XVIII

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Adam estaba almorzando en el Kiosco Mexicano del centro comercial, pensando en lo poco que le gustaba ese tipo de comida y en lo sorprendente que era que Charlotte pudiera comer de eso todo el tiempo, cuando recibió los mensajes de Charlotte. Al parecer atacarla con obsequios había funcionado para llamar su atención, pero aún se sentía inseguro respecto a lo que sentía por ella.

Estaba enamorado eso era obvio, porque no viajabas cientos de kilómetros para visitar a alguien justo en San Valentín y gastabas todo tu dinero en regalos para esa persona, pero a veces se preguntaba si solo le gustaba la Charlotte que conocía por redes sociales. Por redes aparentaba ser una chica divertida, sarcástica a la vez, pero siempre estaba diciendo todo lo que pensaba; compartían gustos musicales, de artistas y de películas, pero a pesar de todo cualquiera puede escribir lo que sea por redes sociales y no había forma de saber si mentía o no a menos que conocieras a esa persona en la vida real.

No podía atreverse a asegurar que ella era sincera con él, que no le ocultaba como era en realidad, o que simplemente él se había hecho una imagen por lo que leía que no representaba a la auténtica Charlotte. Sergio no la conocía tanto y no tuvo mucho tiempo para acercarse a ella y quedar como un amigo y así contarle a Adam más cosas sobre ella. Cuando intentó acercarse a su hermana le pareció que era una buena manera de llegar a Charlotte, pero Emily no le quiso prestar atención y eso había destruido su plan, tuvo que pensar que hacer para remediarlo y no había sido sencillo. Pero al parecer estaba funcionando.

Solo había una cosa que quedaba por hacer, y eso era ir en persona a la casa de Charlotte y sorprenderla. Pero ir allá era lo de menos, ¿qué le iba a decir? Se preguntaba si con tantos obsequios personales parecía más un acosador que un admirador, había averiguado dónde era su casa, los lugares que frecuentaba y las cosas que solía comer; si bien ella le había comentado muchas de esas cosas, aún se sentía incómodo.

Era por esa razón que aún dudaba sobre lo que estaba haciendo; al principio le pareció una idea maravillosa, pero ahora que Charlotte sabía que se trataba de él, tenía miedo de acercarse a ella.

Pero más que nada tenía miedo que ella lo rechazara.

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Después de recibir y guardar la comida del Kiosco Mexicano, Charlotte se puso a pensar sobre lo que le estaba sucediendo.

Su vida nunca había estado llena de emociones, era sencilla y corriente. No era de esas chicas que se enamoraba a cada rato y salía con chicos, tenía más amigos hombres porque una parte de ella se entendía más con ellos. La sentimental, la de las cosas cursis siempre había sido su hermana. Emily tenía un don de llevarse bien con todo el mundo, de poder expresar sus emociones con cualquiera, sin importar cuánto conociera a una persona.

Charlotte envidiaba esa capacidad de su hermana, en medio de su reserva, se sentía triste por no encontrar un alguien con quien compartir todas esas cosas. Le gustaba leer sobre romance, ver películas románticas, imaginarse haber nacido años atrás cuando el amor se expresaba con cartas y detalles. Nadie sabía eso de ella, ni su hermana ni su madre ni sus amigos.

Ni siquiera Adam.

Con Adam siempre había sido fácil expresarse, decir lo que pensaba de cualquier tema sin importarle los demás llegaran a pensar. Por eso Adam le agradaba tanto y le gustaba hablar con él más que con cualquier otra persona. Llegó un momento en que él le empezó a gustar un poco más, no solo como amigo, pero la situación en la que se encontraban la hacía caer de bruces a la realidad.

Él vivía lejos, no podría imaginarse una relación a distancia y solo por mensajes, quería experimentar el amor diariamente, encontrar una persona con la que pudiera estar todos los días; y con Adam, eso no sería posible. Él había viajado en San Valentín solo por ella, la había llenado de obsequios que sabía que le encantarían, y le había escrito cosas románticas. Le había demostrado que sin la distancia, él era la persona que siempre había querido.

La distancia, la maldita distancia. Quería eliminar esos 480 kilómetros que los separaban, Adam volvería a su casa, eso era seguro; pero Charlotte no quería darse por vencida, tal vez lo convenciera de quedarse un tiempo más largo, pero no estaba segura si a él le gustaba lo suficiente como para acceder.

Ese era su más grande temor, que él no la quisiera tanto como ella lo quería. 

A 400 TEXTOS DE DISTANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora