C3: Feliz día de la puta fundación

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¡Ah, no entiendo a mi padre! Y definitivamente creo que jamás lo haré. Se contradice y me confunde. A veces es cariñoso y a veces es distante. A veces parece aceptarme y luego me desprecia, y hoy domingo me trae al muelle para ayudarlo con las redes cuando siempre proclama que al cuerpo y al alma hay que darle descanso en días como estos.

Yo estaba muy contento en mi cuarto fingiendo que había dormido mis ocho horas reglamentarias y me arrastró hasta acá. No es justo, aunque no pueda dormir, igual quiero estar en mi cama, o por lo menos terminando la letra de aquella canción que me surgió mágicamente la otra vez.

—¡Papá! ¿Así está bien? —alcé mis manos sosteniendo la red por encima de mi cabeza pero no obtuve respuesta. Me giré y lo vi conversando con el señor del kiosco. Estupendo.

Me volví sobre mi lugar y miré mis manos, están rojas y callosas, como de seguro debe lucir mi corazón. Entonces me cuestiono por qué me enojaba de esa manera. Si estar aquí ayudando a pa iba a ser beneficioso para la familia, debía poner de mi parte y colaborar, así me quitaran horas de soledad.

Al menos el cielo está nublado y no me coloreaba como camarón. A lo lejos hay varios barcos de carga y a unos 20 metros del muelle, donde me encuentro sentado con las piernas guindando, está la misma boya de siempre zarandeándose al ritmo de las olas.

Me pregunté qué estarían haciendo mis primos Dani y Juan Pablo en estos momentos, si mis músicos favoritos estarían de panza arriba sin hacer nada, o componiendo como si el no hacerlo significara menos oxígeno. Estoy seguro de que cualquier opción la hubiese querido para mí.

Es que últimamente los domingos me entristecen, en especial a las 5 de la tarde. A esa hora es innegable que el día está por terminar y el ciclo escolar está próximo a repetirse. Por supuesto, no me gustan los domingos porque están demasiado cerca del lunes, y paradójicamente muy lejos y muy cerca del viernes.

Ir a clases cada vez era más tedioso e incómodo para mí. De seguro por eso estoy de mal humor, papá me hacía desperdiciar las horas productivas. Todos sabemos que las mañanas domingueras se pasan rapidísimo, tan rápido que pestañeas y ya te estás lamentando.

Como sea, estaría atrapado aquí hasta que pa diera la orden de volver a casa. Estaba muy arrepentido de no tener a mi Chula conmigo, de haberla traído, al menos me distraería tocando alguno que otro acorde, no muy alto para no fastidiar a papá y que él terminara fastidándome a mí. Pero, de nuevo, el insomnio me había atacado en la noche y justo cuando me despertó para venir al muelle, yo llevaba dos horas de sueño.

"¡Hijo, tienes unas ojeras espantosas!", sonreí como única respuesta a la obviedad. "Bueno, mejor vete levantando, tengo una tarea importante en el muelle y necesito de tu ayuda".

Estaba más de allá que de acá cuando papá me dijo aquello, por lo que me bañé, me vestí y desayuné en piloto automático y nos fuimos. Fue apenas llegando al muelle que me di cuenta de que no traía mi guitarra. Me sentí como un verdadero tonto.

—Aristóteles.

Me volteé al escuchar mi nombre, pero papá no estaba. Cuando me giré, lo hice por instinto, pero sí me pareció que esa voz no se parecía mucho a la de mi padre.

Me disponía a levantarme cuando la escuché de nuevo.

—Aristóteles.

Decidí quedarme quieto y poner atención, no había nadie a 100 metros a la redonda. El muelle está solitario y los barcos atracados vacíos.

Espera, ¿entonces de dónde venía?

De pronto un splash me sobresaltó. No lo entiendo. No hay nadie más aquí. Regresé mis ojos al frente y lo noté; la boya no estaba. Había desaparecido.

𝓜𝓲 𝓼𝓲𝓻𝓮𝓷𝓪 - ᴀʀɪꜱᴛᴇᴍᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora