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— ¿Se puede saber qué hace aquí, señorita Flores? — dijo Gael notoriamente molesto.— Creí haberle dicho que no viniese a trabajar.

— Vamos... no me hables así después de lo de anoche y esta mañana... — murmuró Malia.

— Aquí soy tu jefe, Malia, no puedes desobedecerme.— suspiró. No quería sonar duro con ella, pero necesitaba dejar las cosas claras.— Siéntate en el sofá y descansa, por favor.

— Quiero trabajar.— se quejó la joven.

El empresario hizo un gran esfuerzo por no rodar los ojos y llevó a la chica hacia el sofá de su despacho. Ambos se sentaron en este y Gael le dio la espalda quitándose la americana.

— Solo los hombros.

Malia asintió sonriente. Odiaba no poder hacer nada, y odiaba aún más faltar en su trabajo. Se sentía una inútil, que no merecía su sueldo. Necesitaba saber que servía para algo, quería sentirse realizada por ella misma y agradeció en silencio que Gael la haya dejado trabajar, aunque sea mínimamente.

— Mhm... ¿y si mejor te tumbas en la camilla? Puedo ponerme de rodillas sobre esta para hacerte mejor el masaje... además, necesito mis aceites y que te quites la camisa.

— Joder, Malia, te estoy dejando trabajar cuando no deberías si quiera haber venido.— dijo este girándose frustrado y alterado.

La morena sintió un leve pánico instalarse en su cuerpo por la actitud que había tenido el empresario. Sabía que no quería que estuviese allí por lo del esguince, pero ella no lo consideraba tan grave.

— Siento haberte hablado así.— se disculpó el empresario revolviendo su pelo.— Estoy dispuesto a dejarte trabajar hoy, pero no quiero verte pisar la empresa en lo que queda de semana, ¿entendido? — dijo ahora más calmado. Malia asintió y se agarró al empresario cuando éste la cargó hacia la sala. Posó a la chica en la camilla y se quitó la camisa.

— Quita esa mirada burlona de la cara.— gruñó Gael, aunque en el fondo, se notaba que se estaba divirtiendo con la situación.

— No le miro de ninguna manera, señor Avallon.— actuó Malia aguantándose la risa.

El empresario cogió un bote de aceite y se lo pasó a la chica. Con dificultad se colocaron ambos sobre la camilla, quedando Gael bocabajo y la chica con sus rodillas a cada lado de su cintura.

Cuando Malia empezó a hacer el masaje, pudo ver lo tenso que se encontraba el pelinegro con esta situación... o tal vez lleva arrastrando el estrés desde anoche cuando la encontró empapada en medio de la calle a punto de subirse al coche de un desconocido.

Eso le hizo acordarse de que Tobias le había dado una tarjeta con su número y que ella la había guardado en la chaqueta de Gael como si fuese la suya.

Debía recuperar ese papel antes de que Gael lo viese, no quería una mala reacción por su parte. Así que, en cuanto terminó el masaje y vio que Gael se había quedado dormido, se acercó cojeando a su despacho y rebuscó en la americana que estaba doblada sobre la mesita de café del despacho.

Adentró la mano en el primer bolsillo que tuvo a mano y no encontró nada, probó en el otro y cuando iba a sacar la tarjeta, una fuerte mano rodeó su muñeca.

— ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? — rugió la voz a sus espaldas.

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