombre para saber de qué tripulación se trataba. Solamente hacía falta echar un vistazo al estandarte tintado en su bandera negra, para saber que ninguno de sus hombres saldría vivo para contar aquello.

Si antes el caos reinaba en cubierta, ahora cada mísero hombre parecía querer arrojarse al mar para salvar su vida, o para evitar una muerte peor de la que se avecinaba. Algunos intentaron huir, otros se quedaron quietos, sin saber muy bien qué debían hacer, pero si una cosa tenían clara, es que el capitán pirata no iba a tener piedad ni gloria con ellos.

El capitán del buque pesquero agarró el timón con firmeza, luchando contra el salvaje oleaje, por un lado, y por la peligrosidad del barco pirata, por otro. Él no huiría, protegería a sus hombres y a su propio hijo aunque tuviera que entregar su corazón y su alma por ello.

—¿¡Dónde está mi hijo!? —graznó el capitán, el agua salpicándole en la cara y mojando su vestimenta de trabajo—. ¡Jungkook!

El joven de diez años apareció en su campo de visión segundos después, con sus delgados y finos brazos rodeados al palo de trinquete tan fuerte como la inestabilidad del barco le permitía. Tenía los ojos cerrados y su cuerpo temblaba de pavor, su frente apoyada a la madera como si aquello fuera mejor que alzar la mirada y ver lo que se le avecinaba.

La llamada de su padre lo sacó del trance en el que se encontraba, mientras cantaba un cántico religioso en el que imploraba a Dios por la vida de su padre y la suya. Cuando terminó de balbucear el ritual por lo bajo, alzó la mirada hacia el timón, donde se encontraba el capitán.

—¡Papá!

Su voz salió quejicosa, temblaba bajo el frío del agua que lo había empapado y si no fuera porque su padre le levantó una mano en señal de frenada, Jungkook hubiera corrido por toda la cubierta para refugiarse en los brazos de su padre.

—¡No te muevas de ahí, ¿me escuchas?! ¡Ni se te ocurra soltarte!

No quiero morir. Yo…soy demasiado joven para eso.

Jungkook no iba a desobedecer a su padre, pero necesitó toda la fuerza del mundo para hacerlo. Sentía que estaban demasiado lejos como para protegerse el uno al otro, lo que en verdad era poco menos de quince metros de distancia, parecía que una infinidad de espacio se interponía entre ellos.

Y conforme los segundos pasaban, el barco pirata estaba a escasos metros de arrollar el barco de su padre.

No saldremos vivos, musitó en su fuero interno, mirando con los ojos bien abiertos el mascarón de proa del barco hostil. La figura de una sirena con largos y afilados dientes, uñas como cuchillas y aspecto amenazante, como si quisiera devorar hasta el alma pura del chico, era lo único que Jungkook pudo ver con claridad una vez estuvieron tan cerca.

The secret of the sea》KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora