XII. Promesa

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Harry había imaginado varios escenarios con los que podría encontrarse: Louis frunciendo el ceño en la puerta reclamándole por llegar tarde, las alacenas vacías, la luz del tele prendida entreteniendo a un aburrido conejo que no sabe qué hacer con su tiempo libre, entre otros. Lo que encontró, sin embargo, fueron las luces apagadas y el silencio espectral en el departamento. No era raro, era pasada la medianoche, pensándolo seriamente, y es normal que una casa se encuentre en silencio a esas horas. Pero la casa de Harry no era normal, porque tenía a un inquilino poco normal viviendo en ella. Sobre todo, un inquilino que había dejado en claro los días anteriores que no podía descansar apropiadamente cuando Harry no estaba. Quizás, pensó Harry, el sueño había vencido a la ansiedad, y el no tan pequeño conejo había optado por dormir en lugar de esperarlo en la cocina cruzado de brazos y masticando su frustración comiendo cereales.

Harry caminó hacia la cocina y abrió el refrigerador. Quedaba una porción de pollo de algo que habían encargado unos días atrás. Ni siquiera la calentó en el microondas, sólo bebió un sorbo de jugo del pico de la botella, enjuagó un tenedor del piletón, y se dispuso a comer. Joder. Harry comió un bocado y miró alrededor. Ni las penumbras ocultaban el desorden. Había tazas, cubiertos, platos por doquier, el tacho de basura estaba repleto porque hacía días que Harry no estaba en casa a la hora apropiada para sacarla (y ya demasiados gastos tenía con el conejo hambriento como para pagar una multa o lo que sea que los alemanes hicieran cuando no cumples las reglas), de la puerta del lavarropas sobresalía un skinny jean de Harry y un saco del que realmente debería ocuparse el fin de semana. Lo peor era que sobre toda superficie plana de la casa —la heladera, el mesón, el mueble cerca de la puerta— había papeles. Oh, tantos papeles... Harry no veía la hora de terminar su jodida investigación y conseguir una jodida cátedra y dedicarse a cualquier cosa que no requiriera quedarse hasta las doce de la noche todos los jodidos días.

La imagen de Louis asomándose por la puerta lo tomó por sorpresa. Sonrió genuinamente al verlo. Los gestos de enojo y cansancio de un segundo atrás desaparecieron de golpe. Louis llevaba una camiseta de Harry que le quedaba muy holgada, y nada más, y Harry hubiese notado el resto si hubiese mirado pero no podía correrse de sus ojos. Cansados, azules, bonitos. Louis parecía entredormido, con el cabello desordenado así y las orejas perezosamente tiradas atrás. Harry esperó oír una queja, pero en cambio lo vio acercarse y se sorprendió cuando Louis lo rodeó por el cuello y lo abrazó bien fuerte, haciéndolo bajar sobre él. Harry todavía estaba intentando tragar.

—Cuidado —murmuró dejando el plato de comida sobre la mesada.

Louis balbuceó una respuesta entre dormido que Harry no logró distinguir. Respondió su abrazo, tomándolo por la cintura, y rozando la mejilla de Louis con el mentón como el hacía con su hombro. Su cuello ahora. Le gustaba ese recibimiento mucho más que el Louis cruzado de brazos reclamando en la puerta, honestamente, aunque debía admitir que aquel tenía su encanto también. Iba a decírselo cuando lo comprendió.

Louis gimió suavemente sobre su cuello y hundió las uñas en la piel de sus hombros. Harry sintió una electricidad tímida y violácea recorrerle el cuerpo, y cuando sintió los labios de Louis rozar tan frágilmente su piel, tuvo que tragar saliva. Lo alejó por los hombros, algo nervioso. Las manos de Louis se resistieron perezosamente a la distancia. Harry tragó saliva otra vez, porque no sabía qué decir. Louis lo miraba con párpados caídos y pupilas dilatadas, con labios húmedos y boca entreabierta. No era de cansancio la pereza desordenada con la que había ido a recibirlo... Era una pereza distinta, tibia y desesperante. Pegajosa.

—Bebé... —murmuró Harry.

Louis cerró los ojos e hizo un sonido que se aproximaba bastante literalmente a un ronroneo. Dio un paso hacia Harry, dispuesto a caer sobre su pecho, pero él lo detuvo.

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora