Capítulo 2

2.5K 226 137
                                    

—¡Mierda, mierda! ¡Vamos tarde! ¡Levy! ¿Has visto mis botas? ¡No las encuentro por ninguna parte!

—¡No! ¿Sabes dónde está mi cinta? ¡No puedo ir con este pelo así! ¡Parece que me han electrocutado!

Gritos de este estilo y similares surgían de la habitación 105 del dormitorio femenino. De vez en cuando se escuchaba también algún golpe de origen preocupante seguido con una maldición o una exclamación de dolor. Varias curiosas se habían asomado desde sus respectivos cuartos para ver cuál era el origen de tanto alboroto. No obstante, ninguna estudiante se había atrevido a entrar por miedo a lo que podrían encontrarse tras esa puerta.

En la habitación, mientras tanto, Lucy Heartfilia y Levy McGarden corrían de un lado para otro a medio vestir y con expresiones llenas de pánico. Se habían quedado dormidas y estaban llegando tarde en su primer día de clase.

—¿Por qué nos tiene que pasar esto? —se lamentaba Lucy mientras daba pequeños saltitos hacia el baño a la vez que intentaba colocarse las medias negras del uniforme—. ¡Estoy segura de que pusimos el despertador!

—¡No lo sé! Pero hay que salir ya. ¡Tenemos que atravesar medio campus! —le recordó su compañera de cuarto mientras rebuscaba entre el desastre que había sobre su cama y sacaba una cinta amarilla algo arrugada.

—¡Ya lo sé!

Fuera, en el pasillo, la curiosidad seguía creciendo y sus vecinas se acercaban cada vez más a la puerta. De pronto, un gorro negro de estilo ruso se unió al conjunto de cabezas que se asomaba por una de las esquinas.

—Juvia se pregunta qué está pasando.

Las otras chicas dieron un salto en conjunto y perfectamente coordinado, acompañado de grititos agudos de sorpresa y susto. Una de ellas la reconoció de inmediato.

—¡Juvia-senpai!

La autoproclamada como Juvia, una chica de piel pálida y pelo y ojos azules, murmuró un cordial y amable buenos días y procedió a seguir espiando la ruidosa puerta de la 105. Llevaba el uniforme de los Exterminadores y cuatro estrellas le adornaban el pecho. Se trataba, sin duda, de una alumna de cursos superiores, pues solo estos habían tenido tiempo y experiencia suficiente como para ganarse tan alto rango.

—¿Qué hace aquí, senpai? —preguntó entonces una de las chicas—. ¿No es esta planta para las alumnas de primero?

—Juvia bajaba de su cuarto cuando escuchó ruido —explicó la interrogada sin perder detalle alguno de lo que sucedía diez metros más adelante—. Y a Juvia le entró curiosidad.

Las de primero se miraron entre sí con duda y sin saber muy bien cómo explicar qué estaba pasando, pues ellas mismas tan solo podían suponer en base a los gritos y las exclamaciones que se escuchaban.

Entonces, una nueva voz se sumió al grupo:

—¿A qué viene tanto alboroto?

De nuevo, todas se dieron la vuelta. Detrás de ellas había aparecido una estudiante pelirroja, con un flequillo que le ocultaba mitad de la cara y una expresión severa en el rostro. Aspiraba a Maga y la empuñadura de una espada se vislumbraba bajo los pliegues de la capa del Comité Disciplinario. En su pecho, cuatro estrellas.

—Oh, Erza-san. Buenos días —saludó Juvia, su compañera de cuarto—. ¿No te habías ido hace una hora?

—Sí, pero tenía que dejar unas cosas. ¿Qué está pasando?

—Juvia no está del todo segura.

Justo en ese momento, la puerta de la 105 se abrió de golpe y escupió al pasillo a sus dos inquilinas, quienes salieron corriendo sin pararse a comprender por qué había tanta gente frente a su cuarto y se precipitaron hacia las escaleras.

El mago que no era magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora