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—No te vas a creer esto —dijo con emoción, en cuanto Didiane cogió la llamada

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—No te vas a creer esto —dijo con emoción, en cuanto Didiane cogió la llamada. Era de noche, pero no era impedimento para contarle lo que había ocurrido.

—¿Qué? Habla ya. Debe ser muy importante si me despiertas a medianoche. —Bostezó.

—Es él, Jadon es el niño del jardín —reveló recordando la conversación que había tenido.

—¿Qué jardín? —preguntó aún somnolienta, aunque al cabo de unos segundos, reaccionó y comprendió lo que le decía, —. Nooo. Imposible. ¿Es él?

—¡Es él! —repitió con mayor entusiasmo.

—Tu primer amor, tu alma gemela, tu novio —chilló sin poder contener el asombro—. Te lo dije.

—¿Puedes creerlo? Jadon, mi primer amor, ha vuelto... No se olvidó de mí.

—Pero, ¿cómo te encontró? —preguntó con curiosidad. Definitivamente, era mejor que las historias que veía en televisión.

Ocurrió que después de ese último ciclo escolar, Jadon no la volvió a ver. Había perdido las esperanzas y para ser sincero, jamás creyó volver a encontrarla hasta hace poco menos de un año, cuando la vio cerca de un hospital. Reparó en ella por el semblante abatido que tenía. Eso le hizo recordar su primer día de clases, lucía similar. Quiso acercarse a la mujer que aparentemente sufría, pero otra fémina se aproximó a ella —era Didiane, quien se había encargado de maldecir a Marty dentro del hospital por haberse atrevido a romper con su amiga—. Jadon se aproximó un poco para averiguar si se trataba de la niña que alguna vez había sido su novia. Y a pocos pasos, escuchó cuando la otra mujer la llamaba por su nombre. Nazli Lebel no era un nombre muy común. Era ella, podía asegurarlo. No hizo falta pensarlo más, las siguió y llegó hasta su morada. Meses después alquiló el apartamento de enfrente. Y no fue hasta el día que empezó el confinamiento, cuando decidió hablarle.

Marty llamó a Nazli durante la tarde siguiente. Sobre todo, porque tenía algo en mente que quería olvidar. No estaba del todo seguro de que fuera cierto, prefería creer que todo estaba marchando bien, que solo eran tontas ideas de una mujer preocupada por su amiga. Después recordó lo que observó cuando conversaron por videollamada, al hombre que lo miró con recelo afuera de su departamento y comenzó a sospechar.

—Leb, ¿cómo estás? —preguntó. Le aterraba decir otra cosa. Ni siquiera se atrevía a mencionar el tema que le inquietaba—. Estaba pensando en que cuando esto termine, podemos ir a cenar, quizá después nos pasemos por tu departamento. No sé, sería bueno poder festejar el final del confinamiento... ¿tienes planes para cuando esto termine?

—No sé, Marty. Esto, cada día se pone peor...

—Sí... esto... ¿Todo bien, Leb? —dijo ante la evasiva. Habría preferido no mencionarlo, pero se moría por dentro.

—Sí... Marty, debo colgar, es tarde y es probable que tengas mucho trabajo. Solo te estoy distrayendo...

—No seas así, Naz —la interrumpió con decepción—. Sé que pasa algo. —Marty caminó a lo largo de un pasillo poniendo buena cara frente a sus colegas, hasta que encontró una habitación vacía. Al cabo de unos segundos, se encontraba solo y con la puerta cerrada. Empezaba a desesperarse, un dolor como el que estaba sintiendo, jamás lo había tenido en una relación.

Aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora