Love, Smut & Tears - BTS

23. El club Bangtan - myg

*¡El club Bangtan ya tiene continuación! Es un libro de relatos en el que habrá de los siete chicos, y la continuación de este estará ahí también. Se llama Blood Red y podéis encontrarlo en mi perfil <3*

Fetiche

—Que existen, Jae. De verdad.

La emoción con la que Chaewon me habla, contrasta gravemente con su cara. Está pálida, ojerosa y con un color nada saludable, pero (por raro que parezca) extrañamente feliz. Pletórica, diría yo. Se nota en su tono, pero sobre todo en sus ojos.

—¿Cuánto llevas sin dormir? —pregunto, mientras cojo un cacho de panceta directamente desde la plancha. Creo que tengo la lengua insensibilizada después de la sopa picante que me he tomado, pero hay un pequeño resquicio que todavía degusta el sabor de la carne.

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque estás sufriendo alucinaciones, claramente. Come algo, que estás muy pálida.

—Joder, Jae. ¿No me crees?

—Pues no —afirmo, cogiendo un poquito de kimchi del cuenco que hay en mitad de la mesa del restaurante.

En realidad, aunque lo ha dicho bastante bajito y estamos prácticamente solas, creo que si alguien escuchase a mi amiga decir que los vampiros existen, tendría la misma reacción que yo: la de la incredulidad más absoluta.

No me extraña que me lo esté diciendo, lo que me resulta raro es que no me haya dicho después de diez minutos que era una broma y que me está tomando el pelo. Yo creo que, como sabe que soy una puta friki de los vampiros, le ha parecido la idea del siglo para vacilarme. Pero no cuela; demasiadas bromitas desde que salió Crepúsculo.

—Jae, ¿cuándo te he mentido yo?

—Pueeees... Espera que recapitule —digo, alzando mis palillos en el aire y dando dos toques entre ellos, como si así fuesen a venírseme las ideas con más rapidez—. Cuando me dijiste que no salían payasos en el pasaje del terror; cuando me diste un chicle y me dijiste que no era de melón; cuando...

—Vale, ya —dice, negando con las manos—. Eran mentiras piadosas para que probases cosas nuevas, pero esto es de verdad.

—Mira, Chae: me han hecho bromitas de este estilo toda mi vida. Que si aquel compañero de clase que tenía pánico a comer en público era un vampiro porque no pisaba la cafetería; que si aquella chica que se había pasado con el iluminador era vampiro porque brillaba mucho; que si yo lo era porque siempre tenía las manos heladas...

—Lo capto, lo capto —dice, exasperada. Sus manos van a la mesa, a ambos lados de su plato, en el que reposan varios trozos de panceta que he colocado ahí para obligarla a comer—. Pero yo jamás te vacilaría con eso, Jae. Te lo juro.

—Pues lo parece —espeto, llevándome otro trozo de panceta a la boca—. Soy una frikaza de los vampiros, de las leyendas y de todo lo que haya relacionado con la mera existencia ficticia de los seres, pero no soy imbécil ni una chavala que acaba de ver Crepúsculo y quiere un Edward Cullen en su vida. Soy consciente de mi realidad y soy feliz leyendo su ficción, pero hasta ahí, Chae. Hasta ahí.

—Jae, no te pongas a la defensiva...

—Es que estoy hasta los ovarios de los comentarios, Chae.

—Anda mira, rima.

—Va en serio —cojo otro trozo de kimchi y lo mastico con fuerza. Mi amiga entonces se da cuenta de que, efectivamente, me ha molestado su comentario, porque mira al plato y coge uno de los trozos de panceta. Aunque no sabe que es porque me ha hecho volver a mi adolescencia, a cuando todo el mundo me hacía bullying por vestir de negro y leer tomos y tomos sobre vampiros. Pero tampoco se lo voy a decir, porque no quiero que se sienta peor.