XIV

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Hèctor


Empiezo a pensar que en esta casa hay un aire extraño que hace que nadie quiera desayunar. Al principio estuve pensando que puede que no me hubiera enterado bien de la hora el día anterior. Pero son ya las once de la mañana, ¿cómo nadie va a querer desayunar a esta hora?

No ha sido hasta que los niños no empezaron a armar escándalo cuando el resto comenzó a salir de sus habitaciones.

Y en cuanto han ido llegando al salón, he comprendido por qué tardaban tanto. Esas sonrisas y ese buen humor a primera hora de la mañana...

Vaya...

—Buenos días, chicos —nos dice Laura nada más cruzar el umbral de este señorial salón—. ¿Habéis dormido bien? ¿Qué tal vuestro dormitorio? Si necesitáis cualquier cosa...

—Es un dormitorio precioso —le contesta Irene por los dos—. Todo en esta casa es... Es...

Normal que se quede sin palabras. Estamos alojándonos en una puta mansión de la nobleza escocesa.

Laura se limita a sonreír con sinceridad. Ella siempre es amable y correcta, trata a todo el mundo con cordialidad y dulzura y siempre sabe qué decir. Es una maravillosa persona y a su lado sabes que todo va a salir bien, porque ella hará todo lo posible para que así sea.

—Es una hermosa casa, ¿verdad? —comenta ella, sentándose en uno de los sillones, dejándose más bien caer—. George estaba enamorado de ella desde niño. Y no me extraña. La primera vez que vine, pensé que tendrían que llamar a seguridad para sacarme de aquí.

Irene y yo nos reímos con la anécdota mientras todos los niños hacen su aparición en la sala, correteando aquí y allá, toqueteando todo y jugando con lo que pueden.

—¿No tenéis miedo de que puedan romper algo? —pregunto, viendo la que están armando ahora entre los gemelos y Damica, que parece que se les une en cada travesura que planean.

—No hay nada de valor que puedan romper —nos dice ahora George, que ha entrado también en el salón y se sienta en el reposabrazos del sillón de su mujer.

Se dan un beso breve, como si extrañaran haber estado unos segundos separados.

—Todo lo que había de valor artístico lo retiramos y lo llevamos a diferentes salas de arte y museos. Otras cosas las dejamos en residencias que están abiertas al público la mayoría del año porque no residimos allí. Esta casa es para vivir y así decidimos que quedara —nos explica Laura, ampliando la información de su marido.

—Vaya, es buena idea —comenta Irene.

—Era la única válida si queríamos disfrutar de la casa y no ser esclavos de ella —dice George, y mira de nuevo a su mujer—. No queríamos vivir en un museo, ¿verdad, princesa?

Ella asiente y besa de nuevo a su marido sin dejar de sonreír.

No sé por qué pero creo que la idea de una casa funcional es de ella.

—¿Dónde está la pequeñuela de mi vida? —pregunta Alex entrando en el salón junto a Carol.

Ésta lleva en brazos a Robert mientras que su padre se agacha para que Damica se lance encima de él, tirándole al suelo incluso. Ríen en la cara alfombra del salón junto al resto de niños, incluido ahora Robert, que se lanzan en plancha encima de Alex.

—Mi marido disfruta más que los niños —se queja con gracia Carol, sentándose con nosotros sin perder de vista la escena. Entonces nos mira a nosotros—. ¿Qué tal? ¿A que la casa es preciosa?

—Sí que lo es, sí —reconozco.

—¡Tenemos hambre! —gritan Alex y los niños desde el suelo todavía, incitados por el primero.

Todos reímos con aquello porque creo que estamos pensando lo mismo que ellos.

—Podemos ir preparando algo de desayuno mientras llega el resto —propone George, besando la frente de Laura poniéndose en pie.

Su hija Seelie se echa a correr hacia él y se abraza a su cuerpo como puede, haciendo que George se derrita de amor al instante.

—Te acompaño a la cocina —le dice Laura levantándose también—. ¿Podéis ir diciendo a todos cuando lleguen que se pasen por el comedor? —nos pide.

Irene y yo asentimos mientras Carol se levanta a ayudar a su marido con toda la jauría de niños que siguen encima de él, jugando y riéndose.

—Se le dan genial los niños —le comento a Irene en cuanto nos quedamos solos de nuevo en la sala, nada más que Alex sale y se lleva a todos cual flautista de Hamelin.

—Sí, eso parece... —responde, volviendo a su sequedad de estos días.

—Ire, ¿vas a contarme qué sucede? —le pido directamente—. ¿He hecho o dicho algo para que te enfades conmigo?

Ella ni siquiera me mira. Lleva días molesta y todavía no entiendo bien por qué. No consigo recordar cuál fue la conversación que desencadenó todo esto aunque no he dejado de pensar en ello. Seguimos... estando, que no es poco. Dormimos juntos, sí, pero cada uno en un lado de la cama, sin tocarnos siquiera. Ella parece estar todo el día enfadada, o triste, o... Y no entiendo nada. Le he pedido mil veces ya que me lo explique para, al menos, poder pedirle perdón e intentar rectificar. Es duro ser pareja en este mundillo, todos se meten en tu relación, inventan mil cosas... Pero nosotros lo llevábamos más o menos bien.

Hasta que de repente...

—Da lo mismo, Hèctor —es lo que responde ella.

—A mí no me da lo mismo —y cojo su mano, la cual al menos no me retira—. Dime lo que sea que haya hecho. Quiero tener al menos la opción de pedirte disculpas. ¿Ha sido por lo que dije el otro día de pasar fin de año en la playa? Porque también nos podríamos ir a...

—No, no es eso —me corta.

Y ese suspiro me inquieta más aún que su respuesta.

—Ire, por favor, dime algo. Dime qué puedo hacer para que vuelva a ser todo como antes. Te lo ruego. Yo... Yo te...

Ella entonces me mira. Por fin.

—Tú, ¿qué, Hèctor? —pregunta con voz tranquila.

Pero sus ojos no desprenden la misma calma.

¿Qué es lo que puede estar sucediendo? ¿En dónde fallé?

—Quiero que todo... —comienzo a decirle pero ella suelta mi mano y se levanta—. ¿Dónde vas? Estábamos hablando. Al menos quédate e intentemos...

Ni siquiera contesta. Sale de la habitación con prisa y me deja solo, mucho más solo que nunca.

Sé que algo estoy haciendo mal y no quiero perderla. Pero ya no sé cómo hablar con ella.


Resist (with love)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora