90% Piernas, 10% Picardía

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Ese primer lunes del último año escolar de Jeon Jungkook fue probablemente el más extraño y frustrante que tuvo en su vida.

Todo había comenzado en la mañana. La incertidumbre que hizo de su estómago un nudo por su curioso vecino de enfrente no lo dejó desayunar bien. Su madre lo miró extraño por estar tan distraído, y su padre sólo se encogió de hombros al mirar la reacción de su mujer.

No mejoró una vez se montó en coche de Namjoon (conducido por Hoseok, ya que el primer mencionado, dueño de un par de hoyuelos matadores en ambas de sus mejillas, no sabía conducir, por lo cual su regalo de medio curso había sido más para Hoseok) porque solo pudo mirar ansioso por ambas de las ventanas traseras buscando alguna cabellera azul y unos pantalones ajustados.

A veces pensaba que era una broma.

En realidad, estaba más que convencido de que todo lo que había visto por su ventana, hacían ya un par de días, era falso, y una vez entrara en el instituto se encontraría con el inerte, y tímido Taehyung con el cabello castaño enmarañado en sus ojos.

El Taehyung que claro, era marginado y humillado en los pasillos.

Por su culpa.

Por tu culpa.

Sacudió la cabeza, con el viento golpeando su rostro, y se concentró en lo realmente importante. Encontrar a Taehyung, y ver qué clase de criatura extraña era ahora. Si es que se había convertido en una.

Llegaron puntuales al campus, cuando Hoseok estacionó. Aquel trío dinámico salió entonces del auto, brillando como la sensación que siempre eran. El reflector silencioso de la atención se enfocó en ellos, como solía ser, y las miradas fascinadas fueron su público. Sí, era un poco injusto que los tres tipos más patanes fueran los más calientes, ¿pero se podía luchar contra esa corriente? La comunidad de aquel distrito sólo podía agradecer que sus virginales orbes pudieran contemplar tremendos adonis. Jungkook no era la atracción principal, nadie opacaba a nadie. La mirada penetrante y la sonrisa ladeada sensual de Jung Hoseok ponía a cualquier chica —y chico— a sus pies con solo un parpadeo, y al menos cada chica de aquel lugar se había ahogado en alguno de los hoyuelos de Kim Namjoon, que con su altura y sus guiños mortales era, seguramente, sus distracciones en clase. Era injusto como el infierno que los rostros más hermosos albergaran a los lobos más feroces, pero la balanza se equilibraba cuando incluso las apariencias más rudas conservaban los corazones dóciles.

Esa era una lección que Jungkook aprendería.

Y lo hizo, en parte, cuando una motocicleta ruidosa se hizo su camino frente a ellos, perturbando el aura de admiración, y llevándose sin un poco de sutileza la atención que les había pertenecido. El trío dinámico, con cada miembro, quedó atónito siguiendo aquel vehículo negro, que llevaba dos personas a bordo, y estacionó unas casillas más allá de la de ellos que habían tomado.

El pasajero de atrás, bien aferrado a la cintura del conductor, se soltó casi a regañadientes y fue el primero en bajarse. Los skinny jeans negros se ceñían con cariño en sus piernas largas (esas tenían que ser las piernas más largas y deliciosas que Jungkook vio en toda su jodida existencia, jodido jesucristo) Y su camiseta blanca, delgada, dejaba nada —¡maravillosamente!— a la imaginación del público. Si no fuera porque llevaba una chaqueta de cuero, digna de la motocicleta en la que arribaba, podrían llamarle exhibicionista, y aprovechado por alterar el hambre del pueblo.

Sin embargo, nadie, ni una sola alma de aquel instituto pudo prepararse para lo que les esperó una vez aquella figura sensual se quitó el casco.

Ni siquiera Jungkook, que había estado pendiente.

Enemigo «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora