Capítulo 10

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El estruendo de la llave en la cerradura resonó en el silencioso apartamento. Había anochecido ya y Mavis abrió la puerta sin ganas y con los hombros hundidos del cansancio. No había pisado su casa desde hacía más de veinticuatro horas y su único incentivo para seguir moviéndose era el fabuloso baño que pensaba darse y el hombre al que pensaba arrastrar consigo en él. Pensar en eso le subió el ánimo y calentó sus mejillas, más aún al entrar y ver que la luz de la sala de estar estaba encendida y que un delicioso olor a curry recién hecho llenaba cada rincón de la vivienda.

Con una sonrisa traviesa, se apresuró a quitarse los zapatos y dejar sus cosas y avanzó de puntillas por el corto y estrecho pasillo. No se escuchaba ningún ruido, pero Mavis sabía que no estaba sola en el piso y, animada, entró en la sala proclamando con voz alegre:

—Zeref-kun, ¡ya estoy en...

La voz se le murió al segundo siguiente y su saludo fue sustituido por una sonrisa cariñosa y un suspiro resignado. Tumbado en el sofá y con un libro abierto sobre el pecho, Zeref dormía sin reacción alguna al ruido anterior. Mavis supuso que él también había sucumbido al cansancio acumulado mientras esperaba su regreso.

Volvió a sonreír y se acercó a él con cuidado de no hacer ningún ruido. Despacio, le quitó el libro de las manos y lo dejó en la pequeña mesita para el café que tenían enfrente. Luego, alcanzó la manta que había colgada del respaldo del sofá y lo arropó con ella, pues no vestía nada más que unos sencillos pantalones de deporte y una camiseta de manga corta. No hubo reacción alguna y supo que estaba profundamente dormido.

—Buenas noches, Zeref-kun —murmuró, depositando un suave beso en su mejilla antes de salir de ahí de puntillas y apagar la luz.

Ya en el pasillo, se estiró con ganas y se dirigió al cuarto de baño. Se había quedado sin compañía, pero su merecido baño se lo iba a dar si o si. Por tanto, y una vez que estuvo rodeada de azulejos blancos, abrió el grifo para llenar la bañera con agua y, tarareando, echó en la misma un buen puñado de sales que olían a lavanda. Sin dejar de cantar para sí, alcanzó una goma de pelo para hacerse un recogido improvisado y rebelde, lanzó toda su ropa a una esquina cualquiera y, envuelta en vapor, se introdujo en el agua cuando esta estuvo a una altura considerable.

La relajación de su cuerpo fue instantánea y suspiró de placer, apoyando la cabeza en el borde de la bañera y cerrando los ojos. El agua caliente le estaba arrebatando el cansancio con cada poro abierto y voluta de vapor que desprendía y el aroma sutil de las sales le aliviaban el dolor de cabeza que llevaba encima.

Desde que Dimaria y Brandish habían aparecido con esos niños había estado trabajando sin descanso para descubrir su procedencia. Y en cuanto sospechó que podían proceder de Eclipse, la lista de pendientes no hizo más que aumentar. De hecho, ni siquiera habían acabado con las pruebas, pues habían tenido que replantear todo el sistema de investigación y el plan de seguimiento desde cero. Aquella teoría era inaudita y sin precedentes, aunque con cada paso que daban el convencimiento de Mavis solo aumentaba. Esos niños, por ahora llamados Géminis, procedían de algún lugar de Eclipse y su papel era averiguar cómo y de qué tipo de civilización procedían.

—Si al menos hablaran nuestro idioma —suspiró, frustrada por no poder comunicarse con ellos. De poder hacerlo, todo sería mucho más sencillo y avanzarían mucho más rápido.

—¿Hablas de los niños de tu investigación?

La pregunta fue calmada y puesta en voz suave, pero formulada tan de imprevisto que Mavis se hundió un par de centímetros en el agua del susto. Sorprendida, abrió los ojos y se encontró a Zeref sentado en el borde de la bañera, estudiándola con una leve diversión.

El mago que no era magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora