X. Flores

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El pequeño intento de intervención de Harry no había realmente hecho mucho por Louis. Seguía distante y perezoso, pero no en el sentido altivo y rebelde que tenía cuando recién llegó a manos de Harry. Muchas veces en el trabajo buscaba la manera de hacerle entender que podría quedarse en la casa pasados los tres meses -era lo que más le preocupaba- sin delatar lo que eso significaba: que técnicamente podría haberse quedado con cualquiera de sus dueños anteriores, excepto que ellos no habían querido aceptarlo. A veces Harry pensaba en los otros dueños que Louis había tenido y sentía algo así como compasión; la soledad de vivir en un país extranjero lo había dotado de una excelente paciencia y en cualquier otra circunstancia probablemente habría echado a Louis ante el primer imprevisto, demasiado cansado y ocupado para lidiar con una criatura de tales características. Otras veces, Harry pensaba en todos esos hombres y mujeres sin nombre y los culpaba por el ánimo de Louis los últimos días y sentía unas terribles ganas de entrar al foro donde había encontrado a Louis por primera vez y dejarle una larga serie de opiniones al hombre que lo había puesto en ese aprieto: el de tener una mascota que no lo es precisamente y el de tenerlo triste y sin saber qué hacer al respecto.

Como Harry no sabía qué decir para hacer sentir a Louis mejor, optó por hacerse un hueco entre semanas y salir a pasear con él. No tenía dinero -ni tiempo- para llevarlo de vuelta a la cabaña de su compañera, pero el aire libre probablemente le haría bien. Siempre que Harry estaba estresado volvía caminando del trabajo y era honestamente maravillosa la capacidad del sol de renovarle las energías. Louis, claramente, no opinaba lo mismo.

—¿Por qué tenemos que salir?— dijo después de un pesado suspiro, echado en el sillón —estoy bien aquí y trajiste galletas.

Harry estaría molesto por aquella actitud desagradecida si no fuera porque obtener una reacción (cualquiera fuera) de Louis, últimamente, era un milagro.

—Las galletas son para el parque. Puedes comerlas si vienes conmigo —dijo. Louis echó dramáticamente la cabeza atrás y Harry se mordió los labios para no reír— Vamos... —dijo—, ¿no es saludable para los conejos el aire libre o algo así?.

—Quizás, pero tendré que vestir cosas que me aprietan la cola—explicó Louis.

—Prometo no echarme sobre ti esta vez—dijo Harry.

Louis rodó los ojos y se levantó farfullando del sillón. Se alejó dando dramáticos pisotones y Harry se sonrió imaginando la escena que haría cuando le dijera que no podía salir con el suéter lavanda tampoco -lo usaba hacía más de una semana sin parar. Louis no pareció molesto al respecto y mientras daban vuelta la casa en busca del gorro de lana que no usaba en meses, Harry creyó notarlo entusiasmado, aun cuando súbitamente, todavía y de a ratos, sus gestos se torcían en una mueca triste.

—¿Vas a pasártela diciéndome que no haga eso con la nariz? —Louis lo imitó burlonamente, mientras Harry echaba llave a la puerta principal— La vez pasada que salimos estuviste todo el tiempo "no hagas esto, no hagas lo otro".

—Es por tu protección, bebé —explicó con suavidad—. Si te comportas raro levantará sospechas.

Louis agachó la mirada pensativo, y Harry no entendió el porqué de aquella reacción hasta un rato más tarde, cuando estuvieron en el parque.

En su defensa, el modo en que el sol de marzo vibraba sobre Louis y lo había distraído. Harry podría quedarse horas observando las sombras en sus rasgos y lo dorado de su piel. Podía ver a ambos en el valle todavía, echados en el pasto. Harry tenía su mano acariciándole la cola y Louis, sus orejas pacíficamente dormidas, apenas reaccionando ante las mínimas corrientes de aire que las sacudían a veces. El sol pegaba bonito sobre el perfil de Louis entonces, y lo hacía todavía ahora.

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora