VIII

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"Where You Wanna Go?  How Much You Wanna Risk?"

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— ¿Cómo está mi hijo?— estaba en el gran salón, con el consejo de viejos entrometidos y una rubia frente a él. Había pasado un mes desde que el chico se había ido, con heridas sangrantes, parte se su cuerpo quemada y jurando, por los años que pasó en Berk, nunca regresar en vida. Habían pasado dos semanas desde que la rubia había decidido irse a buscar al castaño y prometió volver en cuanto tuviera noticias suyas, yéndose en un Nadder Mortífero de la arena, sin avisar a nadie más que al jefe de la isla. Habían pasado solo un par de horas desde que ella había vuelto,en la noche silenciosa con noticias, o algo así. Estoico había buscado la forma de hablar con ella en privado, pero el consejo descubrió a la chica y la obligaron a hablar frente a todos ellos, para escuchar todos lo que le había pasado al traído que alguna vez fue el heredero de la isla de Berk.

— Hiccup está bien en lo que cabe— dijo la rubia, con la mirada fina en el jefe. Por más que tratara, sus ojos decían que habia mucho más que un bien en lo que cabe, pero claramente no quería hablar de eso. En las dos semanas que estuvo ahí, inmediatamente después de la partida del chico, había notado el rencor que se le había guardado por sus actos y esperaban que hubiera muerto—. Sus heridas curaron y está dispuesto a cumplir su promesa.

Su promesa. No volver jamás, ni aunque fuera el último lugar en la tierra donde pudiera estar, no volvería ni a sobrevolar el lugar. Astrid le había preguntado por qué un par de días antes. 'Me dejaron irme y seguir con mi vida sin ellos. Lo mejor que puedo hacer es dejar que ellos vivan sin mí' fue su respuesta, sosteniendo una extraña flor morada con delicadeza. Sus ojos parecían vacíos y no costaba trabajo encontrar la herida en su rostro. La chica llevaba consigo su hacha y, medio en broma medio en serio, bromeó acerca de quién se la iba a arreglar cuando lo necesitara. 'No la volverás a necesitar' dijo el chico y salió volando del lugar junto con su dragón negro como la noche. Cuando le preguntó a qué se refería, el chico dijo que no tenía la más mínima idea de qué hablaba.

— ¿Dónde se encuentra?— el mayor preguntó. Le dolía, le dolía en lo más profundo se su ser el pensar que su hijo se había ido, que estaba tecnicamente exiliado y jamás volvería a verlo. Le dolía pensar que la probablemente última imagen que tendría de él sería la de su rostro lleno de sangre y odio, sus ojos brillando en la oscuridad y su cabello pintado de color carmesí. Su brazo izquierdo totalmente descubierto y con una gran quemadura en él, que él mismo había ocasionado.

Era una terrible persona.

— Si le soy sincera, no lo sé. Cuando lo encontré, dijo que no quería quedarse en el mismo lugar más de tres días, así que se continuaría moviendo hasta los límites del mundo— no mentía del todo. Lo que decía era cierto, pero claro que sabía a dónde se dirigía el chico y se hacía una idea de dónde estaba. Había viajado hacia el oeste, siguiendo una corazonada, usando la piedra solar que había hecho un par de semanas atrás como una guía. Le había dicho a Astrid que los marineros la usaban con la luz del sol, dejando que reflejo que creaba los guiara. Había jurado no ser supersticioso, pero le gustaba pensar que si caía en un lugar horrible sería culpa de la piedra y no suya. Además, aceptó que tenía ganas de descubrir las luces nocturnas de las que hablaban los marineros que viajaban hacia el norte, así que lo más probable era que en un par de días cambiase su dirección hacia allá.

Un par de días que daba para que la chica decidiera si quería ir con él.

La invitación había sido sutil, pero la había hecho. El chico parecía alegre, parecía que estaba feliz de nunca más volver a su hogar o lo que alguna vez lo fue. Cada vez que hablaba de irse, sus ojos brillaban con alegría y sus gestos rebosaban de ella, como si la desbordase de una forma imposible. Cuando le contó el trayecto que le gustaría tomar, hizo mucho incapié en los lugares de los que estaba seguro, y casi lo dijo abiertamente. Era como si todo el tiempo que hablaba de eso la tratara de invitar a ir con él, pero ella claramente no lo podía aceptar, no así de la nada. Iba a dejar que el chico pasara los tres días en el lugar, y luego lo dejaría ir con la esperanza de reencontrarlo un día.

La rubia se retiró sin más, y, haciéndole un último favor al castaño, se escabilló en la forja y, en un pequeño saco lleno de polvo, encontró un cristal.

'Cuando lo encuentres, golpealo lo más fuerte que puedas con tu hacha'.

No tenía que ser idiota para saber lo que significaba.

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— Coldplay

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𝘼𝙡𝙡𝙞𝙚𝙜𝙖𝙣𝙘𝙚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora