XI. Dueños

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—Vamos, Harry... Lo prometiste.

Harry lo había prometido, pero no había creído que llegaría a casa después de 12 horas de estar en la Universidad muerto de hambre, empapado por la lluvia torrencial afuera y con un jodido dolor de cabeza que no recordaba desde cuando le afectaba.

—Estoy cansado, bebé. Mañana, lo juro —dijo, procurando parecer sincero.

Lo era, realmente. Louis estaba entusiasmado con sus clases de lectoescritura y Harry estaba entusiasmado por lo rápido que aprendía, también. Además, se veía tierno sentado al otro lado de la mesa con el libro de texto que Harry había conseguido usado y su taza de té.

—Pero quiero hacerlo hoy —refunfuñó sacando los labios.

Harry suspiró. Era honestamente adorable. Reposó el mentón en la mano.

—Eres tan caprichoso —dijo, sonriendo, y por un segundo lo sorprendieron su mirada gacha y ceño fruncido.

Fue un segundo apenas, porque entonces recordó que así era todo con Louis últimamente: había palabras que Harry no podía usar con él sin ponerlo a la defensiva. No podía llamarlo ni caprichoso, ni demandante, ni desordenado... Básicamente no podía criticar nada de él, ni en serio ni en broma, sin lograr que sus gestos se volvieran sombríos y se perdiera en pensamientos secretos el resto de la tarde.

Era la estúpida "regla" de los tres meses, Harry lo sabía, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto. Explicarle que no era una regla real quizás serviría para aliviar su ansiedad por "tener" que irse, pero también le haría darse cuenta de que todos sus dueños anteriores simplemente se habían cansado de él. Harry no podía hacerle eso.

—Es que... —Louis habló, confirmando sus sospechas—: Sólo quiero aprender antes de que...

Harry respiró hondo y sintió un retorcijón en el pecho. Todavía no había aprendido a verlo triste, todavía dolía como si la tristeza fuera suya. Se levantó de su silla y caminó hacia él para darle un suave coscorrón en la coronilla y detrás de las orejas. Louis sonrió ante el mimo y sus orejas reaccionaron también. Realmente le gustaba, y Harry agradecía que fuera tan mimoso que bastaran ciertas caricias para distraerlo un poco. Louis apoyó los brazos sobre el libro y su frente en ellos para que Harry pudiera acariciarle la nuca también. Harry sonrió.

—No hay realmente apuro, bebé —dijo—. A mí no me dijeron nada; quizás simplemente cambiaron la regla.

Tan rápido como sus orejas se habían relajado, se tensaron nuevamente. Louis se encogió de hombros zafándose de la caricia de Harry, y apoyó la cabeza de costado acompañado de un suspiro dramático y morderse el labio inferior.

—Soy un conejo, no un niño —protestó por lo bajo.

Harry acercó otra silla hasta sentarse a su lado en la mesa y buscó su mirada. Louis sólo giró el rostro al otro lado.

—Quizás soy lo suficientemente estúpido para comer tus papeles de trabajo o no conocer las letras, pero no tanto para no saber que la gente se cansa de mí.

Por un instante, Harry no supo qué decir. El retorcijón en el pecho había vuelto y esta vez no podía aliviarlo, aliviar la tristeza de Louis, ahogándolo en mimos hasta hacerlo dormir.

—Nunca dije que eras estúpido, bebé —dijo finalmente. Debía admitir, sin embargo, que no le había dado el suficiente crédito.

—Pero lo crees.

—No, Lou. Realmente no lo hago —dijo—. Sólo eres inocente en algunas cosas... Pensé que...

Louis seguía ofreciéndole poco más que su nuca y su coronilla y su silencio era tan profundo que Harry temía que estuviera a punto de llorar.

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora