A Elsa nunca le habían gustado las tormentas. Eran demasiado ruidosas, demasiado violentas y despiadadas, azotando la tierra debajo de ellas con la fuerza del látigo de un verdugo. Cuando era joven, su madre Elizabeth siempre la apretaba contra su pecho, permitiéndole dormir con ella cuando las tormentas azotaban en la noche. Y durante el día, su padre la cargaba en sus brazos mientras caminaban por los pasillos del castillo y le tarareaba para calmar sus temores.
Eh incluso cuando era una niña grande, una joven mujer, siempre encontró consuelo y refugio en su familia, pero ahora... con el rayo violento iluminando el cielo oscuro y el trueno azotando la tierra con eco sin fin, Elsa no tenía otro refugio más que sus propias mantas y paredes frías.
Los rayos destellaron en la oscura habitación de Elsa, atravesando las cortinas gruesas como un fantasma, iluminando las tinieblas por un segundo antes de desvanecerse en la nada, dejando atrás solo un profundo trueno que estremecía las ventanas de cristal y las propias entrañas de Elsa.
El fuego de la chimenea comenzaba a escasearse, con una pequeña llama que danzaba lánguidamente encima de un tronco seco, las brasas ardieron de un rojo intenso entre las cenizas, siendo ellas la única fuente de calor en esas frías paredes de piedra.
Elsa amaba la noche, la hacía sentir tranquila. Ella amaba las noches en Corona, cuando el viento era fresco y bienvenido, cuando tomaba asiento en el balcón de su habitación y observaba a la ciudad en las faldas del castillo, iluminados con las pequeñas luces doradas en cada casa, mientras sus dueños se preparaban para dormir.
Amaba la noche porque en los cielos despejados de Corona, era capaz de ver las estrellas brillando intensamente sobre su cabeza, y si se concentraba lo suficiente, podía encontrar las constelaciones en ellas.
Pero las noches en Arendelle, eran completamente diferentes. El frio se hacía más presente por las noches, cuando la luz del sol finalmente se ocultaba por completo y los dejaba sumidos en una completa oscuridad aterradora, tan profunda y pesada que había noches en que era imposible ver lo que había delante de sus narices. El frio mordía la piel expuesta, con ventiscas pesadas que parecían arrastrar agujas. Las nubes pesadas hacían imposible ver la luz de luna y mucho menos las pequeñas estrellas que salpicaban el cielo como pecas de diamantes.
Las noches en Arendelle eran aterradoras que no. Y Elsa se encontró preguntando si era la única que temía a la oscuridad pesada del viejo reino o había más como ella.
Abecés, cuando se asomaba por las ventanas de su habitación, podía ver las pequeñas luces de las antorchas sostenidas por los centinelas, deambulando de un lado a otro en busca de algo fuera de lo normal. Elsa dudaba que realmente pudieran ver algo entre toda esa oscuridad.
La habitación oscura se iluminó repentinamente con un resplandor plateado que atravesó los cristales y las cortinas, Elsa solo había tenido tiempo para encogerse y cerrar los ojos cuando el chasquido aterrador retumbó en el cielo. Las paredes se estremecieron y las entrañas de Elsa se encogieron con las vibraciones.
Ella gritó, asustada y sorprendida en partes iguales.
Se sintió como una niña pequeña otra. Aterrada y sola.
Elsa saltó de la cama, recogió la manta azul y la envolvió a su alrededor, El frio mordió los pies descalzos de Elsa, pero en su prisa por escapar de la habitación, se olvidó de buscar las zapatillas.
Salió de su habitación y corrió por los pasillos, con el suelo frío bajo los pies descalzos, y el miedo inundando su cuerpo como los terrores nocturnos de un infante. Dobló y giró entre los pasillos oscuros y solitarios, corrió hasta detenerse en las grandes puertas familiares, y con manos temblorosas golpeó repetidas veces.
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Extraña Bebida (Elsanna)
Hayran KurguElsa era joven cuando se casó. Pero no tan joven para los estándares de algunos reinos, para ellos, la edad de 19 años, era demasiado tarde. Sin embargo, tenía la suerte de escoger al hombre del cual contraería matrimonio. Hans se había convertido e...