XII

84 73 93
                                    

Ángel


Voy abriendo los ojos mientras escucho en el exterior algún pájaro desorientado trinar a primera hora de la mañana. Es sábado. Un maravilloso sábado escocés de invierno. Y lo es porque a mi lado tengo al amor de mi vida, durmiendo todavía, despreocupada.

Separo un mechón de su pelo que le cae por la cara y ella sonríe, todavía en sueños. Dios mío, ¿cómo puedo ser capaz de soportar tanta felicidad con todo lo que sucede a diario en el mundo?

Abrazo a mi Clara, mi hermosa y dulce Clara, sin importarme si la despierto. Porque a ella le encanta empezar un nuevo día entre mis brazos, siempre me lo dice. Como aquel día que pasamos nuestra primera noche juntos, hace muchos años ya. La desperté con un abrazo y ella abrió sus ojos y me sonrió, feliz. Quiero despertar así el resto de mi vida, me dijo. Y nuestros planes se rompieron en pedazos semanas después, es cierto. Nos separaron y no volvimos a vernos hasta después de muchos años.

Pero el destino logró reencontrarnos.

Clara va haciendo dulces ruidos mientras despierta. Y por fin me mira, medio dormida todavía.

—¿Cómo puedes ser tan bella a estas horas de la mañana?

Ella sonríe y me da un breve beso.

—Buenos días a ti también, querido.

Su voz templa mi espíritu y, ahora sí, un nuevo día de nuestra vida juntos comienza.

—Habría que levantarse para desayunar —propongo—. Seguro que tu hijo está ahora mismo preparando doscientas tortitas con frutos del bosque y cincuenta litros de zumo de frutas tropicales recién llegadas del Caribe...

Ella golpea con su dedo mi brazo, haciéndome unas deliciosas cosquillas. Sabe que me meto con su hijo con cariño, porque Jorge para mí es como mi propio hijo más que mi yerno.

—Me gustaría quedarme un poco más en la cama —me dice con mimo, acurrucándose en mi pecho—. Me encanta este pijama —añade, abrazándome.

—Ya está muy viejo pero ahora no creo que tu hijo nos deje salir de compras.

Sonríe de nuevo y luego me mira.

—¿Crees que es peligroso? El virus y...

Suspiro, acomodándome en la cama con Clara entre mis brazos.

—Bueno, nunca se sabe. Pero aquí estamos seguros —beso su frente y prosigo—. Además, lucharía con diez mil virus si hiciera falta para que nada te pasase.

Ella levanta su cabeza y me mira un instante, besándome a continuación.

—Mi caballero andante —me susurra todavía sobre mis labios.

—Mucho mejor que todos esos reyecitos y condecitos...

—Nadie como tú, querido. Nadie.

Clara vuelve a sonreír y a besarme. Siempre que lo hace, siento que volvemos a tener quince años y es la primera vez que alguien me besa. Como en aquellas vacaciones de verano en Salamanca, precisamente con Clara. Ella fue la primera y jamás pude olvidarla. Porque pasamos por todo en la vida, ella más que yo, y aun así al vernos de nuevo fue como si no hubiera pasado un segundo desde la última vez.

Y no permitiría que nada ni nadie me arrebatara de nuevo al amor de mi vida.

Y ella lo sabe.

—En cuanto esto pase y nos volvamos a casa, hay algo que tengo que decirte —le anuncio.

—¿Qué es? —pregunta, mirándome desde mi pecho.

—Algo que sé que no te va a gustar pero que pienso decirte igualmente.

Ella frunce el ceño deliciosamente.

—¿Qué ha sucedido?

—Nada, sólo que te adoro, mi vida —respondo, besándola esta vez yo a ella.

—Ángel... —me amenaza con tono suave.

—No me llames así, que duele. Me llamabas por mi nombre hace años y...

Clara vuelve a sonreír con mi angustia repentina y acaricia mi mejilla.

—No hubiera estado bien llamarte vida mía estando casado, ¿no crees?

—Y ya no lo estoy, así que...

—Muy bien, muy bien —se rinde—. Querido, ¿vas a contarme lo que tienes que decirme?

Me hago de rogar un instante antes de responder.

—No, cuando tu hijo nos levante el castigo y podamos volver a casa.

Me echo a reír con su desesperación y la beso, haciendo que ella también ría.

Y ella bien sabe cómo va a acabar esto.

—Se van a preguntar por qué no bajamos a desayunar —me recuerda cuando mis besos suben de intensidad.

—Si nos preguntan, pienso decirles que se metan en sus asuntos y no en nuestra cama —contesto sin dejar lo que estoy haciendo.

Clara ríe, encantada con mis besos y caricias en su cuerpo, olvidando de una vez dónde estamos y con quién. Esta mujer me ha devuelto a la vida y ni siquiera se da cuenta.

Setenta. Ni más ni menos que setenta años y seguimos viviendo como adolescentes.


Resist (with love)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora