37. Juntos

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Elleny.

Domingo, 25 de marzo de 2018.

Una piedra enorme se estrelló contra mí y me volvió trizas en cuestión de segundos. Pero no cualquier piedra, sino una que traía consigo ira, colapso y dolor. Era una piedra llamada pasado, que aparte de destrozarme, acababa de envenenar mi futuro de la peor manera.

Sollocé con fuerza y sentí que todo se desmoronaba. Que la Elly que tanto me costo construir a base de esperanza y fe, acababa de desaparecer. Que no podía solo echarle tierra a ese hueco en mi pecho, y seguir de largo, pues tarde o temprano terminaría cayendo ahí.

Aún y cuando habían pasado ya trece años desde ese día y que yo apenas era una niña, su cara seguía tatuada a fuego en mi memoria y desde el segundo en que volví a verla, los recuerdos de esa noche no paraban de repetirse en mi mente como un bucle de secuencia. Los del día siguiente tampoco, cuando aún con molestia y miedo noté una mancha de sangre entre mis piernas y que no tenía ni la menor idea de qué hacer o cómo reaccionar.

Comencé a llorar con fuerza. Con dolor. Pero no por mí, sino por la pequeña Elly. La niña que en ese momento sin el apoyo de nadie, tuvo que afrontar sola ese episodio tan doloroso. Cargando una culpa que no le correspondía. Esforzándose por alejar noche tras noche ese horrible recuerdo que amenazaba con no abandonarla nunca. Lloré por ella. Lloré por no poder retroceder el tiempo y abrazarla. Estar con ella y acompañarla. Solo yo sabía cuento había sufrido y solo yo sabía cuanto ella hubiese amado ese abrazo. Saber que no estaba sola en eso. Me abracé a mi misma y seguí llorando. Llorando por ambas, y lamentando saber que no era ni la primera ni la ultima en esa situación. 

Durante todos esos años que habían pasado yo había hecho todo, menos sanar. Por eso, volver a ver a ese hombre, me hizo brincar en un segundo, directo al abismo.

El auto se detuvo y sentí la mirada del conductor a través del retrovisor. Le extendí el dinero y me bajé, encarando así el lugar que no veía desde hace cinco meses. Presioné el timbre y en menos de un minuto, lo tenía a él frente a mí.

No podía seguir convirtiendo a la culpa en la protagonista de la historia, y eso en consecuencia liberaba a mi papá de la de él.

Al verlo, no pude reprimir las ganas de abrazarlo. Queriéndolo o no, con todos sus errores o no, él era mi papá.

Lo abracé con fuerza y lloré contra su pecho como una niña pequeña, como esa niña pequeña.

Él correspondió mi abrazo y frotó mi espalda con suavidad.

—Me recuerdas tanto a ella que me duele fallarte a ti como también lo hice con ella—Su voz se quebró.

Apreté mis ojos con más fuerza y negué ante sus palabras.

Aunque no lo demostrara y aunque no me acordara de ella, mamá me hacía una falta enorme, y saber que yo le recordaba a ella, terminó por romper el ultimo pedazo de mi corazón.

Un movimiento constante en su pecho me indicó que él también estaba llorando.

—Me duele no recordarla.

—Y a mi que no lo hagas, Elly. Y más sabiendo cuanto ella te amaba. Eras la luz de sus ojos.

—Ni siquiera sé como decirlo, pero necesito hablar contigo—Sollocé.

Con cuidado, me separó de su pecho, y con ambas manos me sostuvo por lo hombros.

—Hija, ¿Te pasó algo?

Con mis ojos cargados de lagrimas, asentí.

Vi el pánico reflejado en su mirada.

—¿Te lastimaron?

Entre tu luz y mi sombra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora