IV

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Alec

—¿Y ezto?

—Una a.

—¿Y ezto?

—Una ese.

—¿Y ezto?

—Shhh —le pido a Damie para que baje la voz—. Es una uve.

—¿Y ezto? —vuelve a preguntar en un susurro con un volumen tan elevado que se escucha más que antes.

Me río todo lo bajo que puedo pero el vagón al completo lleva rato ya entretenido con nuestras aventuras. Decidimos venir en tren hasta Edimburgo, en donde cogeremos un coche hasta Solus Blithe. Habría sido más rápido y cómodo en jet privado pero menos entretenido. Además, Carol y yo intentamos que los niños tengan una vida lo más normal posible. Queremos que se acostumbren a estar entre la gente y no alejados de la civilización. Y eso incluye pasear por la calle, ir al supermercado, hacer fiestas con otros niños, ir a reuniones del colegio y usar transportes públicos, todos los que podemos. Al principio fue bastante locura. Todo el mundo se volvía algo loco al vernos tanto por lugares que no suelen frecuentar los del mundillo pero, a base de insistir, acabaron viéndolo algo normal. Ya no nos paran tanto como antes porque somos una familia más haciendo cosas normales. Y ahora mismo sé que, lo que les hace gracia de todo esto, es que Damie esté poniendo esa vocecilla tan hermosa que hace que cualquiera quiera mordisquear sus mofletes. Lo de que sus padres sean una actriz y un actor famosos queda en segundo plano.

—¿No quieres mejor saber todas las letras de una misma palabra y así...? —le propongo.

Llevo un rato leyéndole un cuento y ella no deja de preguntar al azar, señalando con su deditos letras aquí y allá sin ningún orden.

—¡Ezo no ez divedtido!

Levanto la vista hacia Carol, sentada frente a mí, al otro lado de la mesa que divide nuestros asientos. Ella ha agachado la cabeza para aguantar la risa con esa respuesta. Disimula acariciando el pelo de Robert, dormido en el asiento de al lado.

—Está claro que sale a ti —le reprocho.

Sé que sabe a qué me refiero. Sí, estoy pensando en aquel día que nos conocimos. Llovía a mares y ella estaba bajo la lluvia en medio del Millennium Bridge, empapada de arriba abajo. ¡Y le parecía divertido aquello!

Mi mujer sonríe encantada por el recuerdo y se acerca a mis labios, sorteando la estrecha mesa.

—Eso es lo que hizo que te enamoraras de mí.

Y mientras me besa pienso que tiene toda la razón. Fue su forma de ser, ese encanto innato, su personalidad, su carácter... Fue todo eso lo que hizo que cada día estuviera más y más enamorado de mi particular Adriana Soto.

—Entonces explícale tú por qué la gente se dedica a seguir un orden a la hora de comunicarse —le contesto, haciendo que se ría de nuevo.

—Tiene dos años, no le pidas más...

—¡Papi! ¿Y ezto? —insiste Damie, viendo que no le presto atención absoluta.

Echo la mirada hacia el techo del tren y resoplo. Mi mujer vuelve a reírse, como todo el que ha escuchado de nuevo a mi hija.

—Qué puta tortura —se me escapa decir en alto.

—¡Charles! —me regaña Carol.

Uy... Esto promete.

—¿Cómo?

—Que no digas eso delante de...

—No, digo que cómo me has llamado.

Resist (with love)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora