II. Reglas

2.7K 372 209
                                    

Harry estaba seguro de que había hecho un duelo con la llegada de Louis a la casa. Había leído un artículo que una compañera de trabajo escribió sobre el asunto, y había logrado determinar momentos claves de su vida en la última semana que podían leerse en esos términos. Había pasado sin duda por la etapa de la negación, convencido de que Louis no era real sino un producto de su imaginación —etapa que había superado poniéndole su gorro de lana a Louis y obligándolo a participar de una conversación por Skype con su madre para asegurarse de que lo veía—; después por la de la ira, cada vez que Louis hacía cosas que quizás fueran aceptables para un conejo pero definitivamente no para un ser humano de un metro setenta, y se recordaba que era su culpa por no exigir una foto del conejo al que había accedido a adoptar; y por último por la de la negociación, cuando reconoció finalmente que era un dueño responsable y de buen corazón y que quizás no era tan malo después de todo tener una compañía ruidosa en la casa que hablara perfecto inglés. Eso hasta que Louis había comenzado a armar fuertes de ropa en cada esquina de la casa y a tirar cosas al suelo por puro aburrimiento y, sobre todo, a darle insistentes cabezazos en el brazo cuando Harry estaba sentado con la laptop. Lo cual había logrado que las últimas etapas, la de la depresión y la aceptación, se mezclaran en una frustrada resignación que tenía a Harry al borde del colapso nervioso desde el lunes.

Era jueves ahora. Se había quedado hasta las nueve de la noche en la biblioteca a terminar el primer boceto del paper en el que estaba trabajando por su beca de investigación, porque debía entregarlo a primera hora de la mañana siguiente al director de sociología de la universidad. Estaba agotado por las noches sin dormir esa semana y muerto de hambre y ganas de terminar de ver la segunda temporada de la serie que tenía abandonada en netflix, pero cuando llegó a la puerta de su casa tuvo que respirar hondo y armarse de paciencia antes de meter la llave en la cerradura.

—¡Harry! ¡Gracias a Dios que viniste!

Harry soltó el suspiro. Dejó sus papeles en la mesa junto a la puerta y cerró con llave, y luego fue directo a la cocina. Louis estaba sentado sobre el mesón abrazado a sus rodillas, con una caja de cereales vacía y mordisqueada a su lado como prueba del delito. Miraba a Harry con ojos brillantes y las orejas apuntando al techo, alertas.

—Te deje zanahorias —protestó Harry al notar la caja y sin mirarlo a los ojos, siguió su paso a la heladera.

—Odio a las jodidas zanahorias —explicó Louis por cuarta vez esa semana. Harry lo sabía, pero algo tenía que hacer con todas las que había comprado preparándose para su nueva "mascota" —. Ayúdame a bajar, ¿quieres?

Harry se sirvió un vaso de jugo y cuando lo miró frunció el ceño.

—¿No puedes hacerlo solo?

—Es muy alto.

No lo era.

—Te subiste.

Louis frunció el ceño también.

—Claro, pero porque hice fuerza con mis brazos para levantarme.

—Louis, literalmente tiene un metro de altura.

Louis asomó la cabeza y miró el suelo con una expresión aterrorizada y las orejas echadas atrás.

—Lo sé —dijo.

Harry suspiró, pero dejó el vaso de todas formas.

—No te llega a la cintura —explicó, acercándose a él—. Deberías poder bajar de un brinco.

—Sí, si quisiera suicidarme —respondió irónico y Harry rodó los ojos, pero abrió los brazos también.

Louis se abrazó a su cuello y enredó sus piernas en su cintura, y Harry tuvo que sostenerlo por el trasero desnudo porque Louis había accedido a usar suéter adentro de la casa pero nunca bóxer o pantalones, porque le "apretaban la cola".

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora