Sesión de fotos

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El reloj de su mesilla de noche marcaba poco más de las cuatro de la madrugada, pero Adrien ya no tenía más ganas de estar en la cama. Se levantó para ir al servicio, y la imagen que le devolvió la mirada desde el espejo le hizo contener un reniego: había una sombra oscura bajo sus ojos, y sus párpados aparecían hinchados de tanto llorar.

Las ideas bailaban en su mente, chocando entre ellas solo para alejarse después, riendo como fantasmas burlones cuando intentaba atraparlas entre sus dedos. La magnitud de lo que había ido descubriendo a lo largo de los días anteriores era tal que apenas se sentía capaz de abarcarla.

Humedeció un paño con agua fría y lo colocó sobre su rostro congestionado. Pensó que no quería tener que levantarse de la cama a la mañana siguiente, y luego que quedarse en la misma mansión donde habitaba el villano y reposaba el cuerpo de su madre tampoco parecía una idea demasiado atractiva. Mejor ir al instituto: al menos, allí vería a Marinette.

Conjugar la identidad de su novia en ciernes con la de la heroína moteada, y guardiana de los prodigios, le resultaba un ejercicio complicado. En su mente, las dos versiones de la azabache ocupaban compartimentos separados. Y tal vez fuera mejor así: ya le resultaba un trago difícil de digerir que su compañera hubiera estado a un solo paso de la muerte, pero si cambiaba el rostro enmascarado por el de Marinette, la idea se volvía simplemente insoportable.

Sin desearlo, su mente regresó a los acontecimientos del día anterior.

Tras entrar en la mansión a través del amplio ventanal de su cuarto, se habían apresurado, escaleras abajo, hasta estar frente a la puerta del estudio. Cuando tocó a la puerta, su padre no tardó en responder.

--¿Qué ocurre?

--Soy yo, padre. Tengo que hablar contigo; por favor, es importante.

Tras una tensa pausa, les había parecido escuchar un suspiro resignado en el interior de la estancia.

--Está bien, pasa. Pero sé breve.

La figura de Ladybug había desaparecido entre las sombras, pero de alguna manera notaba cerca su presencia tranquilizadora. Se miró las manos: no se veían sobre ellas los guantes de Aspik, ni el brazalete, pero sentía claramente el prodigio de la serpiente activo rodeando su muñeca.

--Descuida. Te garantizo que serán cinco minutos como máximo.

Gabriel estaba de pie, con los brazos tras la espalda y el gesto adusto. La voz de Adrien temblaba ligeramente cuando comenzó a hablar.

--Como sabes, he pasado la tarde con los Dupain-Cheng --bajó la cabeza--. Y eso me ha hecho darme cuenta de lo mucho que echo de menos que seamos una auténtica familia.

Gabriel dio un paso hacia atrás, sorprendido, casi como si le hubieran golpeado. Se pasó la mano por la frente antes de contestar.

--Yo también extraño terriblemente a Emilie, hijo.

--Y seguiremos echándola de menos cada día hasta el final de nuestras vidas --Adrien lo miró de frente--. Pero tenemos que seguir adelante, papá. Tú y yo. Recordar que todavía nos tenemos el uno al otro.

--¿Rendirme? Jamás --replicó Gabriel, cortante. Adrien lo miró, desconcertado, y el hombre pareció tomar una decisión--. Tú también sueñas con volverla a abrazar, ¿verdad?

El chico solo pudo asentir, con las lágrimas pugnando por asomar.

--Ven conmigo. Te mostraré algo. Pero tienes que prometerme que este secreto quedará solamente entre nosotros.

A fuego lento (Reto Adrinette) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora