Capítulo 34

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Al contrario que la última vez en la que acabó inconsciente en una enfermería, en esta ocasión Natsu se despertó sabiendo muy bien dónde se encontraba. No hubo desorientación, ni confusión sobre lo que había pasado. Solo resignación y un profundo agotamiento que se hundía en sus huesos y lo anclaba a la incómoda y dura camilla.

Una vez más, tenía una mascarilla de plástico cubriéndole media cara, y sus dientes parecían papel de lija contra su lengua. Abrió los ojos con cuidado, y las luces del techo le hicieron bizquear. Dolorido, se tapó la cara con un brazo. A su lado escuchó movimiento antes de que las luces bajaran de intensidad.

—Gracias —masculló, y tuvo que carraspear. No fue ninguna sorpresa el sentir que las palabras le arañaban la garganta.

Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró cara a cara con Dimaria. En sus manos tenía un vaso con agua que le tendió una vez le ayudó a incorporarse sin acabar hecho un lío de cables, mantas y extremidades. Su bufanda seguía estando alrededor de su cuello, por lo que simplemente se deshizo de la mascarilla y aceptó la bebida.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó al acabar, y ahora su voz se escuchó menos animal y más humana. Se dio cuenta de que volvía a ser capaz de respirar con normalidad y que el dolor de su pecho no era más que una molestia lejana y familiar. La bufanda volvía a ser suficiente.

—Poco más de cuarenta minutos. —Tomó asiento a los pies de su cama, y Natsu vio a Grandeeney surgir detrás de un panel en el que no había reparado hasta el momento. No había nadie más en la enorme habitación—. ¿Cómo te encuentras?

Ante la pregunta, hizo un rápido recuento de sí mismo. El habitual cansancio que acompañaba a sus ataques estaba presente, así como el dolor de su garganta y la fantasmal sensación de un mareo en ciernes junto con una jaqueca importante. Tragó saliva, y compuso una mueca cuando la saboreó amarga y más espesa de lo habitual.

—Como siempre —suspiró.

En ese momento, Grandeeney se acercó con otro vaso y una pastilla en la mano.

—Aquí. Toma esto.

Accedió sin dudar y sin molestarse en preguntar qué era lo que le estaba dando. Habían realizado tantas veces el mismo procedimiento que ya todo era mecánico. Con esfuerzo, se tragó el analgésico. Segundos después, la enfermera sacaba un frasco con jarabe del bolsillo de su bata que le tendió sin decir palabra. Una vez más, Natsu se tragó el contenido sin cuestionar nada. Después, se hundió en las almohadas que se encargaban de mantenerlo erguido.

—Habré hecho todo un espectáculo, me imagino —dijo entonces.

Dimaria, todavía sentada a sus pies, alzó una ceja y sonrió.

—¿Tú qué crees? —ironizó, y aquella respuesta fue más que suficiente. Natsu, sin poder evitarlo, resopló irritado antes de que ella añadiera—: Te trajo Mest, por cierto. Fue gracias a él que tu ataque no fue a más.

—¿Qué? —La contempló atónito y se incorporó un poco—. ¿Mest? —Dudó, intentando formar la supuesta imagen en su cabeza pero sin conseguirlo—. ¿Seguro que estamos hablando de la misma persona?

Su novia tuvo la amabilidad de reírse en su cara.

—El mismo, sí. —Se cruzó de brazos—. Fue el más rápido en reaccionar de todos nosotros, y cuando te vio colapsar apareció a tu lado. Luego se teletransportó contigo aquí. Aunque si te tranquiliza, se quedó poco. Zeref también ha estado aquí, pero el Torneo le necesita. Se fue hace como un cuarto de hora.

Ante la mención de su hermano, se olvidó de Mest y una ola de agotamiento y resignación lo golpeó de lleno. Frustrado, se pasó las manos por el pelo.

El mago que no era magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora