VII

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"God Knows What Is Real And What Is Fake"

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— ¿Alguna vez has visto un objeto romperse?— la cala relucía con la luz del atardecer, siempre tan linda y memorable por la hermosa iluminación que brindaba. Era probablemente el momento favorito de Hiccup, si tuviera que generalizar todos los días como iguales. Habían días que le gustaban más que otros, pero en todos adoraba la luz del atardecer fuera de la aldea, era algo inigualable para él. Sus ojos brillaban al ver el cielo y el viento revolvía sus cabellos con delicadeza. La rubia a su lado lo observaba con extrañeza; desde el incidente del lago había algo extraño en él, como si se hubiera quedado una parte de él hundida bajo el agua o algo similar. Ese día él la había invitado a pasar la tarde, en la cala. Dijo que quería mostrarle algo importante, y por la forma en la que lo dijo estaba casi segura de que sería algo relacionado con Chimuelo. Se habían escabullido por separado y encontrado en la cala tras un rato. Chimuelo estaba en el suelo, acostado viendo la escena sin interés, Hiccup le había dicho a Astrid que no le gustaba molestar más al dragón. Ser amigos no significaba invasión completa de la privacidad.

— ¿Cómo un escudo o como tú cara?— dijo y ambos rieron. Ese era el momento del día en el que el chico se veía y sentía más real, y su forma de actuar lo demostraba: sus sentimientos surgían de forma natural a través de él, era algo disfrutable en todos los sentidos. Si pudiera vivir todo el tiempo así, su vida sería más sencilla, pero por desgracia no era así, todo lo contrario: El mundo se esforzaba por hacerlo sentirse bien consigo mismo la menor cantidad de veces posibles.

— Como un cristal— dijo, volviendo al tema. Recargó sus manos en el césped y dejó que recogieran todo su peso conforme el momento se iba acabando—. ¿Has visto un cristal quebrarse?

— ¿Cristal?

— Las piedras solares que usan nuestros padres— miró a la rubia y vió en sus ojos que no tenía idea de qué hablaba—. Cuando los Vikingos navegan, usan piedras transparentes para guiarse— explicó a la chica, que seguía sin hacerse una idea de lo que estaba hablando el de ojos verdes. Al notarlo bajó la miras hacia el lago, que seguía reflejando el atardecer.

— ¿Tú has navegado alguna vez?

— Para nada— dijo, casi con tristeza—. Papá me mostró uno cuando era pequeño, y en la herrería a veces conseguimos hacer algunos.

— La herrería suena como un lugar divertido.

— La herrería es todo menos divertida. Pero es mejor que el entrenamiento, eso te lo aseguro.

Se quedaron en silencio. El atardecer llegaba a su final y el castaño volvía a sentir ese vacío que, valga la redundancia, llenaba cada parte de su ser. La rubia vió su mirada oscurecerse y se tentó a hablar, pero no lo hizo. El momento continúo hasta que el castaño se levantó, en silencio y se acercó al dragón, que dormía en ese momento. La luna brillaba sobre los tres.

— ¿Recuerdas lo que dije de la cola a prueba de fuego? Mira— señaló la cola del dragón, ahora completamente oscura y con una textura extraña que la rubia podía ver desde lejos. Preguntó que había hecho, y el castaño, luciendo una expresión del más genuino orgullo de sus acciones, explicó el proceso de recoger las escamas de Chimuelo, mezclarlas con saliva del dragón y molerlas para así barnizar la cola. Estaba completamente orgulloso de sus acciones e incluso bromeó con Astrid acerca de hacer ropa a prueba de fuego para los entrenamientos, cosa que sería útil puesto que en poco tiempo tendrían que enfrentarse con la pesadilla monstruosa.

Pasaron un rato bromeando y dejaron el lugar. Al día siguiente también tendrían que entrenar y ya era tarde, además de que se tenían que separar para evitar que sospecharan algo de ellos. Pero, y como un impulso que no pudo detener la de brillantes ojos azules, preguntó:

— ¿Cómo se rompe un cristal?

Los ojos del chico brillaron, pero no por un reflejo de la luz, sino por pequeños cristales que se iban acumulando en sus ojos de a pocos, sin avanzar pero sin quedarse ahí.

— Se quiebra desde adentro, y de a poco va extendiéndose hasta que se rompe en miles de pedazos.

Se alejó de ella tan rápido como las lágrimas comenzaron a caer, dejando a Astrid confundida y sola en medio del bosque.

Esa noche el castaño no volvió al pueblo.

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— Bastille

III

𝘼𝙡𝙡𝙞𝙚𝙜𝙖𝙣𝙘𝙚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora