Capítulo 9

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Natsu jadeaba sin control alguno, temblando y sudando de pies a cabeza. Como pudo, se arrastró tambaleante hasta la sombra del árbol más cercano y se dejó caer al suelo con un golpe sordo que sintió hasta en los huesos. Tosió, con la garganta ardiendo, y se llevó la bufanda hasta la nariz. Respiró a través de ella un largo minuto, con el pulso errático y las manos torpes, sintiendo con placentero dolor cómo se le expandían gradualmente los pulmones.

Se sentía mareado y le bailaba la vista y no sabía qué era peor, si el calor que sentía con la prenda que tenía al cuello y la forma que se le pegaba a la piel por el sudor o su incapacidad para respirar con normalidad tras haber acabado la ronda de ejercicios que les había exigido Ur.

De haber tenido aliento suficiente, la habría insultado y maldecido sin temor a represalias, pero apenas era capaz de tragar saliva, así que pronunciar palabras quedaba descartado. Volvió a concentrarse en respirar y, para calmarse, se imaginó la forma en la que las partículas de ethernano se introducían en su cuerpo una a una, otorgándole a su cuerpo insaciable lo que quería y relajándole la musculatura interna de su caja torácica.

Unas botas aparecieron en su campo de visión un instante antes de que le tendieran una botella de agua. Natsu alzó la mirada y fulminó a Ur con todo el resentimiento que era capaz de transmitir a través de sus ojos.

—Buen trabajo —lo felicitó.

Natsu, como toda respuesta, gruñó y frunció el ceño, aunque aceptó la botella y le dio un largo y ansiado trago. Cansado y sin fuerzas, apoyó la espalda contra el tronco del árbol.

—Un día de estos voy a morir por tu culpa —le espetó, resentido y con la voz ronca.

Ur le dedicó una sonrisa apenada a modo de disculpa y metió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón. Se volvió y contempló al resto de sus alumnos, que estaban en condiciones similares a las de Natsu, aunque por distintas circunstancias. Solo un puñado de los cuarenta estudiantes que había a la vista seguían siendo capaces de mantenerse en pie.

—No puedo hacer excepciones, Natsu, ni siquiera por ti —dijo la mujer sin apartar la mirada del alumnado.

Natsu compuso una mueca y volvió a darle un sorbo a la botella de agua. Se retiró distraído una gruesa gota de sudor que le bajaba por la sien y se despegó el flequillo húmedo de la frente.

—No te lo he pedido —gruñó—. Pero tampoco pasaría nada porque aflojes un poco la correa, maldición. He estado al borde del desmayo tres veces.

—Podrías haber parado.

—¿Y darle más razones a Mest para echarme mierda encima? No, gracias. Prefiero perder el conocimiento.

Ur rió con suavidad y lo miró de reojo, siendo una de las pocas profesoras de la institución que sabían toda la verdad sobre él.

—¿Has considerado decírselo?

Natsu la contempló ofendido hasta la médula.

—No soy tan cobarde.

Ur no parecía estar de acuerdo con su forma de pensar, pero no añadió nada y, tras un sutil asentimiento, se alejó de ahí para ir a revisar el estado del resto de sus alumnos. Mest hacía lo propio y sus regaños se escuchaban incluso estando a veinte metros de distancia. Los de Ur tampoco se hicieron esperar:

—¡Gray! ¡Lyon! ¡Pedazo de zopencos! ¿Qué os he dicho de tiraros al suelo nada más acabar? ¡Arriba, vamos! ¡Droy, tú también!

Natsu dejó de prestar atención e hizo oídos sordos al resto del mundo. Respiró hondo, agradecido por que por fin la jornada hubiese llegado a su fin. Estaba agotado y necesitaba dormir como nunca. Se estaba planteando muy en serio saltarse la hora de la comida solo para poder dormir más cuando otra presencia aparecía a su lado. Erik.

El mago que no era magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora