Lo que habita en el bosque (Capitulo segundo. «Sam»)

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Samuel Henry Wollovitz era un hombre serio y dedicado a la cacería, difícilmente se metía en problemas y era más conocido por vivir con su hermana, una mujer delgada y de carne pegada al hueso, los más morbosos pensaban que había algo más que afinidad sanguínea entre ellos. Sam siempre entraba al bosque los fines de semana, cazaba liebres que después utilizaría para su consumo, los que sobraban los vendía al restaurante de paso que se encontraba 500 millas al sur de la carretera Hampshire. Un malhadado comedor que quedó marcado por servir comida contaminada y de consecuencias fatales. Un día antes de que Sam se extraviase, este se encontraba en el pub embriagándose como era costumbre, la gente ya lo notaba extraño desde ese momento y en el ambiente existía una sensación de desgracia que rondaba en los rincones de la localidad. Los pobladores se encerraban en sus casas de madera y de techos de lámina semi-picados, empezaban a marcar sus puertas con cruces rojas y pronto todos estaban rezando en lenguas en latín de difícil pronunciación. Había miedo; en el imaginario colectivo se creía que las podridas almas de las brujas aun rondaban el bosque y que de vez en cuando visitaban a la comunidad, buscando llevarse los espíritus de los más pequeños. La mayoría lo creía, nosotros no. Creo que tampoco Sam.

Cuando Samuel entró al bosque, la mayoría de los habitantes de la comunidad estaban aglomerados en la plaza central de Baker Hills. El líder comunal hacía honores a los muertos que veinte años atrás había dejado la otoñal brisa que trajo Octubre consigo, en un hecho sin precedentes y que dejo severamente lastimada a la población de Hills. El único doctor de la comunidad, Vincent Santos, atribuyó este fenómeno a los tóxicos de una vieja planta herbolaria que se mezcló en el oxígeno y que fue inhalada por un gran número de pobladores; siendo los más afectados el sector juvenil e infantil de la zona. Con el paso de los años, el número de víctimas se redujo notablemente, sin embargo; se podía apreciar a la vecinos de Hills utilizar cubre bocas en vísperas de Samhain.

Pocos fueron los testigos que observaron a Sam dirigirse al bosque, todos coincidieron que eran aproximadamente las cinco de la tarde, una hora inapropiada para la práctica de la cacería. Cargaba un rifle y no llevaba provisiones. Otro aspecto en el que todos concordaban era en la descripción de su rostro, lo trazaban como inexpresivo y con la mirada perdida, sus ojos aparentaban estar carentes de brillo e inyectados de indolencia. Enseguida él se internó en el bosque, el cielo se empezó a caer a pedazos, una torrencial lluvia azotaba solo al bosque, en la comunidad apenas y caían briznas del aguacero. Gente que vivía a las orillas del bosque, aseguró escuchar gruñidos de bestias rabiosas que provenían de las entrañas de las arboledas, los maderos de los troncos crujían y el viento soplaba tan fuerte que casi murmuraba lamentos. Mucha gente olvidó eso, o simplemente evitan traerlo de vuelta.

Se formaron grupos de rescate cuando Sam dejo de surtir al restaurante, cuadrillas cobardes iban solo en la mañana a buscar pistas que dieran con él, vivo o muerto. Una semana completa se le dedicó sin éxito, se le dejó de buscar cuando el grupo de hombres llegó a la zona límite, la parte prohibida del bosque, misma que se encuentra cercada con varias líneas de alambres de púas y letreros preventivos; encontraron su rifle de cacería muy cerca de la recta divisora, no había descargado un solo tiro. El pequeño colectivo sabía que ya nada se podía hacer, que la suerte de Sam estaba echada. Nadie que hubiera atravesado el alambrado de púas que divide al bosque, había sido visto de vuelta.

Los desalentados rescatistas tomaron el rifle y se encaminaron de vuelta a la comunidad, los cuatro sujetos comentarían después que se sintieron observados una vez que dieron la espalda a la zona prohibida. Ninguno de ellos tuvo el valor de voltear. Aseguraban sentirse desamparados y aterrados, caminaban con la mirada clavada en el camino. Más de uno creyó haber escuchado siseos inentendibles de la voz de Sam. Una vez fuera del bosque se dirigieron a la humilde morada del cazador, quienes con gran pena entregaron el rifle a su hermana. La destrozada mujer ya sospechaba el terrible desenlace; colocaron el arma sobre la mesa y se retiraron afligidos. Metros más adelante los hombres escucharon una detonación, la hermana del cazador se había volado la cabeza, su cráneo estaba esparcido en el techo de lámina de la paupérrima vivienda.

Desde ese instante todos guardamos silencio respecto a los hechos desgraciados, solos rumores que se perdían en el viento llegaban a oídos de los habitantes de la comunidad, a partir de ese día la gente se volvió más temerosa, adoptaron una postura fanatizada. Hacían misas y rituales extraños para mantener alejados a los supuestos espíritus del bosque. Cualquier manifestación "rara" pero de posible explicación, se convertía en un suceso sospechoso de magia negra. Comenzaron a tornarse violentos con aquellos que contrariaban sus ideas. Aunque cierto es que en los años próximos no hubo eventos que pudieran considerarse propios de la hechicería, y el bosque fue considerado por completo como una zona restringida. Gente que nos dedicábamos a la cacería y excursión éramos vistos con malos ojos, se nos señalaba de provocadores, pero jamás se metían físicamente con nosotros, teníamos una convivencia que rayaba en lo adecuado, pues fuimos los únicos que trabajábamos y manteníamos a flote a la comunidad. Un sector conservador había dejado de laborar para dedicarse por completo a cuidar a la congregación de las fuerzas provenientes de la espesura de los bosques. Era una especie de trato entre las dos corrientes ideológicas de la comunidad.

Pasaron siete años, y nadie hablaba en público de los sucesos que propiciaron los cambios en la zona. Hasta un día, en que rancios fantasmas del pasado volvían a anidarse en las mentes de los moradores y viejas interrogantes sin respuesta volvían a ser preguntadas a los habitantes. Un grupo de infantes que jugaba a asustarse con la historia de "las brujas de Hills" llegó a trompicones a mi morada. Uno de ellos me contó trastabilladamente que vieron una sombra escondida entre los árboles del bosque, del otro lado de la carretera de Himpshire, y que esta sombra les hablaba y hacía señas con las manos para que se acercaran a él, invitándolos a entrar al bosque. Los despavoridos niños corrieron atropelladamente en dirección contraria a la funesta figura, dejando a uno de ellos atrás, y hasta poco antes de encontrar mi casa, notaron la ausencia de éste. Entre sollozos pedían mi ayuda para volver por él. Sin dudarlo seguí a los críos hacía el punto en el que vieron a la misteriosa imagen del otro lado de la carretera. Debo confesar que los espacios que se formaban entre los troncos de los árboles formaban una obscuridad inmensamente profunda y abismal, mi vista se sumergía en esa lobreguez que parecía llamarme con siseos inestables y confusos, nunca estuve seguro si lo imaginé o si los demás niños lo escucharon también. Quiero pensar que era los lamentos y gritos de auxilio del pequeño Adam Clayton, quien desapareció esa tarde de Abril de 1880, cuando intentaba escapar junto a sus amigos de la terrible visión que se escondía en el bosque.

Esa misma tarde la comunidad se puso alerta, solo los familiares y amigos de Adam se internaron en el bosque para buscarle, conocía al padre del pequeño muy bien, un hombre dueño de la única refaccionaria del lugar, y mejor conocido en la localidad por haber golpeado a un representante del sector conservador de la comunidad. Estuve renuente a ir, creo que tenía temor y no estaba del todo seguro a que. Mi mujer que tenía meses de embarazo del pequeño Anthony, me apoyaba en mi decisión de no unirme a los grupos de búsqueda, pero un sentimiento de empatía para con Richard Clayton, el padre de Adam, nos embargó; sería nuestra próxima paternidad y entender el horror que significaría perder a un hijo lo que me hizo ponerme las botas y cargar mi rifle. Caminamos kilómetros en la espesura verdosa, sin siquiera encontrar una huella, una pista o señal que nos acercará a dar con el infante. Fue una frustrante jornada que terminó antes de que el sol se ocultase, Richard fue sacado a rastras del bosque, se negaba a volver a casa sin su hijo. Fue lo más dramático que me había tocado ver hasta ese momento.

Al día siguiente, me levanté sumamente tarde, una noche de pesadillas incesantes robaron mi descanso, soñé con el desconsolado Richard, recordaba sus uñas enterrándose en la negra superficie del bosque mientras era jalado por un par de hombres corpulentos, dejando las marcas alargadas de sus cinco dedos sobre la tierra. Sus gritos me despertaron de forma violenta. Un fuerte barullo proveniente de las calles me hacía levantarme de la cama, mi esposa dormía plácidamente a mi lado sin notar siquiera el carnavalesco escándalo. Salí de la casa para saciar mi curiosidad y observé a varios vecinos que caminaban apuradamente e iban en dirección a la plaza central de la comunidad. Tomé del brazo a la más robusta y lenta, le pregunté a que se debía tanta agitación.

-"Es Samuel, ha vuelto. Dicen que está poseído".

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