Cuando una no puede más

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Cada Navidad Hermione realizaba un pequeño ritual secreto. Cuando nadie la veía, se ponía junto al árbol decorado y le pedía un deseo para el próximo año. No se enorgullecía del hecho de que la mayoría de sus deseos hubieran sido en relación a sacar buenas calificaciones. Pero el año pasado, mientras echaba terriblemente de menos a Ron y sufría por su relación con Lavender, ella había pedido algo diferente. Había deseado pasar las siguientes navidades junto a Ron, que él la invitase a La Madriguera como su novia y ella poder hacer lo mismo en casa de sus padres. Y las cosas no podrían haber salido peor.  Sus padres perdidos por Australia, sin saber siquiera que tenían una hija. Ron, lejos. Hermione suponía que estaba en La Madriguera, y por muy enfadada que estuviese con él no dejaba de sentirse reconfortada por el echo de que él estuviera a salvo. Por el contrario, ella y Harry tuvieron una Navidad horrible. Después de la aparición de Nagini y Voldemort, Hermione hubiese querido pasarse la noche acurrucada en un pequeño rincón, llorando todo el miedo que había pasado. Pero no, todo fue a peor. Harry estaba muy herido y el veneno había entrado en su cuerpo. Y por si todo esto fuera poco, aquel asqueroso Horrocrux se le adhirió al pecho, quemándole la piel. Él gritaba y ella tuvo que usar un poderoso hechizo para arrancárselo, creando una herida tan profunda que necesitó de varias gotas de díctamo para sanar. Los ojos de Harry se convirtieron en dos rendijas rojas y no paró de proclamar en pársel lo que ella supuso terribles amenazas. Se debatía entre la conciencia y la inconsciencia y Hermione tuvo que inmovilizarlo, porque cada vez que recuperaba el conocimiento él probaba de atacarla. Por una vez se alegró de que su varita estuviera rota y fuese poco más que una inofensiva rama rota. Hermione no había pasado tanto miedo en su vida. Lloraba mientras ponía paños mojados sobre la frente de Harry y se preguntaba si su estado de nervios podría afectar negativamente a su bebé. Afortunadamente, cuando llegó el amanecer la temperatura de Harry empezó a descender y él, por primera vez, pareció poder descansar en paz.


Hermione no podía más. Ya hacía dos meses que Ron se había marchado y todo había ido de mal en peor. A pesar de estar con Harry, su relación con él era  superficial. Los dos se sentían en período de duelo por la pérdida de Ron, sin fuerzas para animarse a ellos mismos ni al otro. Había cariño entre ellos, claro. Pero no había risas. No había sueños. Intentaban hacer planes pero era muy difícil conservar la esperanza. Era como si el idiota de Ron se hubiera llevado la alegría con él. Hermione prefería mil veces aguantar su mal humor que tenerle lejos, cómo ahora. Quizás para siempre. Debía obligarse a sí misma a dejar de soñar con un futuro con Ron. Seguramente todos acabarían muertos y, aunque no fuera así, Hermione dudaba que acabasen juntos. Él la había abandonado, en un sitio terrible, en un momento espantoso, embarazada de su bebé. ¿Qué podría esperar de él? Aunque en el fondo Hermione sabía que lo más probable es que todo aquello hubiera sido causado por la influencia del Horrocrux, no quería hacerse ilusiones. Debía ser fuerte y no sólo por ella. Ahora su bebé era prioritario. Su cuerpo lo sabía, pues había cambiado sutilmente para dar la bienvenida a su pequeña. Pero había adelgazado tanto por la falta de comida que la ropa le iba holgada y no se notaba que su barriga había empezado a curvarse ligeramente hacia fuera. 


Había tenido mucho tiempo para pensar que hacer con ese bebé. Al principio lo que más le preocupaba es que su bebé creciera sana dada su escasa alimentación. Ese problema pudo solucionarlo sutilmente. Mientras exploraba bajo la capa un pueblo mágico visitó una tienda de pociones y se hizo con poción prenatal para todo lo que le quedaba de embarazo. Por mucha hambre que ella pasase, eso aseguraba que el bebé recibiera todos los nutrientes necesarios. Cada mañana se tomaba una pequeña ampolla de poción antes de que Harry despertase.


También había decidido que hacer con el bebé. Acompañaría a Harry mientras su cuerpo se lo permitiera. En el momento que sintiera que ella ya no podría aguantar la situación, se iría a La Madriguera. Si Ron les había contado sobre su estado, todo sería más fácil. Si no, tampoco pasaba nada. Estaba segura que, después del shock inicial, Molly y Arthur la acogerían con los brazos abiertos. Se sentiría segura junto a Molly, experiencia en embarazos partos y bebés no le faltaban. Y estaba segura que ella acogería a su nieta con entusiasmo, independiente de la actitud que tomara Ron. Evidentemente que ella quería que su hija tuviera un padre y una madre que la quisieran (y que se quisieran entre ellos, a poder ser), pero si eso no fuera posible a su pequeña no le iban a faltar tíos ni abuelos que la adorasen. Y su mamá siempre estaría a su lado.


En múltiples ocasiones había intentado confesarle a Harry su embarazo, ¿Pero cómo hacerlo si hasta el día anterior no había sido ni siquiera capaz de pronunciar el nombre de Ron? ¿De qué tenía miedo? ¿De que Harry se enojase tanto con ella por haberle escondido su relación con Ron que perdiera el único amigo que le quedaba? ¿De qué Harry la obligase a dejar la búsqueda y se quedase sólo en aquella horrible misión?


Fuesen cuales fuesen las consecuencias el momento había llegado, no tenía sentido alargarlo más. Sí, estaba decidido. Cuando Harry volviese de su guardia le iba a decir la verdad. Que le ocultó su relación con Ron, que estaba embarazada de él y que, a pesar de todos los planes que rondaban por su cabeza, no tenía ni puñetera idea de que hacer con su vida.

Lo que Harry no supo ver: el secreto de Ron y HermioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora