Era extremadamente tarde y sabían que debían irse ya a casa, pero ninguno quería.
Se encontraban tirados sobre una toalla enorme que el abuelo de Gael les había dejado al final del paseo, porque él también fue adolescente en su tiempo y sabe que cuando estás enamorado, se te olvidan las cosas.
Malia descansaba sobre el cuerpo de Gael, mientras éste brindaba pequeñas caricias a lo largo de su espalda; ella de vez en cuando dejaba algún beso en su pecho, cuello y barbilla.
Malia suspiró y un escalofrío recorrió su cuerpo a causa de un leve viento que la hizo temblar, no solo a ella, sino también al joven sobre el que estaba acostada.
— Creo que debemos irnos ya, Lia, no quiero que enfermes.— murmuró Gael besando su cabeza.— Además, seguro que Salem te echa de menos.
— Tienes razón.— suspiró Malía incorporándose apoyando las manos en la toalla. Gael la miraba atento, se había quedado en una pose que le recordaba perfectamente a una sirena tratando de encantarlo.
La luna se alzaba tras su amada, creando un aura luminosa a su alrededor. Su pelo estaba todo revuelto a causa de haberse bañado y se veía increiblemente sexy con solo unas braguitas puestas. Gael tuvo que tragar duro y se incorporó sobre sus codos, intentando reaccionar ante su ensoñamiento con la chica, pero le fue un poco inútil porque ahora la tenía más cerca. Admiró su rostro, el cual tenía los ojos muy brillantes y una sonrisa divertida en su rostro.
— Tierra llamando a Gael.— canturreó la chica.— ¿Todo bien por ahí? — dijo ella dando un leve golpecito en su cabeza.
— Oh vamos, no te rías de mí, sabes perfectamente lo que estás haciendo.— dijo Gael apartando la mano de la joven y tirando de ella hacia él.
Sus rostros quedaron a centímetros y Malia no pudo sentirse más nerviosa. Creía que su corazón le saltaría del pecho y correría lejos de ella para poder respirar tranquilo. Gael la abrumaba demasiado, su simple presencia le causaba sensaciones extrañas, pero le encantaba. Y cuando se acercaba demasiado, simplemente tenía que recordarse a sí misma que debía respirar.
Esta vez fue Gael quién sonrió y la miraba divertido, y es que la joven se encontraba mirándolo como antes él la había estado mirando, así que decidió jugar un poco.
— Tierra llamando a Malia, ¿todo bien por aquí? —dijo colocando su mano en la parte trasera de su cabeza y acariciándola levemente con su pulgar.
— Uhm...— Malia agitó levemente la cabeza intentando reaccionar e intentó incorporararse de nuevo, pero la mano de Gael en su cabeza lo impidió.
— No sin antes darme un beso, preciosa.— murmuró Gael. Y es que tenía ganas de besarla, muchísimas, pero quería que siguiese siendo ella quien tomase la iniciativa, quería aprovechar al máximo a la Malia sin miedo que había encontrado esta noche.
Malia sonrió mordiéndose el labio y se acercó hasta los suyos, pero no lo suficiente para que fuese un beso, solo un pequeño roce.
— Si lo quieres... ven a por ello.— susurró en sus labios y, aprovechando el ensoñamiento de su amante, se levantó rápidamente y corrió lejos de él.
Cuando Gael consiguió reaccionar no pudo evitar soltar una risita ante la situación y corrió tras ella. Cuando la alcanzó, la abrazó fuerte de la cintura y comenzó a darles vueltas, como si fuese una película romántica antigua.
Posó a Malia en la arena de nuevo y esta se giró, abrazándole por el cuello. Ambos intentaban calmar sus alientos por la carrera y la risa que habían soltado y, quizás, se les siguiese escapando alguna leve risilla aún.
— ¿Puedo tener ya mi beso, preciosa? — Sonrió Gael. Malia soltó una pequeña risilla y se acercó a sus labios de nuevo, rozándolos.— No vuelvas a escaparte.— se quejó Gael apretando un poco el agarre de su cintura.
— Oh, cállate ya.— dijo Malia divertida y le besó antes de que pudiese regañarla por haberlo mandado callar.
El beso era lento y sin prisa, como lo había sido toda la noche, lenta, sin prisa, disfrutándose el uno al otro al máximo.
Gael cogió a Malia en cuello y caminó con ella hasta donde se encontraba la toalla con sus ropas. La joven soltó una pequeña risita en sus labios y se separó rompiendo el beso.
— Debemos irnos, princesa, empieza a enfriar.— le recordó Gael y la posó.
— Lo sé, lo sé, solo me hizo gracia la situación.— sonrió.— Eres un buen amante.— dijo esta vistiéndose y Gael no pudo evitar sonreir mientras terminaba de vestirse.
Cuando ambos terminaron, recogieron la toalla y fueron a despedirse de los abuelos del chico. Se dirigieron al coche y condujeron a casa de Malia.
Ambos estaban agotados, así que durante el viaje no cruzaron palabra, pero sí unas cuantas miraditas y sonrisas. Era cómodo poder estar en silencio con alguien, poder pensar tranquilamente y que el otro no se moleste porque evadas tu mente.
Habían llegado a casa y ambos fueron directos al dormitorio, aún sin hablarse. Lavaron sus dientes juntos y luego se pusieron los pijamas. Cuando estaban a punto de entrar en la cama, Malia sonrió al ver a Salem dormido en la parte baja de la cama.
— Misterio resuelto.— susurró la joven y acarició la cabeza de su adorable minino.
Gael mientras tanto se acostaba al otro lado y miraba cómo Malia acariciaba a Salem. Gael no era muy de animales, pero este se había ganado su corazón, sobretodo por las adorables imágenes que tenía de Malia gracias al animal.
Malia decidió acostarse por fin y se abrazó a Gael, como cada noche, apoyando su cabeza en el pecho de éste.
— Buenas noches, nena.— dijo Gael besando después sus labios levemente.
— Buenas noches, amor.— murmuró Malia durmiéndose al instante.
Una sonrisa había crecido en el rostro de Gael al oirla llamarlo "amor". Nunca antes le había llamado así, nunca antes había usado un mote cariñoso con él y estaba muy feliz por ello, aunque seguramente ella ni se acordase al día siguiente... pero él sí lo haría.