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El mundo cambió cuando China informó sobre sus primeros casos registrados de neumonía detectados en Wuhan, confirmando la existencia de un nuevo virus que pronto iba a atemorizar a muchos

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El mundo cambió cuando China informó sobre sus primeros casos registrados de neumonía detectados en Wuhan, confirmando la existencia de un nuevo virus que pronto iba a atemorizar a muchos. El mundo cambió cuando el 11 de marzo la OMS declaró la pandemia a nivel mundial por Covid-19. Y cambió cuando los especialistas y los representantes en cada país, comenzaron a solicitar a la población que debían mantenerse en casa, para evitar los contagios masivos. Fueron días difíciles en los que el uso de la tecnología pasó a explotarse al máximo y en los que las debilidades de cada país se hicieron visibles. Cambió porque la humanidad reconoció que el ser humano es el peor virus que tiene la Tierra, y que la naturaleza y el resto de los seres vivos, están mucho mejor sin nosotros. También lo hizo porque fueron meses cargados de emociones. Hubo quienes aprendieron a hacer nuevas cosas y aprovecharon los días de confinamiento para ser más productivos, quienes ayudaron y actuaron como superhéroes o quienes incluso en tiempos difíciles, pudieron enamorarse.

Esto último ocurrió con Jadon y Nazli. Dos románticos que decidieron vivir el amor con tremenda intensidad, hasta el último día de sus vidas. Un amor trágico, casi tan trágico como el de Romeo y Julieta.

Aquella tarde antes de acudir a la residencia de Xavier, Jadon detuvo la motocicleta junto a un páramo. Frente a él se extendían extensos metros de terreno yermo y plano, a la lejanía se divisaban algunas montañas y por encima, una parvada de aves volviendo a sus hogares. Con anterioridad no habría sido una escena en la que le habría encantado estar, pero en ese momento, cualquier lugar le parecía digno de contemplar. Sabía que las manecillas del reloj seguían avanzando y que, con ello, sus posibilidades de continuar con vida se agotaban.

Suspiró y caminó sin prisa, presentía que ya no valía la pena hacerlo. Sin más, se dejó caer sobre la tierra colocando la réflex a su vera. Elevó las rodillas a la altura del pecho y recargó sus brazos sobre ellas, manteniendo la mirada al frente para observar la puesta de sol. Fue en ese momento cuando a su mente vinieron los recuerdos más preciados de su vida. Los evocó con añoranza e ilusión, pensando en lo afortunado que era. Había personas a las que la muerte los tomaba por sorpresa, pero él, por lo menos había tenido el tiempo para intentar asimilarlo.

A medida que el sol se iba ocultando, las lágrimas corrían por sus mejillas. Pese a haber tenido tiempo, lidiar con la muerte no le era para nada fácil. Sumido en sus pensamientos, escuchó por última vez el disparo de su Nikon y en cuestión de segundos, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, seguido de un prolongado suspiro.

Cuando en el cielo no quedó ni rastro del atardecer, se levantó con dificultad y con un ligero dolor en el pecho. Pero hizo caso omiso de él y volvió a su vehículo, poniéndose en marcha hacia la casa de Xavier.

—¿Jadon? ¿Qué haces aquí? Creí que habías dicho que no ibas a volver... ya sabes, por la relación de Zenda y mi esposa... —pronunció su amigo, mientras cerraba la puerta de su hogar para evitar que su pareja supiera que el hombre estaba ahí.

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