Capítulo 18

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Pese a las advertencias de Mest, aterrizaron sin problemas sobre el cuerpo de la serpiente. Las complicaciones, sin embargo, llegaron al segundo siguiente: mantener el equilibrio era completamente imposible. La serpiente no dejaba de moverse, bamboleando su cuerpo de un lado para otro entre las nubes, y las corrientes de aire amenazaban con empujarlos al vacío en cualquier momento. Y, por si fuera poco, sus escamas, aunque enormes e impenetrables, parecían obsidiana pulida y no había ningún solo punto a la vista a lo que agarrarse.

Invel había cumplido su palabra y, de alguna forma, había logrado inmovilizarla durante cinco segundos antes de que el hielo que la retenía se resquebrajara como frágil cristal. De algún modo, consiguieron permanecer de pie sobre su cuerpo inestable, pero solo era cuestión de tiempo y un paso en falso para conseguir una caída en picado.

Si era sincero consigo mismo, Mest no tenía ni idea de qué podían hacer ahí arriba, dadas las circunstancias y con tantos factores en contra. Tampoco comprendía muy bien cómo había podido dejarse llevar tan fácilmente por Zeref sin cuestionarse si aquello era buena idea, pero era tarde para arrepentirse; el tiempo se les acababa.

—¡¿Cuál es el plan?! —bramó, intentando hacerse oír por encima de los rugidos y el viento que silbaba con furia a su alrededor.

Zeref le dedicó un único vistazo antes de regresar su atención al monstruo sobre el cual estaban parados. Sus manos comenzaron a cubrirse de esa niebla oscura y densa que lo rodeaba.

—Matarla —sentenció al mismo tiempo que se arrodillaba a su lado.

¿Qué?

Mest no entendía qué pretendía, pero no tenía pinta de que Zeref le iba a dar muchas más explicaciones. Sin embargo, sí que añadió algo:

—Cuando se debilite lo suficiente, teletranspórtala lo más cerca del suelo que puedas.

Dicho esto, y ante la perpleja mirada del profesor, Zeref se sirvió de una de las pocas heridas que habían conseguido inflingirle a la serpiente para hundir sus manos en ella con decisión hasta mitad de los antebrazos. Sangre oscura le salpicó el rostro, pero no parecía importarle.

El Mago Oscuro cerró los ojos e inspiró hondo, consciente de que aquello era una locura. No obstante, no tenían muchas más opciones, así que, mientras expulsaba poco a poco todo el aire que había estado reteniendo, dejó de intentar controlar su poder.

Medio segundo después, el dolor lo sacudió de la cabeza a los pies y lo dejó mareado y sin sentido. Gruñó, rechinó los dientes, y hundió los dedos todavía más en la carne de la serpiente, intentando concentrar todo lo que sucedía en su cuerpo solo en las manos.

Sentía que el ethernano entraba y salía de él a borbotones, caótico pero sin forma, peligroso, letal.

Comenzaba a dolerle el cuerpo y creía que la cabeza iba a estallarle en cualquier momento. Percibía el poder de la serpiente en la yema de los dedos y en su propia sangre. Su sistema absorbía todo lo que había a su alcance con una glotonería insaciable y él, por primera vez desde aquel horrible accidente, lo retuvo dentro.

Su cuerpo era una bomba mágica de relojería y en vez de intentar mantenerla a raya, la estaba alimentando a conciencia.

Un gruñido de dolor se le escapó de entre los labios. Cada célula de su cuerpo le gritaba que se detuviera, que se deshiciera de todo antes de que fuese demasiado tarde, pero no pensaba ceder. Todavía no.

La serpiente se tambaleó en el aire, aturdida, y Zeref encontró fuerzas de donde no las poseía para sonreír, satisfecho de que su ataque suicida estuviera funcionando. Era la primera señal evidente de debilidad de aquel monstruo desde que había aparecido.

El mago que no era magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora