La verdad sobre el hada de los dientes

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¿Alguna vez has escuchado esa vieja historia sobre el hada de los dientes? Por supuesto que la has escuchado, ya lo creo que sí. Todos lo hemos hecho, ¿no? Una simpática criatura que deja monedas a los niños a cambio de sus dientes de leche. Ya lo creo que nuestros padres se lo pasaban en grande al contarnos todas esas fantasías. Para ellos, no hay nada como la ilusión en las caritas de sus retoños cada vez que descubren una moneda bajo su almohada.

Sé lo que estás por decirme ahora. Claro, que no es más que una fantasía inocente. Quizás viste a tu papi o a tu mamita entrando alguna vez en medio de la noche a tu habitación, y luego sentiste una mano gentil que deslizaba el esperado tesoro bajo tu cabeza.

Me gustaría decir que yo también tengo un recuerdo así. Pero lo cierto es que, lo que vi aquella vez cuando tenía solo siete años de edad, me perseguirá para toda la vida.

Y eso es algo que no le deseo a nadie.

Recuerdo el día con total claridad, a pesar del tiempo que ha pasado. Uno de mis dientes frontales se había caído y yo estaba henchido de auténtico orgullo por eso. Significaba que iba a recibir una brillante moneda que luego podría gastar en chocolatines. Pero no solo eso, también quería decir que estaba creciendo y pronto tendría una dentadura fuerte y perfecta.

Aquella noche cenamos patas de pollo con guisantes y puré de patatas, una de mis comidas favoritas. Te dije que lo recuerdo todo muy bien, realmente es como si hubiera pasado ayer.

Me puse mi pijama de superhéroes y mi madre acudió a darme las buenas noches.

—Que descanses, hijo —me dijo mientras me arropaba en la cama—. Duérmete y verás como mañana encuentras algo muy especial bajo tu almohada.

Me dormí, confiando en que sus palabras fueran ciertas. Debían ser pasadas de la medianoche cuando me desperté, alertado por unos ruidos extraños. Era como el ruido de un animal rollendo algo. Con encías muy, pero muy afiladas.

Parpadeé un par de veces antes de poder acostumbrarme a la oscuridad. El sonido se había vuelto más intenso. Yo estaba de cara a la pared y justo en ese momento, cometí el peor error de mi vida.

Voltearme.

Y fue cuando la vi. Una vieja horrible arrodillada a un lado de mi cama, me miraba con las cuencas de sus ojos vacías. Tenía una mata de pelo gris y sucio que le medio cubría el rostro, arrugado y de piel flácida. Pero lo más horrible, lo más espantoso de todo era su boca. Un agujero enorme que abarcaba la mitad de su cara, llena de hileras e hileras de dientes de diversos tamaños.

Tuve un acceso de nausea y terror en ese instante.

La criatura siseó algo y luego extrajó una mano de uñas largas y afiladas de debajo de mi almohada. Había encontrado lo que quería...

Ella existe. Pero no es tan amigable como cuentan.

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