IX. Tristeza

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Louis actuaba extraño últimamente. Es decir, más que de costumbre. Jugaba con desgano, movía su única cueva de aquí para allá por la casa, y en lugar de trepar y saltar y correr, arrastraba la silla hasta la cocina, bajaba su caja de cereal favorita y pasaba horas tirado en el sillón, mirando la tele o pretendiendo que lo hacía. Harry le había llevado frutas frescas un día después del trabajo y una bandeja repleta de tomatitos cherry bien rojos y jugosos, pensando que lo haría sentir mejor. Louis había sonreído genuinamente al ver el regalo, pero después había tragado saliva y se habían humedecido sus ojos y solo había llevado la bandeja al sillón para continuar viendo su maratón de series de los '80. Harry nunca se había dado cuenta hasta ese momento lo contagiosa que podía ser la tristeza.

Había sido lo suficientemente ingenuo para creer que era su culpa, nuevamente. Las únicas veces que había visto a Louis comportarse extraño era cuando Harry lo había hecho primero. Reconocía los gestos opacos en su rostro de unas semanas atrás, cuando la inmadurez de Harry para tratar con su atracción se había vuelto en contra de Louis. Se había prometido no volver a hacer algo tan estúpido por lo que ahora llevaba el trabajo a casa y procuraba jugar con él todos los días, pero lo que fuera que dolía a Louis ahora era mucho más profundo que entonces. Se ocultaba bajo la superficie helada de sus gestos y sus movimientos. Era algo calmo y rumiante y a Harry le ponía los pelos de punta.

Ese jueves estaba trabajando en la mesa cuando oyó a Louis suspirar. Levantó la mirada y lo vio refregarse los ojos con la manga del suéter, pero cuando la quitó no parecía que hubiese llorado. Movió la nariz suavemente y miró a Harry y sus orejas echadas atrás se levantaron levemente cuando él sonrió. Harry sonrió también. Louis agarró la caja de cereales y se echó más cómodo en el sillón sin correr la mirada. Se veía guapo y cansado, pero no se había movido del sillón en todo el día.

Harry guardó el documento de Word y cerró la laptop. Louis sonrió todavía un poco más cuando se llevó otro bocado a la boca.

—¿Queda algo? —dijo Harry al echarse a su lado en el sillón.

Louis le ofreció la caja de la que sacó un manojo de froot loops.

—No me gustan estos, no saben a frutas para nada —dijo Louis.

—Díselo a tu apetito —se burló Harry.

Louis ladeó la cabeza recostada en el sillón, y lo miró a los ojos. Parecían grises.

—Me refería a que no te gustan pero los estás comiendo —dijo Harry, creyendo que simplemente no había entendido el chiste.

Louis sonrió algo apenado y volvió la vista al tele. Asintió en silencio mientras dejaba la caja de cereales en el regazo de Harry. Él hizo la caja a un lado y lo acercó por los hombros hasta recostarlo contra su propio pecho. Las orejas de Louis le hacían cosquillas en la punta de la nariz.

—Heey, puedo comprar otros si quieres —dijo—. Te gustaban los de canela, ¿verdad?

—Está bien —respondió en un murmullo—. Probablemente como demasiado cereal de todas formas.

Harry frunció el ceño. Envolvió a Louis por el pecho y lo apretó con fuerza.

—Hey. —Besó su cabello—. ¿Qué pasa? Nunca hablas así de comida —explicó y tuvo que sonreírse porque era bastante tierno que la comida fuera uno de los temas de conversación que Louis trataba con mayor respeto.

—Nada.

—Dímelo —insistió Harry y le pellizcó suavemente la panza haciéndole cosquillas. Louis soltó una carcajada sincera que se sintió como música para Harry—. Soy tu dueño, merezco saber.

Louis se mordió los labios para tragar la risa y luego se encogió de hombros. Cuando Harry quiso hacerle cosquillas otra vez, lo detuvo apretando sus manos. Harry no supo si contuvo la respiración por el tacto o por la repentina distancia entre ellos. Besó su cabello otra vez.

—Dime, bebé.

Louis suspiró y se sentó mejor, alejándose de él. Subió las piernas al sillón y se abrazó a sus rodillas y miró el televisor fijamente aunque había solo publicidad.

—No es nada —dijo otra vez.

—Debe ser algo —dijo Harry—. Nunca te comportas así. No excepto cuando... —Tragó saliva—. ¿Hice algo otra vez?

—No, no es eso —se apresuró a responder—. No es nada. Es sólo que... —Suspiró—. Es sólo que me pregunto cómo será mi próximo dueño y cuándo...

Harry frunció el ceño. Louis volvió a mirarlo y otra vez tenía los ojos rojos e hinchados pero ni un vestigio de lágrimas.

—Es decir —continuó—. Ya casi pasan los tres meses y esa es la regla, ¿verdad?

—¿Qué regla?

Louis se encogió de hombros.

—Sólo eso. Es siempre cerca de los tres meses. Nunca más que un par de semanas después. Estoy comiendo un segundo y al próximo tengo una mochila y un nuevo dueño que conocer y... —Apretó los labios bien fuerte para no seguir hablando y esta vez cuando miró a Harry sus ojos estaban húmedos.

—¿Quién dice que...? —comenzó, pero se detuvo al no saber cómo formular la pregunta.

Mejor dicho, cómo hacerlo sin hacer sentir mal a Louis

Louis sonrió y volvió a mirar el televisor.

—Son siempre los mismos dueños quienes me lo dicen —dijo—. Que encontraron a alguien que me cuidará y que será responsable y de buen corazón o lo que sea, pero nunca dicen...

Harry esperó un segundo a que completara la idea, pero él nunca lo hizo. Suspiró pesadamente y al soltar el aire el cuerpo entero se le encorvó.

Tres meses.

Louis llevaba viviendo con él dos meses y un poco más y en ese tiempo ya se las había ingeniado para costarle decenas de euros extras al mes, atrasarlo en su trabajo, llenar su cabeza de contradicciones en las que no quería siquiera pensar y ser en general una serie de problemas tras otro. Sin embargo, estaban allí, y Harry sólo quería secarle las lágrimas y consolarlo, aunque no había forma de explicarle que no se trataba de una regla real sin que él comprendiera que el motivo por el que era abandonado una y otra vez era por la pura y cruel elección de esos hombres que habían sido sus dueños.

—Es una regla estúpida —dijo finalmente.

Cuando Louis rio, las lágrimas que con tanto esfuerzo había guardado cayeron de a una y constantemente y Harry aprendió que el llanto podía ser tan contagioso como la misma tristeza. Louis se encogió de hombros y se secó las lágrimas y los mocos con la manga del suéter y Harry quiso abrazarlo otra vez pero temía romperlo.

—Pero es una regla, ¿verdad? —dijo Louis, resignado.

Harry se encogió de hombros.

—Pues las únicas reglas que aplican aquí son las del refrigerador, ¿okay? —dijo—. Así que no te preocupes por ello.

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Nota: El final está cerca, sólo quería agradecerles por leer, votar y comentar.

Lo he aclarado un sinfín de veces pero aquí viene de nuevo.

Esta historia NO me pertenece, pertenece a la autora: liliumpumilum quien me brindó la oportunidad de darle un cierre a esta hermosa historia. Yo sólo la estoy re-subiendo CON AUTORIZACIÓN.

He recibido algunos mensajes donde me preguntan si tengo autorización para hacerlo y la respuesta es: SÍ.

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora