FUCK IT I LOVE YOU
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Leanne—Más... —jadeo. Las embestidas de mi marido siguen su curso: enterrándose en lo más profundo de mi interior. Muevo las caderas, queriendo degustar con más intensidad.
Sus manos toman mis caderas con fuerza, me pierdo entre el placer y gimo al sentir avasallador orgasmo que me desacelera la respiración. Me muevo con frenesí, me inclino hacia él hasta tomar sus labios entre los míos y siento la tibieza de su orgasmo recorrerme los muslos.
Atrapo sus labios entre los míos y jadeo.
—¿Eso fue suficiente como para convencerte?
—Creo que necesitarás un poco más —Me besa el cuello y su mano cubre uno de mis senos.
—Te estás aprovechando de mí.
—Y tú disfrutas que lo haga.
Su boca desciende hasta tocar mis senos, su lengua tira de mi pezón y gimoteo, absorta.
No sé con exactitud cuándo fue el momento en el que me volví adicta a él, pero no quiero parar nunca.
Podríamos follar todo el día y no me cansaría.
—Mañana asistiremos a ese evento —dictamino contra su boca.
—Como quieras.
Sonrío.
—Un marido obediente, así me gusta.
—Cállate.
Me río.
—Muero de hambre —me dejo caer sobre la cama y me cubro con el edredón—. ¿Qué vamos a cenar?
—Lo que sea que Mellea haya preparado.
—Pobre mujer, la vamos a explotar de hacerla cocinar tanto —lo miro—. Tendríamos que tratar de preparar la cena algún día.
—No entiendo nada de cocina.
—Yo menos.
Pero me gustaría tratar de mejorar en ese aspecto. La idea de preparar todo tipo de recetas me atrae, el problema es que nunca me he sentado a intentarlo. ¿La razón? No sé, tal vez... mi falta de tiempo. De igual manera, en algún momento intentaré hacerlo.
—Alguno de estos días, voy a tratar de cocinar —digo. Edward me mira.
—Qué desastre.
—Y tú me ayudarás.
—Claro —dice, en tono burlón.
Ruedo los ojos y me levanto de la cama. Me pongo encima mi camisola y lo miro, el idiota sigue recostado en la cama.
—¿Me acompañarás o qué?
Lo miro molesta, consiguiendo que sonría divertido y se ponga de pie. Se pone los bóxers, nos dirigimos a la cocina y sacamos la comida que yace dentro del refrigerador. La ponemos en el microondas y dejamos que se caliente, mientras tanto, le echo un vistazo a la cocina.
—La cocina es increíble —admito, sonriente.
Se posa detrás de mí.
—¿Tú también? —interroga.
—Idiota —me río, porque sé en lo que está pensando—. No hablo de fantasías —Me vuelvo hacia él, mordiéndome el labio—. ¿En qué piensas?
—Te imagino desnuda haciendo ese desastre al que llamas "cocinar".
—Qué poca fe me tienes —Río—. Algún día aprenderé y no tendrás de qué burlarte, imbécil.
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Caricias Peligrosas
RomanceLIBRO II • DUOLOGÍA CARICIAS Las emociones que corren por sus venas no se comparan en absoluto con aquello a lo que las personas llaman «amor». Ninguno de los dos creyó que los sentimientos que sienten el uno por el otro serían tan fuertes como pa...