Hospital Psiquiátrico Barbacena (Capitulo II)

11 2 1
                                    

Cuánta razón tenía Ángel, ahora es que comprendía su preocupación, pero sus intenciones nunca fueron malas, era el único centro psiquiátrico de la ciudad y pensó en mi cuando supo de su existencia.

Un sin fin de brutalidades han desfilado frente a mis ojos desde mi llegada ¿Por dónde empezar?

Los enfermos están en pésimas condiciones, son golpeados constantemente por el personal que labora aquí, mayormente por los enfermeros. Muchos de estos pacientes están desnudos, y los que tienen prendas, son andrajosos harapos; la explicación de mi jefe es la falta de apoyo gubernamental. Todos los enfermos lucen sucios, no son aseados con frecuencia, (solo cuando en rara ocasión algún pariente se acerca y se les "presta" a los enfermos un juego limpio de ropa para evitar el reclamo de los familiares). Una manguera de presión que dispara chorros de agua fría se encarga de lavar sus descarnados cuerpos. La mala alimentación los ha hecho perder la poca grasa corporal que ya algunos aquejaban, he sorprendido a más de uno ingiriendo insectos y lombrices extraídas de la tierra.

Como les he comentado, la visita a los enfermos es casi nula, solo he presenciado dos, y cuando estos llegan tienen que hacerlo con previo aviso. Esto para maquillar los descuidos sobre el paciente, la visita se realiza en un cuarto que se encuentra en un área alejada de los horrores del sanatorio. Sospecho que la gente sabe que sucede, no son tontos, simplemente no les importa, ven a todos estos locos como gente sin posible compostura y reinserción social. Probablemente el Doctor Bahía tiene que ver en esto, en el silencio de los que visitan el hospital. La influencia de este personaje en la ciudad es impresionante.

La mayoría de los enfermos mentales eran gente sin hogar, muchos que vagaban por las calles de Barbacena, (eso explica la inasistencia familiar) también influye el hecho de que el alcalde buscaba limpiar las calles de Minas Gerias, los locos callejeros de la ciudad y de todo el Estado terminaban aquí.

Ha habido cosas que me han impresionado mucho. En una ocasión, un enfermo que padecía diabetes y al que conocían como "Matildo" fue a caer en una zanja dentro del patio del instituto. Sufrió una herida en la pantorrilla que no cerraba por su enfermedad.

Me encontraba con el Doctor Bahía, revisábamos los ingresos de pacientes de ese año cuando una enfermera robusta entró a su oficina y le solicitó su presencia en la sala de enfermería. Me pidió Bahía que lo acompañara. La sección de la enfermería del hospital estaba muy deteriorada, no tenían ni los productos básicos para limpiar y desinfectar heridas. Una vez que llegamos apreciamos a Matildo sentado sobre una camilla, de su cortada brotaba el líquido espeso del pus, pequeños puntos amarillentos ya caían sobre el suelo de la enfermería. Brener observaba la situación, se agachaba para ver la herida infectada de Matildo, se enderezaba y colocaba sus manos sobre la espalda baja, como meditando los hechos; buscaba la mirada de todos los ahí presentes, después dirigiéndose a la enfermera que le buscó en su oficina, le ordenó que cortara inmediatamente la pierna del paciente.

La enfermera no titubeó, intenté salir del cuarto pero la atenazante mano de Brener sobre mi brazo me impedía moverme del lugar, me sugirió quedarme para "desensibilizarme".

Dos fuertes enfermeros (uno de ellos Hélio) inmovilizaban a un confundido Matildo, acto seguido la robusta enfermera se ponía en cuclillas y con segueta oxidada en mano empezaba a serruchar a diez centímetros por encima de la herida del loco; los gritos de Matildo retumbaban en los cristales del cuarto, sus lágrimas rodaban rápidamente por sus mejillas, el traje blanco de la enfermera mostraba salpicaduras de sangre fresca, sentía que el estómago se me revolvía.

Matildo terminaba extenuado y pálido, había perdido mucha sangre pero sobrevivió, las condiciones para él ahora eran complicadas, siempre me lo encontraba arrastrándose por el asqueroso piso del hospital.

Historias de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora