XV. Piel

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No es que todas las contradicciones de Harry se hubiesen resuelto mágicamente aquella noche con Louis. Había algo mágico en su tacto y su voz y su sonrisa, sí, pero apenas Harry se alejaba unos minutos de él y quedaba a solas con su conciencia las preguntas de siempre volvían. Pasaba más horas de las necesarias en la Universidad diagramando el programa de la cátedra que daría el año siguiente, seleccionando textos para sus alumnos y diseñando algunas actividades. Se trataba de cosas que podría hacer en su casa, sino fuera porque allí lo esperaba Louis con su mirada demandante y tentadora suavidad.

Harry estaba perdido por Louis. Lo había descubierto ebrio hasta la médula y con sus manos atraídas a la cintura de aquella misteriosa criatura por obra de un silencioso magnetismo. Lo había descubierto en el sentido propio del término. Des-cubrir. Quitar aquello que cubre algo y de-velarlo. La atracción por Louis siempre había estado allí, y quizás a veces había sido mejor que otras para mentirse al respecto, pero la sensación permanecía. Sólo había necesitado abrir los ojos.

Quizás Harry estaba leyendo muchos filósofos.

¡Es que...! En parte era como ellos decían, ¿verdad? Algo sobre la moral, y la ética y la libertad y el peso de la existencia y las palabras que había ensayado se desvanecían en su memoria apenas se acercaba a la puerta de su casa y podía adivinar el olor con el que Louis lo envolvería cuando le diera la bienvenida. Era tan jodidamente adictivo. Louis era tan jodidamente dulce.

Kant definitivamente hubiese re-elaborado su teoría filosófica si lo hubiese conocido.

Louis estaba leyendo cuando Harry abrió la puerta de casa. Estaba semi erguido, con un pie todavía en el sofá y el libro en las manos, como si en verdad se estuviera dividiendo físicamente entre terminar el párrafo y correr a abrazarlo. Alicia a través del espejo, Harry se lo había traído de la biblioteca de la Universidad. Era uno de los pocos libros en inglés allí que Louis podría disfrutar de leer sin enredarse con oraciones complejas o buscando cada cinco minutos palabras en el diccionario.

Harry cerró la puerta tras de sí sin saber todavía por qué sonreía de ese modo. O mejor dicho, sí, pero no por qué la idea le había golpeado tan de golpe cuando todavía no le había dado la última vuelta a la llave. Quizás realmente sabía todo: que estaba perdido por Louis, que se había vuelto adicto a su perfume y a su cuerpo, que verlo debatiéndose entre Harry y otra cosa y queriendo tan profundamente ambas le calmaba la conciencia y que ese jodido suéter durazno es el que llevaba cuando entró a su departamento por primera vez y que había tenido incontables sueños de follarlo sobre la mesa inspirados en él.

Louis cerró el libro y levantó la mirada.

—¡¿Por qué no me saludas?! —protestó.

Harry ladeó la cabeza suavemente. El ceño fruncido de Louis se suavizó de golpe, y también lo hicieron sus orejas. Su pie todavía en el sillón bajó al suelo y con los dos bien juntitos se paró en sus puntas. Estiró su suéter cubriendo mejor sus piernas, y dio un juguetón paso atrás.

—¡Deja de mirarme así!

—Deja de verte así de bonito —dijo Harry, y era una mejor línea de apertura que la cita de Kant sobre la moral.

Louis apretó los labios pero no pudo contener la sonrisa. Dio otro paso atrás, y al hacerlo, Harry se acercó a él. Louis dejó escapar una juguetona risilla que hizo a Harry encenderse de mil colores.

—Eres un pervertido... —protestó Louis otra vez, buscando con su mano detrás suyo una silla por la que guiarse. Cuando Harry se acercó más, Louis rodeó la mesa hasta enfrentarlo. Sus orejas estaban paradas de nuevo. Sus pies casi en puntitas preparándose para correr—.Yo aquí extrañándote y tú pensando en...

La Regla De Los 3 MesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora