Cap. 13: LIMITES

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<<La locura es hacer la misma cosa, una y otra vez esperando obtener diferentes resultados. Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.>>

Bien, pues eso mismo hizo Peyton. Seguir al pie de la letra la cita de Albert Einstein, pero està vez la esperaba con ganas.

Dejé que pasara la semana hasta que llego la primera fase de la competición estatal.

Mi teléfono no dejaba de sonar en las horas puntas de vacío emocional para Karen. Me mandó un millón de mensajes intentando explicarme el porqué decidió "probar", según ella, la famosa dama blanca. Obviamente, igual a sus incontables llamadas, no respondí ninguno de ellos.

Se presentó en mi casa un par de noches seguidas. Al principio le pedía a Arty o a mi madre que dijeran que no estaba en casa. Era cobarde, pero me sentía demasiado frágil respecto a la idea de verla. No se lo había dicho, ninguno de los dos lo había hecho. Pero quería a Karen. En muy poco tiempo había conseguido ganarse mi cariño y atención primitiva. Así que verla, me daba miedo.

Si le daba la oportunidad de explicarse, cabía la posibilidad que perdonara su desliz. Y eso era algo que no me podía permitir.

El miércoles y tercera noche consecutiva de irrumpir en mi casa, decidí poner punta y final a esta historia.

Como la mayoría de noches que Mamá tenía turno de mañana, nos enseñaba a preparar paso a paso una de sus muchas receta familiares. Cuando el timbre sonó, mi corazón dio un vuelco y las manos me empezaron a sudar.

Las 21:21h, era ella. Tragué saliva viendo cómo Arty bajaba las escaleras con intención de unirse a nosotros. Intercambie una mirada rápida con mi madre, y luego volví a mi hermano.

Su pelo, aún mojado, toalla, alrededor de la cintura. Estaba claro que acaba de salir de su ducha relajante. Lo último que esperaba, eran visitas.

Karen volvió a insistir iniciando mi taquicardia.

Arty permanecía inmóvil con la mirada fija en la puerta mientras mi madre, jugaba al ping-pong entre el uno y el otro.

— ¿Es otra vez esa amiga tuya? — me pregunto mamá propinándome un codazo sin haberse dado cuenta del cabreo de mi mayor.

— No lo sé... — susurré taciturno sintiendo como me robaban la alegría.

Fue allí cuando comprendió que algo malo estaba pasando.

— Esto tiene que acabar... — gruñó Arty acentuando la preocupación de nuestra progenitora.

Mierda. Pensé para mi soltando el cuchillo para llevarme las manos a los ojos.

— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó ella desconcertada.

Tragué duro para intentar calmarme y entonces se abrió la puerta.

— Karen. — advirtió mi hermano. Su yo enfadado estaba empezando a instaurarse como su nuevo yo costumbrista.

— Arty, lo siento. Sé que hoy tenéis noche familiar. Sé que no os gusta que nadie os interrumpa, pero... Por favor, Arty... Necesito hablar con él.— se escuchaban sus súplicas desde la cocina. Y mamá se vuelve para verme atónita. — Déjame hablar con él... si sólo me dejas explicarle yo-...

La decepción en el rostro de mi madre es incentivo suficiente para yo intervenir.

— Arty. — el rostro de Karen es un espectáculo. Su expresión denota signos de alegría y a su vez, culpabilidad. — Yo me encargo... — intenté no atragantarme para infundirle seguridad a él.

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