Tengo una llamada perdida de mi propio número

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Detesto hablar por teléfono.

Las pausas impredecibles, el no saber como terminará la conversación... además, ¿quedarse hablando con alguien por una hora entera? ¡Es algo que me aterra! Por ese motivo siempre mantengo mi teléfono en silencio, suponiendo que quien tenga algo importante que decirme, podrá enviar un mensaje o dejarlo en el correo de voz.

Esa tarde de domingo, mi celular permanecía silenciado mientras lavaba los platos. Un rato más tarde, cuando lo encendí para verificar la hora, me di cuenta de que había una llamada perdida desde las 7:24 pm... y enseguida, vi algo que me heló la sangre.

La llamada había venido desde mi propio número.

«¿Eso es posible?», le pregunté en mi cabeza.

Una búsqueda de Google despejó mis dudas. Parecía ser que algunos estafadores imitaban el número de sus víctimas para forzarles a que contestaran. Genial. Arrojé el portátil en mi cama y me fui a dar un baño.

Al salir, vi que había otra llamada perdida de mi número. Y habían dejado un correo de voz.

«Seguramente el estafador volvió a llamar», pensé con ironía. Oprimí mi buzón de voz y escuché con atención.

¡PAM!

Lo primero que oí fue un sonido sordo que hacía eco a lo largo de la línea. Lo siguiente fue una estática que duró varios segundos. En el fondo, unos clics muy débiles, poco audibles...

Segundos después se oyó un crujido. La estática se desvaneció lentamente, hasta convertirse en un suave zumbido. Después escuchó una voz entrecortada, que competía con el zumbido. No entendía sus palabras, pero parecía que se trataba de una mujer. No fui capaz de distinguir si gritaba o lloraba.

Más de treinta segundos después...

—¡Detente!

Pude comprender esa palabra a la perfección. La habían gritado claramente, tal vez con enojo o terror. Era difícil saberlo. Lo que sí supe, sin lugar a dudas, fue quién la había pronunciado.

Esa era mi propia voz.

El audio se terminó. Solté mi teléfono y me senté en mi colchón, intentando comprender lo que había sucedido. «Tal vez se trate de algún fallo técnico», pensé, pasando una mano por al rostro. «¿Realmente era yo quién hablaba? Debe haber cientos de tipos que suenen iguales a mí... ¿no?».

La pantalla del teléfono se encendió. Acababa de recibir un mensaje de texto.

Lo tomé, con manos temblorosas. Era un mensaje de mi propio número. Y lo único que contenía, eran cuatro palabras con letras mayúsculas:

NO ABRAS LA PUERTA.

«¡Vaya ridiculez», pensé, nervioso, «¿esto que quiere decir? Obviamente tendré que ir a abrir la puerta en algún instante. Mañana debo ir al trabajo y...»

El aire acondicionado se prendió y entonces un ligero zumbido inundó el dormitorio.

Clic, clic, clic...

Oí unos pasos con zapatos de tacón, resonando en el pasillo exterior. Entonces...

¡PAM!

Alguien golpeó mi puerta principal.

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