C4: ¡No mames!

486 70 74
                                    

Échenle un vistazo a los videos que ponemos. Créanme, no son por gusto. Y los títulos tampoco.

...


Ya había amanecido. Lo sabía por la temperatura que poco a poco iba aumentando en la habitación gracias a los rayos que entraban por la ventana. Anoche olvidé cerrar las cortinas antes de acostarme a no dormir.

Quise levantarme, correrlas y tener una excusa para seguir acostado mirando el techo, pero el más mínimo movimiento suponía un dolor agudo. No supe qué tan graves fueron mis golpes hasta que me desnudé y vi los cardenales en mis brazos y costado. Sabía que podía caminar, no era como si hubiese quedado paralítico, pero ya tenía suficiente con el dolor interno. Si podía postergar esa incómoda sensación un poquito más, lo haría.

Siquiera esta vez no hubo ninguna pesadilla que me espantara el sueño, solo basté yo mismo para seguir en mi fiel insomnio esperando que amaneciera. En verdad me hubiese gustado dormir esta vez, solo por esta vez para olvidar todo lo vivido en el colegio, pero fue inútil. Entre el coraje y la tristeza de haber sido humillado, y la ansiedad que me producía encontrarme con Neptuno, no pude pegar un ojo.

Pero no estuve de vago, pues me decidí por hacer unas cuantas quesadillas para él. Según recordaba, mi música sería la ofrenda, pero aún rondaba en mi cabeza la idea de que las sirenas son seres carnívoros y, bueno, en el caso hipotético de que le ruja la tripa, prefiero que deguste los platillos mexicanos a que se coma a este mexicano.

Ninguna prevención era excesiva, ¿verdad?

Al final me levanté, eso sí, con cuidado de no despertar a ma y pa. Aún no me creía mi suerte de que no estuvieran en casa cuando llegué de la escuela. Bueno, si se le podía llamar a eso "suerte" después de todo lo sucedido. Como sea, estaba aliviado de no tener que explicar mi rol en la excitante vida escolar.

No tenía muchas opciones, así que piqué unos cuantos champiñones, un poco de cebolla y ajo, perejil, pimientos y también rallé queso. Era una modesta preparación que rogaba a todos los santos del universo para que al menos tuviese un resultado aceptable.

Perdí mucho tiempo meditando si ponerle anchoas o no, ¿eso sería canibalismo? Por donde lo vieras, ofender a un Dios no podía traer cosas buenas. Pero tampoco podía darme el lujo de usar el pollo o la carne de la casa.

Resultaba curioso como podrían pensar que nos damos los grandes banquetes a diario, cuando la realidad es que procuramos vender todo lo que llegamos a pescar principalmente porque pescamos poco. Por suerte, la sazón de mi tía Blanca es exquisita y los pescados más costosos salen fácil gracias a los turistas que visitan su restaurante, además de nuestros otros clientes.

En la otra cara de la moneda estamos nosotros, comiendo el sobrante de pescados que nadie quiere o no salen, como las sardinas o los pescaditos bebés.

Durante la preparación, canté un poco y tuve tímidos intentos de baile como si me sintiera emocionado por lo que estaba haciendo. ¿Eso tenía algún sentido? No realmente, es decir, iba a verme con algo fuera de este mundo, un ser capaz de ¿comerme?

Era extraño, y una parte de mí era consciente de eso, pero nadie nunca me había pedido cantarle, así fuese como una amenaza. Desde que se mudaran Juan Pablo y Dani, y que mi tía Amalia se alejara de la familia, ya no tenía foro.

Además, pensar en que alguien estaba esperando por mí me ayudaba a olvidar lo de la broma. Había sido realmente difícil desaparecer la sensación de viscosidad de mis cabellos. Estuve casi cuatro horas en la ducha tratando de quitar todo rastro. La camisa la di por perdida, al igual que el pantalón y mis tenis de tela. De lo que no me pude encargar fue del gran agujero que día a día se iba formando en mi pecho, haciéndose más grande y más pesado de soportar. Pero como con tantas otras cosas, ya me había acostumbrado.

𝓜𝓲 𝓼𝓲𝓻𝓮𝓷𝓪 - ᴀʀɪꜱᴛᴇᴍᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora