II

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"Happy To Listen, Happy To Stay"

El Vikingo estaba tan feliz como alguien que no iba a dejar a su mejor amigo morir podía estar, tan feliz que no le sobraban ganas de pegarse un tiro sin pensarlo dos veces. Su mirada enfocaba el centro del ruedo mientras sus manos sujetaban con nerviosismo el casco que su padre le había regalado. El casco que representaba todo lo que no era, lo que nunca sería y, para gran ironía, lo que todos ahí esperaban de él. Sus ojos estaban tristes, pero estaba determinado a hacer lo que creía que debía hacer, así tuviera el gran presentimiento de que iba a salir todo mal.

— ¿En serio vas a hacer esto?— dijo una voz a sus espaldas. Se giró y encontró a la única persona que confiaba en él, probablemente. La chica de cabellos rubios y ojos azules, Astrid. La que pudo haber muerto el día anterior y aún así estaba viendo por el bien de su posible asesino. Hipo la miró a los ojos y asintió.

— Tengo que demostrarles lo equivocados que hemos estado— su voz sonaba profunda, casi como si no fuera la suya. Pero la mantuvo firme todo el tiempo que pudo. Entonces bajó la mirada hacia el casco y rápidamente volvió a ver a Astrid—. Solo— dijo y dudó por un momento, ganándose la atención de la chica— encárgate de que no encuentren a Chimuelo si todo sale mal.

La chica lo miró con mucha preocupación y asintió, pero rápidamente miró al castaño y, con algo similar a la tristeza, dijo:

— Solo prométeme que nada saldrá mal— dijo, y antes de que Hipo pudiera contestar,de trás de ellos salió Bocón el Rudo y tomó al muchacho, alejándolo de Astrid sin poder contestar a su pregunta. El chico miró por un instante a la chica y en una sola mirada mostró todo el miedo que tenía a lo que iba a pasar en unos momentos. Sin decir una sola palabra, Hipo se giró y vió a Bocón, escuchó el final de aquel discurso motivador que su padre le estaba dando y, en un último movimiento antes de que todo se hiciera peor, se puso el casco que su padre le había dado. ¿Podía sentirse orgulloso de usar ese casco algún día?

No había que preguntar, la respuesta era obvia.

El de ojos verdes caminó dentro de la arena y vió aquella puerta que sería la entrada al infierno. Se giró y vió la gran selección de armas que podía usar para matar a ese dragón, y simplemente tomó aquello que más le representaba, si es que ese término se podía utilizar en esa situación: Una daga y un escudo, y aún con un poco de tristeza en su mirada, pero con gran determinación, se giró a ver la puerta y, con una voz que expresaba una seguridad imposible, dijo:

— Estoy listo.

— Sara Stiles

V

𝘼𝙡𝙡𝙞𝙚𝙜𝙖𝙣𝙘𝙚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora