IV. Viaje

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La casa de la compañera de trabajo de Harry estaba alejada varios kilómetros del pueblo más cercano, rodeando la montaña. Era por eso que tenía problemas para rentarla por más de un par de días, y por eso también que era ideal para los planes que Harry tenía. Louis llevaba tres semanas encerrado en aquella diminuta casa en Berlín, y necesitaba aire fresco, espacio, y libertad. En su mente, eso significaría que Louis estaría agradecido por el viaje y sonriente desde que salieran de casa, lo cual, claramente, no fue el caso.

El viaje entre montañas era largo. El minibús que los había llevado desde la terminal de ómnibus más cercana hasta el poblado donde se abastecieron de comida para el fin de semana, era pequeño y repleto de gente, y Louis tuvo que soportar casi dos horas apretado e incómodo sin poder moverse. Sumado al hecho de que no había podido sacarse los pantalones desde que Harry lo había arrastrado de la casa esa mañana, lo había puesto de un humor de perros. Cada vez que Harry le hablaba mascullaba respuestas entre dientes y evadía su mirada. Quizás sería un método de protesta más efectivo sino fuera porque se veía absolutamente adorable, y Harry terminaba haciendo esfuerzo por no sonreír.

Saliendo del pueblo, un sinuoso camino de tierra se abría a las montañas. Harry siguió las instrucciones que le había dado su compañera: derecha, derecha, camino junto al árbol viejo, izquierda, camino entre el arbusto de flores, y luego derecha; sonaba algo así como un truco de vídeo-juego vintage. Después de una caminata de casi hora y media, detrás de los árboles, a los pies de la montaña, había una casita de madera con chimenea y todo para parecer sacada de una postal. Cuando Harry le anunció a Louis que allí era a donde iban, él brincó entusiasmado y corrió hasta la puerta, y luego dio molestos pisotones pidiéndole a Harry para que se apresure.

—¿Por qué estás tan entusiasmado por querer entrar? —protestó Harry agitado por los últimos metros en subida que tuvo que hacer trotando—. La idea era que pasarías tiempo al aire libre, corriendo y esas cosas.

Louis frunció el ceño con una mirada curiosa.

—¿Eso quiere decir que puedo andar sin pantalones afuera también?

Harry suspiró. Metió la llave en la cerradura y empujó la hinchada puerta con los hombros para abrirla del todo.

—No, Lou... —Es decir, quizás por la noche, cuando estuvieran seguros de que no vendría nadie, pero a esa hora todavía la gente podría cruzar el camino hasta las cabañas todavía más alejadas—. Pero puedes correr, tendrás más espacio y...

—Paso —dijo Louis, haciéndose lugar entre Harry y el marco de la puerta.

Harry suspiró, mientras Louis se desabrochaba los pantalones. Caminó hacia donde intuyó estaba la cocina, y dejó la mochila con un golpe seco sobre el mesón. Mientras sacaba la comida que habían comprado para esos días, pensaba en que haber adoptado a Louis no había sido una buena idea. Tenía todos los defectos de una mascota normal, sin ninguno de los beneficios. Louis rompía, comía, demandaba atención, pero además no hacía caso y era caprichoso y no podía dejarse un pantalón puesto por más de dos minutos puertas adentro.

Louis se asomó a la cocina vistiendo el suéter lavanda de Harry y las zapatillas. Alternaba el peso en un pie y en otro para rozarse las piernas.

—Está jodidamente helado aquí —dijo, y cuando Harry puso sobre el mesón una bolsa de manzanas, robó una del montón.

—Usa un jodido pantalón —respondió de malhumor.

—Me aprietan la cola —explicó y Harry no necesitaba oírlo otra vez, porque honestamente, entendía que fuera molesto, pero eran pantalones elastizados, por dios, ¡nadie le estaba poniendo una faja!

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora