X.- El inicio de los malentendidos.

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Dos días después, Madara estaba en casa en lo que sería su primer día libre lejos de Anbu. Aún así había estado encerrado toda la mañana en la oficina leyendo los informes del clan, pero nada que no se pudiera resolver.

Izuna no había aparecido en lo que iba del día y sabía exactamente donde estaba, pero se había negado a pasarse por ahí después de haber entregado el reporte diario de los entrenamientos.

Luego de eso, ambos se habían presentado en la oficina del Hokage portando la máscara, bajo la excusa de que mientras portaran el uniforme, estaban obligados a usarla. Pero eran conscientes de que la verdadera razón era el no quererse delatar frente a las dos personas que trabajaban muy amistosamente y las cuales eran la razón de que ahora no pelearan tanto entre ellos.

Suspiró, secando sus manos una vez terminó de lavar los platos que había utilizado antes en el desayuno. Llevaba un simple kimono azul marino con el cabello recogido nuevamente; se le estaba comenzando a hacer costumbre tener el cabello atado por la comodidad que le daba en los hombros y el cuello, se sentía más fresco.

Incluso estaba considerando la idea de cortar su cabello, pero no podía, su cabello era parte de él; sería como si asesinara a su propio hijo.

La tetera se escuchó de fondo, sacándole un suspiro cansado mientras caminaba a paso lento hacia la estufa. No le gustaba el té, pero últimamente había comenzado a sentir molestar en su garganta luego de haber estado gritando dos días sin parar a los nuevos ingresados a ANBU.

Se preguntaba qué estarían haciendo los chiquillos ahora, ellos también tenían el día libre, aunque no eran chiquillos, pero él era el mayor de todos y no podía verlos como adultos, mucho menos a Obito.

Una sonrisa de lado se apoderó de sus labios recordando al niño aparatoso. Se la había pasado gritando durante los entrenamientos que sería el Hokage; precisamente el cuarto. Porque según su lógica, Madara sería el segundo y Tobirama el tercero. Aunque Madara se la había pasado negándose a tomar el puesto del segundo Hokage, Obito parecía convencido de sus propias palabras.

El niño le agradaba, era tan diferente a los demás Uchiha's en el clan, incluyéndose. Obito era toda una bola de energía y chistes malos, pero lo hacía sentirse cálido. Le recordaba mucho a cuando Izuna aún era un niño pequeño que lo seguía a donde fuera, lo invitaba a jugar o lo retaba a competencias de ver quien era el más fuerte. Pero aún así, todos los niños del clan cambiaban y todos se volvían del mismo tipo: reservados y quizás un poco presuntuosos para su propio bien. Él era igual e Izuna también.

Se preguntaba si la actitud de Obito se debía a que sólo vivía con su abuela. Sus padres habían muerto en los enfrentamientos contra los Senju y lo hacían sentirse culpable de haber estado tan cegado por un odio irrazonable hacia el clan Senju. Quería proteger a Obito y a su gran corazón, bondad e inocencia, pero sabía que no podía preservar su inocencia por más que quisiera, era un hecho que esta se iría cuando empezara a asesinar a personas por el bien de la aldea. Ahora consideraba seriamente la idea de ANBU, aunque también era consciente que él no sería eterno.

El sonido de la puerta de entrada lo saco de sus pensamientos. Giró un poco su cuerpo para ver a Izuna entrar a la cocina, traía una bolsa en sus manos.

— Hola, bubu. — le saludó con una pequeña sonrisa, dejando la bolsa sobre la mesa. — Imagine que no habías comido aún, así que te traje un poco de ramen. 

Madara le miró con atención, sospechando de su inexplicable felicidad.

Los celos son para los débiles, Madara. Tú no eres débil. Se dijo a sí mismo, moviendo suavemente los hombros. Además, es tu hermano.

DUPLAS [ HashiMada • TobiIzu. ] EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora