Café frío.

Capítulo 16

Brillas

Desayunamos sin decir una palabra, con su mano sobre la mía mirándonos de vez en cuando y sin dejar de sonreír; tenía la sensación de que flotaba y podía jurar que lo hacía, no sentía el suelo bajo mis pies. Ese día habíamos planeado tomar el paseo sobre el campo de girasoles en una avioneta, yo estaba un poco ansiosa, las alturas o los aviones no eran de mis cosas favoritas pero ella me aseguró que todo estaría bien que no iba a soltar mi mano nunca, por otro lado, no quería salir de la cabaña por miedo a romper la burbuja en la que nos habíamos instalado pero, más temprano que tarde tendríamos que volver a nuestras rutinas. Pasamos lo que quedó de la mañana besándonos, corriendo y jugando con Dalí entre los girasoles; cuando nos dimos cuenta ya era casi hora del paseo, dejamos a Dalí con el encargado que no tuvo problemas con cuidarlo. Subimos al armatoste y de inmediato sentí un vacío en el estómago que se debió ver reflejado en mi rostro porque de casi al instante sentí una calidez que envolvía mi mano al otro lado ella estaba sonriendo. El despegue fue tranquilo y en unos minutos ya estábamos en el aire, desde el cielo se podía ver como se perdía el amarillo de los campos en el infinito, era una vista que valía el miedo incial pero eso no se comparaba con la luz que emanaba de sus ojos, toda ella le justicia a su nombre, brillaba de una manera tan impresionante que a mi se me olvidó el miedo de estar encerrada en una lata voladora muy lejos del suelo, volvería a subirme mil veces sólo para ver esa sonrisa radiante, no podía dejar de mirarla.

Al cabo de media hora ya estábamos en el suelo y ciertamente me sentía más segura, Dalí se abalanzó sobre ella, no podía creer que estábamos igual de encantados. Paseamos una vez más por el campo, ella no se cansaba de verlos y yo no me cansaba de admirarla, íbamos en un silencio muy comodo tomadas de la mano, hasta que se separó de mi para recoger un girasol que estaba en el suelo.

-Puedo sentir como me miras- dijo mientras se acercaba de nuevo con el girasol en la mano -no me molesta pero me gustaría saber que piensas.

-Pienso que tu nombre es perfecto, brillas y siento como esa luz se mete poco a poco en mi y me dan ganas de gritar lo mucho que me gustas- el girasol cubría la mitad de su rostro pero yo podía intuir que estaba sonriendo, enrede mis manos en su cintura y nos acercamos lentamente -es más, creo voy a hacerlo con este mar de girasoles como testigo- tomé aire y lo grité, ella reía y Dalí aullaba, me uní a su risa por un rato, ella paro de golpe y me besó, fue un beso de esos que te quitan el aire, de los que no quieres que se terminen nunca.

-Qué te parece si nos apresuramos a llegar, quiero ver el atardecer en tu piel- susurró sobre mis labios y un choque de electricidad recorrió mi cuerpo para morir en mi vientre.

-Me parece que si el café no funciona puedes intentar ser poeta- dije dejando un beso en su mejilla mientras la tomaba de la mano y caminabamos los pocos metros que nos separaban de la cabaña.

Cuando llegamos a la cabaña me besó sin mediar palabras, esta vez con un desespero salvaje, no llegamos a la cama e hicimos el amor en el pequeño sofá de la sala mientras caía la noche y los ultimos rayos de sol se colaban por la ventana para iluminarnos, nos quedamos dormidas allí hasta que el frío nos obligó irnos a la cama.

-Te dije que vería el atardecer en tu piel- dijo mientras soltaba una risita casi inocente y se enroscaba en mi cuerpo -El mejor atardecer que vi en mucho tiempo- acariciaba mi vientre creando formas sin patrón específico y yo sentía como el calor iba creciendo poco a poco.

-Yo también lo vi en tus ojos y en las pecas de tu espalda y coincido en que fue el mejor atardecer que he visto en mucho tiempo.

Hubo un silencio y su mano paró, por unos minutos pensé que el sueño la había vencido, yo había cerrado los ojos y comenzaba a caer en los brazos de Morfeo cuando sentí sus labios en mi cuello y una mano furtiva que viajaba entre mis piernas.