veintiocho

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Taehyung sintió cómo el frío de la noche se colaba por su espalda, cómo cada célula de su cuerpo era carcomida por el miedo, el terror y la desesperación. Estar amordazado por las muñecas le dejaba en una situación vulnerable, su carne se estiraba produciendo una dolorosa quemazón en sus heridas abiertas, sentía su propia sangre seca aullar de dolor, de tal forma que era insoportable.

El pirata no se contuvo en apretar los grilletes alrededor de sus muñecas, dejando sus brazos por encima de su cabeza y la bilis atorada en lo más profundo de su garganta. En el instante en que se dignó a alzar la cabeza en busca de su verdugo de palabra, no supo distinguir a quién exactamente pertenecía la malicia que emanaban los ojos del capitán de Phantom Lord. ¿Eran los ojos de Osiris, o los de Zeref? La persona que había dado la orden de maltratarle y torturarle públicamente, ¿era su madre, o aquel hombre que lo había perdido todo?

No supo a quién estaba mirando, no sabía para quién estaba siendo un espectáculo; sólo sabía que su propio dolor era la máxima sensación de victoria para el capitán. Taehyung había intentado mantener las formas, aguantar y resistir lo que hiciera falta; estaba dispuesto a sacrificarse con tal de evitar aquella catástrofe antinatural que Zeref tenía pensado.

Sin embargo, la realidad era muy distinta, cuando sus fosas nasales percibieron el olor a cuero del látigo, incluso sangre ajena seca. Aquellas finas tiras reflejaban el fantasma de cientos de torturas anteriores a Taehyung. Casi parecía que podía oír los gritos de los piratas y marineros testigos de aquella crueldad.

Taehyung sintió, de pronto, cómo unos gélidos dedos alzaban su mentón, que previamente había bajado. Se topó entonces con aquellos ojos fríos y deshumanizados, una sonrisa ladina y una expresión de clara curiosidad.

—¿Cuántos latigazos serán necesarios para que me muestres tus lágrimas? —inquirió Zeref, pero parecía ser más bien una pregunta al aire, una mofa frente a su rostro—. ¿Veinte crees que serán suficientes, ah?

La sirena rabiaba de miedo, pero también de cólera. Aquel hombre estaba dispuesto a hacer cualquier salvajada con tal de conseguir lo que quería. Pero, ¿hasta qué punto estaba Osiris de acuerdo con ello?

No pudo pensar, Zeref no le permitió ese privilegio. En el momento en que dio un paso hacia atrás, con sus manos entrelazadas a sus espaldas, Taehyung infló su pecho de aire y contuvo la respiración. No gritaría, no lloraría, no suplicaría absolutamente nada a aquella escoria.

Uno.

Pudo sentir cómo su piel chillaba con el primer latigazo. Taehyung juró que algo le robó el aliento. Un gruñido subió desde el fondo de su garganta hasta el comienzo que no dejó escapar sobre sus labios. Sus ojos se cerraron con fuerza y tuvo que aferrarse a los grilletes en un vano intento de apaciguar el dolor. Su espalda quemó, el látigo había dejado una herida con la forma de éste, profunda y tremendamente dolorosa.

Dos.

Taehyung podía prometer que era como sentir miles de calambres recorriendo su desnuda piel. No podía respirar de la impresión, se ahogaba en sus propios quejidos.

Tres.

Si se concentraba más allá de su propio dolor, podía sentir la satisfacción de todos aquellos viles piratas que observaban divertidos el sufrimiento ajeno. Había silencio en la cubierta, lo único que se escuchaba era el látigo romper con fuerza el aire, para luego deslizarse con fuerza sobre la espalda de la sirena.

Cuatro.

Las heridas se iban super poniendo unas a otras. Incluso podía sentir cómo su regeneración hacía el vago intento de curar la piel abierta, puesto que se trataba de un instrumento de tortura común que no albergaba a ningún ser mitológico macabro. No obstante, las células de Taehyung no disponían de tiempo suficiente para acudir a su extraordinaria función. Era latigazo tras latigazo, cada cual más doloroso que el anterior.

The secret of the sea》KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora