Noche de películas

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Chat noir entró por la ventana de su habitación tras haber recorrido el camino de memoria, pues las lágrimas que brotaban de sus ojos, ardiendo contra la brisa nocturna, apenas le permitían ver.

Se dejó caer de bruces sobre la cama, destransformándose a la vez.

--¿Estás bien, cachorro?

--Estoy muy lejos de estar bien --reconoció Adrien, limpiándose las lágrimas con furia con el dorso de la mano--. ¿Sabes que es lo peor? Que intento rebelarme, negarlo, enfadarme, y no me sale. Sea o no sea culpable al final, lo cierto es que lo creo capaz. Y no sé cómo gestionar ese sentimiento.

--Bueno, vayamos poco a poco, ¿de acuerdo?

Adrien se levantó bruscamente, abrió la puerta de su armario y tomó la bufanda azul. Le habría gustado montar un numerito rebuscando entre la ropa, desordenándolo todo, tirando las prendas al suelo hasta encontrarla: pero lo cierto era que sabía perfectamente dónde estaba, pulcramente colocada al frente de todo, como si se tratara de un preciado tesoro.

La acarició despacio, sintiendo el tejido suave y reconfortante entre sus manos. Sus dedos se detuvieron en una pequeña inicial bordada que hasta entonces le había pasado desapercibida: las puntadas formaban una delicada letra "M" de elegantes formas redondeadas. Sonrió hasta sin querer: tenía que ser ella. Marinette. Su hada madrina.

Le fascinaba su generosidad. Después de todo, en ese entonces ni siquiera eran tan cercanos: a pesar de haber solucionado el malentendido inicial, la barrera todavía parecía haberse mantenido cierto tiempo entre ellos. Sin embargo, se había molestado en hacer un regalo de cumpleaños para él, con sus propias manos, y además no había reclamado su mérito con tal de verlo feliz.

Lo que no podía explicarse, por muchas vueltas que le diera, era cómo sabía eso Ladybug. ¿Acaso la chica bajo el disfraz de lunares estaría más cerca de su alter ego civil de lo que pensaba? Trató de relegar aquel pensamiento en el fondo de su mente: no era el momento de detenerse en eso, y había dado su palabra de que no investigaría al respecto.

Pasó gran parte de la noche dando vueltas en la cama, sin poder dormir. Repasaba una y otra vez los datos que tenía, tratando de encontrar una coartada plausible para Gabriel, más allá de su akumatización. Le parecía recordar que había habido algunos ataques de akumas mientras su padre estaba de viaje en el extranjero, pero lo cierto era que solo contaba con su palabra para justificar su ausencia.

Gabriel Agreste tenía un carácter tan excéntrico, y tan huraño, que sus rarezas le podrían proporcionar excusas casi ilimitadas. Se encerraba durante horas en su estudio, y jamás se le podía molestar. Pensó que normalmente parecía estar de mal humor cada vez que Ladybug y él mismo derrotaban a un akuma; pero también parecía estarlo otras tantas veces sin motivo aparente, así que resultaba difícil encontrar alguna correlación.

No quería darle muchas vueltas a la idea de volver a ver a su madre. Y menos si esa posibilidad implicaba el sacrificio de Ladybug. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza, y terminó envuelto en tan crueles pesadillas que estuvo seguro de que sus imágenes lo acompañarían en innumerables noches de insomnio, al menos hasta que lograran averiguar la verdad y conjurar para siempre la amenaza del villano.

Se despertó decidido a mantener los ojos bien abiertos, y a investigar sin llamar la atención. Si lo pensaba, la posibilidad de vivir bajo el mismo techo que Lepidóptero resultaba escalofriante; pero seguía siendo su padre, así que tampoco era como si pudiese sentirse realmente amenazado. Después de todo, la gran mayoría de las veces que había estado a punto de acabar con su vida no sabía que era su hijo al que se enfrentaba.

Agradeció sinceramente desayunar solo por esa vez; no se sentía con fuerzas para mirar a su padre a los ojos. El tiempo en la escuela, entre sus amigos, se le hizo corto; y no pudo evitar mirar con renovada ternura a Marinette, ahora que sabía otra cosa más que debía agradecerle. De alguna manera, ella también parecía inusitadamente protectora con respecto a él, como si intuyera que podía estar en peligro. Sin duda, la conexión que compartían resultaba increíblemente especial.

A fuego lento (Reto Adrinette) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora