CAPÍTULO 5

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RETORNO
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Leanne

Esta última semana en Maldivas ha transcurrido con más rapidez de lo normal. Hemos pasado la semana en la cabaña, relajándonos y follando a cada rato. No puedo negar que han sido excelentes vacaciones o mejor dicho, una excelente luna de miel. Sin embargo, ya es domingo y mañana por la mañana el jet nos esperará en el aeropuerto para regresar a nuestras obligaciones en Milán.

Por más que me gustaría quedarme por uno o dos meses, los dos tenemos obligaciones; Edward debe regresar a hacerse cargo de la empresa y yo debo empezar a reorganizar mi agenda para el año siguiente que cada vez está más cerca. Estoy completamente segura de que cuando regrese a Milán tendré que enfrentarme a las miles de millones de preguntas con las que mis amigas me atacarán. No me han llamado, pero sé que quieren darme espacio para lograr desconectarme y solo concentrarme en este paraíso tropical llamado Maldivas St. Regis. Aún así, las preguntas serán lo primero y ya me las puedo imaginar todas.

Ahora, nos hallamos terminando de recorrer la playa; el agua está bastante tranquila y se mece con lentitud, hay una leve brisa en el aire pero no es fresca ni cálida, más bien, es neutra. Mi mano está entrelaza con la de Edward, no llevo mis sandalias puestas, solo llevo un vestido de terciopelo encima y debajo de él, llevo mi traje de baño.

Cuando arribamos a la cabaña, nos dirigimos al patio trasero. Es de noche, pero todavía es un poco temprano para la cena. Me quito el vestido bajo la expectante mirada de Edward y me acerco a él.

—No hemos nadado mucho por la laguna —digo, ladeando la cabeza—. ¿Qué me dices?

Se quita la playera y evito tentarme con su físico, por lo qué, bajo las escalerillas y me sumerjo dentro del agua cristalina. Las luces son tenues y todo está un poco oscuro, pero no me importa, pues lo último que quiero en esta noche en Maldivas es disfrutar de lo que sea.

Edward entra a mi lado y me cuelgo de su espalda para admirar las estrellas.

—¿Estás cómoda? —se mofa.

—Muy cómoda, amore.

—No me llames así.

Me echo a reír y reparto un camino de besos húmedos a lo largo de la piel de su cuello. Deslizo mi mano por su espalda y por inercia, la trasladó hacia su abdomen fornido, tocando los abdominales y bajando cada vez más.

—No empieces lo que no vas a terminar —se vuelve hacia mí.

—¿Y quién dice que no lo voy a terminar?

Sus labios atrapan los míos y le correspondo, enredando mis piernas entorno a su cintura.
Terminamos saliendo de la laguna, disfruto del sabor de sus labios a medida que nos movemos hacia no sé dónde. Me alza en brazos y caemos sobre el colchón de la cama balinesa.

Sus labios se apoderan de mi cuello con frenesí y sus manos se deshacen de mi traje de baño de dos piezas. Nos desvestimos, nos besamos y nos tocamos como dos personas en abstinencia. Su cuerpo me empuja contra el centro de la cama y correspondo sus besos con la misma intensidad que él me proporciona a mí. Me separa las piernas, siento el calor de su sexo sobre el mío y echo la cabeza hacia atrás cuando se unta con mis fluidos debido al estímulo que me provocó con sus dedos hace unos segundos. La desespera se apodera de mí y me impulso hacia adelante, haciendo que parte de su carne se introduzca en mi interior. Dejo escapar un gemido. Edward empieza a moverse, tomando más velocidad. Siento los embates que calan mi interior, la unión de nuestros cuerpos me prende más y tomo sus labios entre los míos. Su boca abandona la mía para empezar a bajar hasta mi cuello y seguir a mis senos. No me limito a gemir, entierro mis uñas en su espalda y mordisqueo la piel de su cuello.

Caricias PeligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora