Capítulo 22

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Dos días. Ya habían pasado dos días.

Dimaria se tragó un suspiro agotado y removió el café que se enfriaba en su taza, intacto. Sentía el cansancio incrustado en sus huesos y pesando en sus párpados, pero era incapaz de regresar a los dormitorios por mucho que supiera que necesitaba dormir algo más de dos míseras horas acurrucada de mala manera en una de las sillas de Central. Suficiente esfuerzo había sido ya el abandonar su recinto para visitar la cafetería del Campus, cediendo a las insistencias de Mirajane y Brandish de que le vendría bien tomar algo de aire fresco.

Y ahí estaba ahora, sentada en una de sus mesas, con un café en la mano que no había probado todavía y con las dos chicas observándola desde esquinas opuestas mientras el atardecer se colaba por los enormes ventanales. Entre ellas estaba Laxus, el único que no la contemplaba como si fuese el desecho humano que se sentía por dentro. Aun así, empujó hacia ella el plato con comida que acababa de traer con gesto serio, instándola a comer pese a tener el estómago cerrado por la preocupación y la fatiga mental.

Forzó una sonrisa que se sintió más como una mueca y aceptó el plato, consciente de que de nada serviría que ella se matara de hambre. Aun así, la comida le supo a cartón y si consiguió tragar, fue por pura fuerza de voluntad.

—Me veo patética, ¿verdad? —murmuró tras darle un sorbo a la bebida. Hizo una mueca cuando comprobó que estaba demasiado amarga.

—Cansada —corrigió Brandish, tendiéndole un sobre de azúcar que había rescatado del centro de mesa—. ¿Cuántas horas llevas despierta?

Se encogió de hombros, pues no se había detenido a contarlas. Lo único que sabía era que no podía pegar ojo cuando Mavis, tan preocupada como ella o más, no había salido de la sala de control de Central más que para ir al servicio. Entre ella e Invel se habían encargado de que no muriera de hambre, pero la ingeniera estaba más ocupada intentando encontrar el modo de dar con Zeref y Natsu que en comer o descansar y Dimaria, atada de pies y manos, lo único que podía hacer era revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad una y otra vez y esperar a que algo de toda esta situación cambiara.

—Si al menos nos dejaran entrar a Eclipse... —suspiró entonces. Frustrada, pinchó con el tenedor un trozo de tomate, pero no se lo llevó a la boca.

Laxus, frente a ella, se cruzó de brazos.

—De ser así no estarías aquí, lo sabemos. Pero por eso mismo tienes que comer algo más que barritas energéticas de las máquinas de Central. De nada servirá que entres ahí si no estás en tus cinco sentidos.

Ante su pragmática observación, Dimaria frunció el ceño. La comida en su plato parecía burlarse de ella, como si fuera consciente de que tenía el estómago tan cerrado que masticaba por pura obligación.

—¿Se sabe cuándo van a volver a permitir las incursiones? —preguntó entonces Mira, sin rastro de su humor juguetón habitual.

Dimaria tampoco estaba para bromas. De hecho, la interrogante solo consiguió que su ira dormida despertara. Irritada, resopló y apuñaló una judía verde del plato con rabia.

—No —escupió—. Central se niega a que nadie cruce la Puerta sin haber descubierto qué narices pasó en la Ruptura. Esos estúpidos no entienden que las respuestas están ahí dentro, si es que hay alguna. Y mientras tanto, Natsu y los demás siguen ahí abandonados a su suerte a saber en qué condiciones.

—Llevan en Eclipse más de cuarenta y ocho horas...

El comentario de Brandish no iba dirigido hacia nadie en particular, pero se asentó entre los cuatro como una pesada losa de mármol. Dimaria asintió y Laxus se apretó el puente de la nariz, tragándose un suspiro.

El mago que no era magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora