XIV. Música

2.9K 270 207
                                    

Harry supo que era una mala idea cuando caminaban junto al puente Oberbaum en silencio y él no podía correr la mirada Louis. Había algo distinto sobre él, y no era sencillamente su misteriosa quietud o la falda y las medias de lana. No era la calma con la que comía, ni el pasar el tiempo juntos fuera de la casa. No era ni siquiera que hacía tres meses y varias horas que vivían juntos y que finalmente de aquella hipotética despedida anunciada no quedaba más que un fantasma tenue, como el mal recuerdo de un sufrimiento pasado. Louis estaba allí y era hermoso, y no es que mágicamente lo hubiese sido desde que Harry lo había besado, pero era diferente ahora.

Louis era diferente a ojos de Harry y la peor parte era que lo sabía.

Se lo demostraba con la sonrisa que le ofrecía al descubrirlo mirándolo, con caricias torpes sobre la ropa, con el abrazo con el que lo esperaba en la puerta cada noche —frágil y firme por igual—, pero sobre todo con miradas tiernas y una paciencia infinita, tan absolutamente contradictoria con aquellos pisotones caprichosos a los que Harry estaba tan acostumbrado.

Un día de esa semana, Harry había despertado en el sillón con la caricia perezosa de Louis en su cabello y al buscar entre sueños su mirada, lo recibieron sus ojos azules y su sonrisa adormilada, los gestos apenas alumbrados por la luz del televisor. Harry había muerto por besarlo otra vez. Louis esperaba, con los labios partidos y su corazón latiendo rápido y fuerte bajo la cabeza de Harry, pero cuando él finalmente guardó los besos y las palabras y las preguntas bien adentro y se levantó para ir a dormir a la cama, no respondió con tristeza o frustración, ni con pisotones o protestas, sino con aquella misma expresión que tenía la noche que lo besó. La pregunta parecía grabada en su piel y su perfume.

¿Por qué no?

Harry tenía decenas de respuestas a esa pregunta, pero ninguna que fuera correcta.

Esa noche, honestamente, Harry no pensaba salir. Había terminado su investigación -¡finalmente!- y estaba cansado. La noche, una de las primeras tan frías del año, lo invitaba a quedarse en casa, quizás a oír a Louis hablarle de sus planetas y constelaciones, ahora que había aprendido a leer (con cierta dificultad) y pasaba horas en la laptop de Harry investigando sobre cosas que le interesaban. La casa estaba tibia en comparación con la brisa fresca de la calle que ni siquiera tenía ganas de cocinar, sino de hundirse bajo una manta en el sillón y dejar que pasen las horas.

Louis lo había esperado con la falda ya puesta, sentado sobre la mesa, pero no fue aquel entusiasmo el que lo convenció de salir, sino las ganas de meterse entre sus piernas y besarlo sobre la mesa hasta que se acabaran las horas, y la ingenua idea de que, una vez afuera, olvidaría ese deseo, o, más gracioso aún, que podría dejarlo atrás, en la casa, como dejaba su camisa del trabajo y los zapatos de vestir.

El deseo los acompañaba mientras caminaban junto al puente. Louis no hablaba mucho, ni comía apresurado. Apenas pellizcaba el pan y miraba las nubes rápidas altas en el cielo, a veces sonriéndose, a veces con expresión seria. Harry todavía quería besarlo hasta que se acabaran las horas, hasta que se le hinchen los labios como en sus sueños, hasta que pudiera grabar en su memoria a la perfección sus gemidos desesperados. Louis era hermoso, siempre lo había sido. Con las orejas descubiertas u ocultas bajo un gorro de lana; con las piernas desnudas, o pantalones incómodos, o una falda que, pícaramente, se había doblado para hacer más alta; con la mirada evasiva o sabionda; con las interminables charlas curiosas, los misteriosos secretos, los silencios imperturbables... Louis siempre era hermoso y Harry siempre o había querido pero nunca tanto como en ese momento.

Se detuvo en seco, en mitad de la ribera. Louis todavía dio un par de pasos más antes de notar que no seguía caminando a su lado. Al girarse a ver a Harry, ladeó suavemente la cabeza y sonrió. Harry podía imaginar la curvatura de sus orejas si no tuviera el gorro. Podía adivinar que debajo del suéter y la falda su cola estaba tensa en un gesto juguetón. Que si se acercaba a él, sin decir nada, los labios que ahora sonreían se partirían suavemente esperando un beso que, esta vez, tampoco llegaría.

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora