Gael Avallon odiaba ser interrumpido. Cuando estaba dictándole a su asistenta una serie de información que debía buscar, la puerta del ascensor se abrió.
Este levantó la mirada del escritorio de su secretaria hasta las puertas del ascensor y se encontró con un par de ojos grises mirándole nerviosos, un pelo castaño recogido en un moño bastante desordenado y unos rosados labios, el inferior mordido levemente por unos blancos pero no perfectos dientes.
Comprobó la hora en su reloj y decidió dejarla pasar a su despacho a pesar de que había llegado unos minutos tarde, ocho, para ser precisos.
Gael terminó de darle indicaciones a su secretaria y entró en su oficina arreglándose la manga de su americana negra. Observó a la pequeña chica mirando a todos lados curiosa, con ese toque de nerviosismo que no había desaparecido desde que se había despertado esta mañana.
Cerró la puerta con cuidado y carraspeó ocasionando un bote como respuesta de la pelinegra. Esta se giró un poco sobre su eje para mirarlo, ya que las sillas daban justo la espalda a la puerta y la única que estaba de frente a esta era la del gran empresario.
— Llega un poco tarde, ¿lo sabe...— dijo Gael acercándose a su silla y miró la carpeta amarilla que tenía delante. Ojeó los folios por encima y luego miró a la chica.—... señorita Flores?
— Lo lamento mucho.— contestó Malia apenada y tomó una gran bocanada armándose de valor para hablar.— Tuve un pequeño contratiempo.
— Ya veo.— dijo Gael analizando mejor a la muchacha. Su pelo estaba echo un desastre y sus mejillas rojas debido a la carrera.— ¿Quiere un vaso de agua?
— Por favor.— contestó ella mordiendo leve su labio. Era un tic que tenía desde muy pequeña. Dos años después de empezar el instituto había decidido ponerse un piercing en el labio para así dejar de morderlo y jugar con el arito. El problema de su plan fue que hacía ambas cosas y ahora le había quedado la marca de haber estado ahí por tanto tiempo.
Gael se levantó de su silla y se acercó a la máquina de agua de su despacho. Sirvió un vaso con agua fresca y se acercó a ella, dándole el vaso mientras se apoyaba en la madera de su escritorio. En frente de ella.
— Muchas gracias.— murmuró Malia tomando el vaso y dándole un pequeño sorbo. Se sentía en la gloria al sentir aquel frescor bajando por su garganta.— Tuve que venir corriendo hacia aquí, siento haber llegado tarde, no volverá a ocurrir, lo lamento.
— No te preocupes, he visto que vives realmente lejos, en el complejo de edificios de las afueras... no parece ser un buen barrio.— comentó Gael con sinceridad, no iba a engañarse, le preocupaba que ella fuese una delincuente como todos los que habitan esa zona.
— Es... es lo único que puedo permitirme, si me voy acercando al centro los precios empiezan a subir.— miró a Gael, estudiando su expresión y pudo adivinar lo que pensaba.— No soy una delincuente, señor Avallon.
— Si consigue superar las pruebas ya hablaremos de su vida, superficialmente, estese tranquila, no quiero invadir su privacidad, a no ser que me deje... solo quiero saber quién estará trabajando para mí, espero que lo entienda.— contestó mirándola con ojos intensos y curiosos. Malia se sentía intimidada, no solo por la mirada, sino porque estaba de pie mientras que ella estaba sentada y se veía mucho más alto de lo que ya era.
— Claro, lo entiendo y... gracias de nuevo por el agua.— terminó su vaso y Gael fue a tirarlo para volver a sentarse en su silla.
— Está bien, comencemos, señorita Flores.
