Confesión

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La calle estaba perpetua en su silencio. Los gritos se habían detenido, los poemas también.

La noche estaba cada vez más fría. La luna había vuelto a la normalidad, y las personas escandalizadas en sus casas ya habían vuelto a dormir. Que caótico fue, que incluso ese silencio se sentía peligroso.

La señora Jung, de la esquina, volvió a su cama, incapaz de conciliar de nuevo el sueño. Y el pequeño Baek, de la casa al lado de Jungkook, apretó entre sus manos su manta, no sabiendo qué esperar de todo el ruido que había oído afuera.

Sin embargo, el antejardín de los Kim, escenario de aquel alboroto, ahora se hallaba mudo. Kim Taehyung, después de ver a la figura rubia que, hacía unos meses añoró tanto, desvanecerse en la oscuridad de la madrugada, solo pudo caer sentado sobre la maleza junto a Jeon Jungkook, que aún borracho, pero indudablemente más cuerdo, sólo pudo mirarlo, con la perplejidad que ameritaba, pero también con aquella calma que, descarada, le invadió al darse cuenta de lo que hizo por él.

¿Cómo era que todo eso había sucedido? Ese idiota rubio confrontándolo. Taehyung defendiéndolo.

¿Defendiéndolo, en verdad?

«Déjanos» , esa había sido la palabra que utilizó.

¿En verdad él...?

Oh, dios.

¿Todo esto era real?

Lo miró fijo, sólo pudiendo detallarlo. Realmente, solo logrando hacer eso.

El frío quemaba su piel. Tenía su rostro rojo. Le encantaría decir —estaba borracho, no loco— que después de que aquel chico rubio, cuyo nombre era Jimin, se fuera, Taehyung se volvería a él y le diría algo. Lo que fuera. Él esperó, y esperó, y esperó. Taehyung lo había defendido por una razón. Mínimo e iba a gritarle, a exigirle respuestas, lo que fuera.

O al menos, eso esperó.

Pero Taehyung no dejó de mirar hacia la calle vacía. Como perdido, confundido. Y sólo permaneciendo así.

Pensó que tendría que hallar la forma de levantarse e ir a hasta su casa. Aún no digería la locura que había hecho, y mientras no lo hiciera, podría seguir tranquilo. Todavía estaba mareado, y no podía fijar la vista sin que todo diera vueltas.

Sin embargo, antes de tomar un vago impulso para incorporarse, Taehyung bajó la cabeza y lo miró, de reojo.

Entonces el cuerpo de Jungkook dejó de funcionar. Su corazón, en su cavidad, pegó un brinco violento.

Vio como su boca se abría. Sin embargo, en los primeros segundos, solo salió vapor de su aliento.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —musitó después, con la voz temblorosa.

Jungkook lo fulminó, con el corazón latiendo amplificado en sus oídos, y cruzó los brazos. Oh, bien. ¿Qué decía ahora? ¿Su boca se arreglaría para hacerlo?

Pero Taehyung, sin esperar una respuesta, se dejó caer al césped de espaldas. Cuando su cuerpo, agotado, descansó en él, cerró sus ojos. Entonces Jungkook pudo ver su rostro. De hecho, no pudo hacer más. Su estómago tenía un nudo indescifrable y su corazón parecía pelear con sus costillas para salirse. Y quizás fue la noche, o el alcohol en su organismo, pero sólo mirándolo, le pareció por poco el ser humano más hermoso que nunca había visto. Su persona aturdida sólo agudizó su vista. Sus facciones brillaban contra la luz de la luna, sus mejillas aún rojas resaltaban y se engordaban un poco en sus finos pómulos. Y ni hablar de sus labios.

Se relamió los propios, intentando no mirarlos mucho. Por la situación en la que estaban, no debía hacer alguna estupidez como... pedirle que lo besara o algo así...

Enemigo «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora